Capítulo 11

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Por la mañana, Mía decidió que lo tomaría con calma

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Por la mañana, Mía decidió que lo tomaría con calma. Necesitaba pensar con la cabeza fría, ver las oportunidades en medio de las adversidades. Si superaba esta misión, nada volvería a despeinarla.

Con eso en mente, fue hasta el restaurante del hotel principal de Delamorir. Tomó asiento ante una de las mesas con vista al mar. Pidió una infusión tropical, traída en una tetera de porcelana fina, y unas tostadas con queso y mermelada.

Mientras bebía un sorbo, degustando la dulzura de la fruta y el té verde en su lengua, la paz comenzó a envolverla. Sus hombros se relajaron.

Levantó la vista para contemplar ese maravilloso paisaje, pero lo que encontró fue una sonrisa salida del mismísimo infierno. Acompañada de un cuerpo que corrió la silla vecina y tomó asiento con toda la naturalidad del mundo.

—Buen día, Miamore —ronroneó Cassio, apoyando los codos en la mesa e inclinándose hacia ella.

—Lo era hasta hace un minuto.

—Ahora pasó de bueno a magnífico. —Le robó una tostada y ocupó todo el frasquito de mermelada de una cucharada. Le dio un mordisco. Hizo una mueca—. ¿Pan integral? ¿En serio? ¿Estás de vacaciones y pides algo tan saludable?

—Mantenerte cerca es mi acto suicida del día.

—Menos mal que ya encargué algo decente.

Una mesera trajo una bandeja con una malteada y dos porciones de tarta. La primera llena de dulce y merengue. El segundo era un waffle con frutas y copos de queso crema. Las dejó ante Cass y se despidió deseándoles que disfrutaran sus vacaciones como recién casados.

Mía le dirigió una mirada de advertencia a Cassio pero este le guiñó un ojo sin culpa.

—Sabes que lo deseas, no te resistas.

—No necesito una sobredosis de azúcar tan temprano.

El joven tomó una cucharita y cortó un bocado del milhojas. Luego la acercó a Mía como un avioncito. Ella apretó los labios con fuerza, sus ojos destilando hielo.

Las pupilas de Cass destellaron, sus labios se curvaron en una media sonrisa.

—Siempre quise poner algo mío en tu boquita.

—¡Vete a la...! —Su maldición fue interrumpida por la cuchara.

Cassio dejó escapar una carcajada. Esquivó su patada bajo la mesa. Ella era tan predecible. Tenía su lado adorable.

—Ya, ya. No me escupas fuego. Ofrezco un waffle como tregua. —Empujó el otro platillo hacia ella—. Es bajo en azúcar, desabrido como tu alma.

Mía terminó de saborear la cucharada de milhojas. No estaba mal pero no volvería a pedirlo. Mientras su interlocutor intercalaba un bocado de esa tarta con un sorbo de su malteada con crema, ella no entendía cómo un hombre adulto podía tragar tanta cantidad de dulce y sobrevivir.

Amantes del desencantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora