Forja

48 4 0
                                    

La diosa Hera estaba mosqueada por lo de Zeus. Tenía envidia de que él haya dado a luz a una diosa cuando ella no lo hizo. Así que preparó un plan. Cuando el banquete terminó, salió del palacio a un lugar donde no la podían ver. Se hizo de noche, por lo que no se tenía que preocupar por si la veían. Se preparó y usó su poder. Así consiguió embarazarse sin ayuda de nadie. No contó con que el bebé tenía que nacer en ese momento. Llamó a Ilitía para que pudiera dar comienzo el parto. La diosa acudió al llamado de Hera con rapidez. Hera estaba ansiosa por dar a luz al bebé que había concebido sin la ayuda de Zeus y sin la intervención de ningún otro dios. Ilitía se acercó a Hera y, con sus habilidades divinas, comenzó el proceso del parto. La diosa del alumbramiento trabajó incansablemente para asegurarse de que el bebé naciera de manera segura y sin complicaciones. Hera, aunque resentida con Zeus, estaba emocionada por la llegada de su propio hijo. Finalmente, con los esfuerzos combinados de Hera e Ilitía, el bebé vino al mundo. Era un niño muy feo y horrible. Hera lo miró con odio y desprecio. Ilitía se sentía incómoda, así que se fue.

-¿¡Qué es esta abominación!? -exclamó Hera.

El bebé se puso a llorar. Casi parecía como si le hubiera escuchado decir eso. Era tan feo que Hera no lo quería. Si los demás dioses lo veían, se reirían de ella. Lo único que se le ocurrió hacer fue tirarlo del Olimpo y cayera a la Tierra. Pese a eso, le puso el nombre de Hefesto, por venganza a Zeus de no haber elegido ese nombre para su anterior hijo.

El bebé bajaba y bajaba. Estuvo cayendo durante nueve días y nueve noches. Cuando tocó tierra, el único daño que se hizo fue torcerse un tobillo. No le ocurrió nada más porque era un dios, pero aún así se quedaría cojo durante toda su vida. A medida que Hefesto crecía en la Tierra, demostró ser un ser talentoso y creativo. A pesar de su apariencia exterior poco atractiva, su mente era brillante y ágil. Desarrolló un profundo interés en la forja y la metalurgia, y pronto se convirtió en el mejor artesano de todos los tiempos. Por ello, se convirtió en el dios de la forja y los artesanos. Con el tiempo, su cojera se convirtió en su sello distintivo, pero su destreza en la creación de objetos de gran belleza y utilidad era incomparable.

Hefesto se dedicó a forjar un plan meticuloso para vengarse de la diosa Hera por haberle tirado del Olimpo. Inspirado por la belleza y la majestuosidad de los pavos reales, que eran el símbolo de Hera, decidió crear un trono con forma de pavo real, adornado con las piedras preciosas más hermosas y los metales más resplandecientes. Este trono no sería un trono común, sino una trampa ingeniosa. Una vez que Hefesto terminó su obra maestra, llevó el trono al Olimpo y lo colocó en el salón principal, sabiendo que Hera no podría resistirse a la tentación de sentarse en él debido a su orgullo y vanidad. El trono parecía una creación divina, y su belleza era incomparable. Se escondió y esperó a que Hera apareciera. Cuando Hera vio el trono, quedó cautivada por su esplendor. Se acercó a él y, sin sospechar la trampa que le guardaba, se sentó con gracia y elegancia en el asiento. En ese momento, la trampa de Hefesto se activó. El trono se cerró alrededor de los pies y manos de Hera, atrapándola en su interior. Hera pedía ayuda sin parar, pero rápidamente Hefesto salió de su escondite para que se callara.

-¿¡Quién eres tú? -preguntó Hera.

-¿No te acuerdas de mi? -dijo Hefesto con un tono aterrador.

-Pues no. ¿Quién eres? ¿Has hecho tú este trono? ¡Déjame salir! - dijo Hera rápidamente.

-Soy yo, Hefesto. ¿De verdad no te acuerdas de mi? Bueno, es igual. He pensado que no te dejaré salir. Después de lo que me hiciste, esto es lo que te mereces.

Hefesto miró a Hera con frialdad mientras ella luchaba por liberarse de la trampa en la que estaba atrapada. Aunque Hera rogaba por su liberación, Hefesto no podía olvidar el odio y el desprecio que había sentido cuando su madre lo arrojó del Olimpo. Zeus escuchó a Hera y poco después llegó. Hefesto se escondió para que no le descubriera. Zeus le preguntó a Hera que había ocurrido. Ella le contaba todo lo sucedido mientras él intentaba liberarla. Por mucho intentarlo Zeus no podía liberarla, solo Hefesto sabía como hacerlo. Zeus decidió llamarlo para que la liberara, por las buenas o por las malas.

-¿Cómo has dicho que se llamaba? -preguntó Zeus.

-Hefesto -respondió Hera.

-¡Hefe...! -Zeus iba a gritar su nombre para que viniera, pero se dio cuenta de una cosa por lo que cortó a la mitad-. ¿Quién es Hefesto? No conozco a ningún dios o mortal que se llame así.

-Hefesto... -Hera dudó en contárselo-. Hefesto es mi hijo.

-¿¡Cómo!? -exclamó Zeus sorprendido y enfadado-. ¿¡Me has puesto los cuernos con otro!?

-¡No, no!

Hera le explicó todo lo que ocurrió después del banquete el día en el que Atenea nació.

-Tenía envidia de que hayas tenido una hija por ti mismo, así que engendré un hijo por mi cuenta -dijo Hera un poco arrepentida.

Zeus seguía mosqueado, pero no le iba a poner ningún castigo. Después de hablarlo, ambos empezaron a gritar el nombre de Hefesto para ver si aparecía. No hubo respuesta. Zeus y Hera continuaron llamando a Hefesto, pero el dios de la forja se mantenía oculto en las sombras, escuchando la conversación entre los dioses. Zeus empezó ha amenazarlo con castigos si no aparecía. Finalmente, decidió revelar su presencia. Apareciendo ante ellos con una mirada de determinación en su rostro, Hefesto habló con voz firme pero respetuosa: "Soy Hefesto, aunque mi madre me arrojó del Olimpo y me abandonó en la Tierra. Ahora soy el dios de la forja y los artesanos, y he forjado este trono para mostrar mi habilidad y para hacer justicia por lo que sufrí". Zeus, aunque furioso, finalmente se dio cuenta de que Hera había cometido un error al despreciar a su propio hijo, y que Hefesto tenía un talento excepcional. Hera, avergonzada y arrepentida, se disculpó con Hefesto y le rogó que la liberara del trono. Hefesto, conmovido por las sinceras disculpas de su madre, y temeroso por las amenazas de Zeus, utilizó sus habilidades para liberar a Hera de la trampa.

Hera, decidida a reparar la relación con su hijo, propuso que Hefesto regresara al Olimpo y se uniera a los demás dioses. Hefesto aceptó la oferta, pero con la condición de que se le trate con respeto y consiga una mujer con la que casarse. Hera y Zeus aceptaron.

A medida que Hefesto regresaba al Olimpo, los dioses quedaron asombrados por su habilidad para crear obras de arte asombrosas y objetos divinos. Pronto, Hefesto se convirtió en una figura respetada entre los dioses, y su cojera se convirtió en un símbolo de su singularidad y talento. Con el tiempo, Hefesto y Hera repararon su relación, y madre e hijo se reconciliaron. Aunque Hera aún sentía envidia de la capacidad de Zeus para dar a luz a Atenea. Desde ese día en adelante, Hefesto continuó forjando objetos divinos y trabajando en su forja en el Olimpo.

Amor Y GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora