Sentada en la parte trasera de una camioneta alquilada, sobre una banca acolchada, los pensamientos de Mía eran un desastre. Los futuros esposos conversaban a susurros al fondo de la caja de carga. Sus cabezas estaban juntas, a diferencia de ella y Cass que se mantenían tan distanciados como fuera posible. Los ancianos se encargaban de conducir.
La radio distorsionada los salvaba del silencio. Se dirigían en caravana a pasar la última tarde en familia, con la esperanza de que una excursión despejara la incómoda tensión que parecía envolverlos a todos.
La muchacha había estado ensimismada desde el día anterior.
«Celestine, la fundadora de Dulce Casualidad. Si Cupido bajó a la tierra siglos atrás, definitivamente Celestine fue su descendiente», pensó.
Nunca en la historia de Villamores existió una mujer con un instinto tan afilado para reconocer a dos almas gemelas, ni un cerebro tan astuto para maquinar el plan que las reuniría.
Mía no creía en mitos o supersticiones. Ella había visto datos cuantitativos y cualitativos. Tras semanas de exhaustiva investigación, había llegado por sí misma a la conclusión que todos le habían advertido: Las parejas que unió Celestine D'Angelo eran para siempre.
Incluso después de dos décadas, sus primeros objetivos continuaban juntos. Todos tenían sus altibajos, pero nadie podría negar que poseían una compatibilidad increíble y bases sólidas. La mayoría había tenido hijos que crecieron en ambientes sanos. Eran como lagos en medio del desierto, devolvían la esperanza a quienes temían darle una oportunidad al amor.
¿Estaba haciendo lo correcto al sobreescribir una historia que la gran Cupido había creado? ¿Cómo reaccionarían sus agentes al descubrir que su primera misión en solitario derrumbó algo que su respetable exlíder construyó?
Mía odiaba las comparaciones, detestaba sentirse inferior, pero era innegable que seguiría bajo la sombra de Celestine unos meses o años más. Hasta forjar su propia reputación.
Por si no tuviera suficiente ansiedad, Cassio no le dirigía la palabra desde la discusión que tuvieron al regresar a la cabaña la noche anterior.
Sentado en el panel lateral opuesto a ella, estaba con la espalda contra la pared y la mirada perdida en la ventana trasera, en el camino que dejaban atrás. Mantenía una pierna extendida y otra flexionada, su brazo colgando de esta última. En su camiseta deportiva podía leerse el lema: No tengo la conciencia tranquila, tengo mala memoria.
Las palabras que intercambiaron entre las cuatro paredes de la cabaña todavía resonaban en su memoria, torturándola...
—¡Aprende a respetar mi trabajo, Mía Morena!
—¡Tu irresponsabilidad e inmadurez está afectando al mío! Nunca piensas antes de actuar y no te preocupa nada más que tu propia diversión.
—¡Siempre estás diciendo lo mismo! ¡Ya tuve suficiente! —estalló, sorprendiéndola—. No es mi culpa que eligieras construir tu propia cárcel y te encerraras en ella.
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Amantes del desencanto
Humor«Ella lidera una agencia de cupidos, él es jefe de una organización que rompe relaciones. ¿Quién caerá primero cuando deban intervenir en la misma boda mientras conviven bajo el mismo techo?» *** Dulce Casualidad es una casa de té que ayuda en secre...