Discordia

60 6 0
                                    

Pasó un tiempo desde que pillaron a Afrodita acostada con Ares. Hera seguía enfadada con su hijo, sin embargo, Zeus pasaba del tema. Hoy era el día del gran banquete, esperado desde hace mucho tiempo por dioses, ninfas y mortales. Todos los seres conscientes de la Tierra y cielo estaban invitados, incluso los simples y frágiles hombres. Los únicos dioses y mortales que no fueron invitados son los que se encontraban en el Tártaro (inframundo) encerrados. Zeus organizó esto para celebrar que las guerras de los dioses acabaron y la era de la paz estaba en todo su esplendor.

Todo iba sobre ruedas. Los dioses interactuaban con los mortales, las ninfas cantaban y bailaban y las disputas entre los amores cesaron. Pero no duró mucho. Hera comenzó a hablar sobre los cuernos que Zeus le ha estado poniendo todos estos años. Tomó la palabra en medio del bullicio del banquete. Su voz resonó por todo el Olimpo, silenciando a los dioses y mortales presentes. Su mirada lanzaba relámpagos de ira, y todos podían sentir la tensión en el aire.

-¡Zeus! -exclamó Hera, con una mirada fulminante dirigida hacia su marido-. No puedo soportar más esta humillación. Todos aquí saben lo que has estado haciendo a mis espaldas. Tus infidelidades son conocidas por todos los rincones del Olimpo.

Zeus se puso incómodo en su trono, pero trató de mantener la compostura.

-Hera, ya hemos discutido esto antes. Nuestro amor es inmortal, y mis coqueteos no deberían importarte tanto. Hoy estamos celebrando la paz entre los dioses, no arruinemos este día.

Sin embargo, Hera no estaba dispuesta a dejarlo pasar. Ella tenía un público y estaba decidida a hacer que Zeus respondiera por sus acciones. Comenzó a listar una a una todas las aventuras amorosas de Zeus, desde sus romances con diosas hasta sus amores con mortales. Las ninfas y los mortales presentes escuchaban atentamente, algunos con expresiones de asombro y otros de lástima.

-¡Yo también tengo que hacer un declarado! -gritó Hefesto de repente-. Mi exesposa Afrodita ha estado engañándome. Todos los dioses ya lo sabéis, vosotros mismos lo visteis. Pero los mortales también deben saber la verdad.

Ares, quien también estaba en el banquete, trató de mantenerse al margen, sabiendo que su nombre podría ser mencionado en cualquier momento. Afrodita, por su parte, observaba con preocupación la creciente discusión. Zeus finalmente se levantó de su trono, visiblemente enfadado.

-Hera y Hefesto, ya basta. Estamos en un momento de celebración, y no permitiré que arruinéis este día con vuestras acusaciones. Podemos hablar de esto en privado después del banquete.

Hera y Hefesto, aunque furiosos, decidieron ceder por el momento, sabiendo que podrían conseguir una audiencia privada con Zeus más adelante. El banquete continuó, pero el ambiente estaba tenso, y la paz que se celebraba parecía más frágil que nunca. Mientras tanto, todos los dioses y mortales presentes se preguntaban si la era de la paz que celebraban podría mantenerse en pie frente a las tensiones y los secretos que amenazaban con desmoronarla.

Mientras tanto, el Olimpo estaba al borde de la discordia, literalmente. Eris, diosa de la discordia, se encontraba en algún lugar perdido de la Tierra, muy molesta por no haber sido invitada al gran banquete. Observaba con ojo desde algún rincón remoto la celebración que tenía lugar en el Olimpo. Sabía que su ausencia en el banquete no era casualidad, y su orgullo herido ardía en su pecho. Decidió que no podía permitir que esta afrenta pasara desapercibida. Si los dioses quisieran paz y armonía, ella haría todo lo posible para sembrar la discordia en su lugar. Con una sonrisa malévola, Eris comenzó a pensar un plan para que cambiara el rumbo del banquete.

La tensión persistía en el Olimpo. A pesar de la intervención de Zeus, el ambiente estaba cargado de desconfianza y resentimiento. Los dioses y mortales interactuaban con cautela, conscientes de las tensiones latentes. Hera y Hefesto esperaban ansiosos el momento en que podrían llevar a Zeus a rendir cuentas por sus acciones. La situación era cada vez más delicada, con Eris tramando su plan de discordia en las sombras. Aunque el banquete continuaba, la alegría y la celebración habían sido eclipsadas por la tensión y el resentimiento que se sentían en el aire. Ares esperaba que ocurriera un milagro para que Hefesto no hablase con Zeus. Temía que su padre pudiera castigarle.

Amor Y GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora