Al límite de su paciencia, Mía inventó una excusa sobre acomodar su ropa en la cabaña. Tras acordar reencontrarse en la cena, arrastró a Cassio con ella.
No le dio oportunidad de replicar. Una mirada asesina bastó para hacerle saber que debía seguirla en silencio como un cachorro presionado por su correa.
Cuando estuvieron a solas, lo acorraló contra la puerta, con un brazo a cada lado de su cabeza. Ella echaba chispas, su pecho subía y bajaba con cada respiración. Con sus tacones, tenían la misma altura.
—En mis fantasías adolescentes yo estaba del otro lado —admitió el joven.
—¡¿Qué rayos fue eso?! —le gruñó, temblando de ira—. ¿¡En qué estabas pensando!? ¡Si querías morir, tenías el Mar Dytos a unos pasos! ¡¿Qué necesidad tenías de arrastrar a otros contigo?!
Estaba tan cerca que Cass podía percibir su perfume, un toque intenso de manzana y canela. Su mirada se perdió un instante en esos voluminosos labios de rojo cereza.
Sacudió esas ideas.
¿Qué acababa de pasar? Su plan había fallado, pero no se desanimaba. Si fuera tan fácil que Francisco anunciara su divorcio, él no estaría aquí. No había apuro. Mientras más se tardaran, más tiempo podría vacacionar en la isla.
Distraído, levantó una mano y apartó un mechón del flequillo de Mía, pero este regresó a su lugar con la suavidad de la seda.
—Sentía curiosidad por saber si el famoso Francisco Casares era un marido celoso.
—Claro —Apartó sus dedos de un manotazo y retrocedió—, porque es normal reaccionar pacíficamente cuando un tipo más joven insinúa que se acuesta con su esposa.
—Un hombre con confianza absoluta y un matrimonio estable no se dejaría amedrentar por algo así.
«¡Ese es el maldito problema!», quería gritarle. «¡Nada es estable en esa relación!».
Deseó sacudirlo por los hombros. Iba a seguir gritando pero su estómago soltó un rugido. Se enderezó, con los ojos muy abiertos. Él también la escuchó y abrió la boca para hacer un comentario pero ella fue más rápida.
—Una palabra al respecto y te corto la lengua.
El joven hizo la mímica de pasar un cierre por sus labios.
Antes de cometer un crimen, Mía le dio la espalda y fue hasta el refrigerador. No había probado más que unos bocados en el desayuno, demasiado ansiosa por su nueva misión. Ahora estaba tan molesta como hambrienta. Una combinación volátil.
Encontró un tupper con carne en el congelador y media docena de huevos en la alacena. Buscó un cuchillo en un cajón y, mientras troceaba la carne, se dedicó a imaginar el rostro de su compañero indeseado.
Sintió un golpeteo en su hombro. Al girarse, descubrió a Cassio ofreciéndole un delantal de cocina. Lo aceptó de mala gana.
Él ya se había atado uno a juego. Ahora rebuscaba en la sección de verduras lo necesario para hacer una ensalada.
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Amantes del desencanto
فكاهة«Ella lidera una agencia de cupidos, él es jefe de una organización que rompe relaciones. ¿Quién caerá primero cuando deban intervenir en la misma boda mientras conviven bajo el mismo techo?» *** Dulce Casualidad es una casa de té que ayuda en secre...