«Tal vez mi lancha naufragó, morí y ahora estoy en el limbo pagando por mis abundantes pecados», pensaba Cassio mientras terminaba de abrocharse los jeans en medio de la cocina.
Aunque no lo demostrara, la idea de tener a Mía Morena Luna en la habitación vecina era inquietante. Bañarse en combustible y ponerse a hacer malabares con antorchas encendidas sería más inofensivo que compartir un mismo techo.
Ella era la personificación de su mala suerte. ¿Qué estaba haciendo en la Isla Delamorir? ¿Por qué lucía tan convencida de que esta cabaña flotante era suya?
Hablaría con Anabela. No había forma de haberse equivocado si ella misma fue quien le asignó este lugar.
Recuperó las gafas que había dejado en el baño. Cuando terminó de ponerse una camiseta con el lema Te dije 69 veces que no soy malpensado, notó que la puerta había quedado entreabierta.
Encontró una mochila gigante con un llavero en forma de taza. Sonrió. Probablemente Mía Morena ya había notado que la olvidó allí, pero su orgullo le impedía arruinar su salida triunfal y regresar por ella.
Decidió ser benevolente. Recogió el paquete y fue hacia la puerta de ella. Llamó con su puño, siguiendo un ritmo de dos golpes lentos, dos rápidos, uno rápido con otro lento. Repitió la secuencia tres veces hasta que ella respondió.
La joven abrió apenas la puerta y se asomó con esos ojos gélidos. Cass resistió el impulso de convertir ese hielo en fuego. Siempre había sido tan fácil y divertido hacerla explotar.
—¿Olvidaste algo? —preguntó él con gentileza—. Y no me refiero a tu corazón a mis pies.
Ella abrió del todo la puerta y se cruzó de brazos. Respiró profundo como si rogara paciencia al cielo. El modo civilizado de Mía Morena siempre se activaba cinco minutos después de tratar de matarlo. Era un pastelito de buenas intenciones bajo esa máscara de chica dura.
—¿Qué estás haciendo aquí, Cassio?
—Lo mismo iba a preguntarte.
—Soy una invitada.
—Yo también.
—Mentiroso. El matrimonio Casares-Amade reservó este complejo para la boda de sus nietos. Nadie en su sano juicio llevaría un gato a un santuario de aves.
Él soltó una risa.
—Tienes razón. —Se inclinó hasta que sus narices se tocaron—. Hackeé el sistema de la isla y registré mi nombre en esta cabaña. También repliqué una invitación a la boda. ¿Sabes por qué? —Con suavidad, le apartó el flequillo de la frente—. Porque sabía que estarías aquí y quería verte, Miamore.
El corazón femenino se saltó un latido. Esos nudillos en su rostro eran cálidos, gentiles.
—Has afilado tus habilidades de manipulación, lo reconozco. —Ella le dio un manotazo y entornó los ojos—. Deja de jugar y responde directamente: ¿Te contrataron para arruinar esta boda?
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Amantes del desencanto
فكاهة«Ella lidera una agencia de cupidos, él es jefe de una organización que rompe relaciones. ¿Quién caerá primero cuando deban intervenir en la misma boda mientras conviven bajo el mismo techo?» *** Dulce Casualidad es una casa de té que ayuda en secre...