Amor

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Después de que Hefesto entrara en el Olimpo, Hera y Zeus tuvieron que cumplir su parte del trato, conseguirle a Hefesto una mujer con la que casarse. No tuvieron ningún problema, ya que encontraron rápidamente a Afrodita, diosa del amor y la belleza. Zeus habló con ella para que se casara con Hefesto, pero ella se negó.

-¿¡Cómo que casarme!? -dijo Afrodita con su característico tono sensual-. Yo prefiero estar soltera.

-Se lo prometimos a Hefesto, tienes que casarte con él -dijo Zeus suplicándole.

-¡Qué no!

-¡Afrodita! -se enfadó Zeus-. Te casarás con él te guste o no. Sino te castigaré. ¿Qué elijes?

Afrodita miró a Zeus con una sonrisa traviesa en el rostro. Sabía que no podía resistirse al poder de su belleza y encanto. Tomando un paso hacia él, puso una mano delicada sobre su pecho y susurró en su oído:

-Oh, Zeus, cariño, no tienes que recurrir a la amenaza para conseguir lo que quieres. Estaré encantada de casarme con Hefesto si eso es lo que deseas.

Zeus, con una expresión de alivio en el rostro, sonrió ampliamente y asintió con la cabeza. Había logrado su cometido sin necesidad de recurrir a un castigo. Sin embargo, Afrodita tenía algo más en mente.

La noticia de la boda se difundió por todo el Olimpo y todos los dioses y diosas se prepararon para celebrar este inesperado acontecimiento. Con el tiempo, la relación entre Hefesto y Afrodita se convirtió en una extraña pero funcional alianza.

Ares, el dios de la guerra, estaba profundamente celoso de Hefesto por haberse casado con Afrodita. Durante mucho tiempo, había deseado a la diosa del amor y la belleza para sí mismo. Por suerte, el amor era correspondido y Afrodita no quería estar con Hefesto. Siempre que podían, aprovechaban para darse un revolcón. Esto ocasionó que Afrodita se quedara embarazada varias veces. Tres en concreto. Conseguía que Hefesto pensara que los hijos fueran suyos, ya que se acostaba con él después de haberse quedado embarazada de Ares.

De sus tres embarazos salieron: Anteros, dios del amor correspondido y vengador del amor no correspondido; Harmonía, diosa de la armonía y la concordia; Fobos, dios del miedo y el pánico; y Deimos, dios del terror, siendo estos dos últimos gemelos.

Hefesto se dio cuenta de que sus supuestos hijos se parecían muy poco a él. Empezó a sospechar de Afrodita. "¿Me habrá puesto los cuerno? ¿Se ha acostado con otro?" pensaba Hefesto. Para asegurarse la invitó a hablar. Hefesto planeó cuidadosamente la visita con Afrodita en el patio de su taller, donde pasaba la mayor parte de su tiempo libre. Pensó que sería un lugar ideal para hablar en privado y plantear sus preocupaciones sobre la paternidad de sus hijos. Cuando Afrodita llegó al patio de Hefesto, la recibió con una sonrisa forzada y se sentó en una silla mientras conversaban. Afrodita también se sentó.

-Afrodita, querida -comenzó Hefesto, intentando mantener la calma-, he estado pensando en nuestros hijos y me he dado cuenta de que no se parecen mucho a mí. En realidad, no se parecen en absoluto.

Afrodita alzó una ceja y miró a Hefesto con una expresión de inocencia fingida.

-¿A qué te refieres, cariño? -preguntó ella-. ¿Acaso dudas de que sean tus hijos?

Hefesto suspiró profundamente y se levantó de la silla. Miró a Afrodita a los ojos con determinación.

-No estoy seguro, Afrodita. Sus rasgos, sus habilidades, todo en ellos no se parece en nada a mi. ¿Me has estado engañando? Necesito saber la verdad.

Afrodita bajó la mirada por un momento y luego suspiró.

-¿Acaso no te has enterado? -dijo mientras pensaba una mentira.

-¿De qué? -se extrañó Hefesto.

-Ahora los hijos salen muy diferentes a su padre. Mírame a mi. Yo no tengo nada que ver con Urano, mi padre.

-¡Es verdad! -exclamó sorprendido-. Naciste de sus genitales que cayeron al mar. Él es el cielo y tu eres el amor, ¡nada que ver!

-Exacto -dijo Afrodita un poco temerosa.

-¡Entonces está todo resuelto! Siento haber dudado de ti -dijo Hefesto mientras se daban un abrazo en signo de paz.

Afrodita suspiraba aliviada. Por poco la pilla. Tenía que irse, así que se despidió de Hefesto y se fue. Helios, el dios del sol, que lo había visto todo, se acercó un poco a Hefesto.

-¡Hefesto! -gritó Helios para llamar su atención.

-¿Eh? ¿Quién me llama? -dijo Hefesto muy extrañado.

-¡Aquí arriba!

Hefesto miró hacia arriba y vio que Helios quería algo.

-Hola Helios. Dime. ¿Qué deseas?

-Yo, dios Helios poderoso que todo lo ve, te comunica que tu mujer te está siendo infiel con Ares.

-¿Eh? ¿Cómo lo sabes? -preguntó Hefesto nada sorprendido.

-Yo veo todo lo que bañe mi luz. Vi a tu esposa teniendo sexo con el dios de la guerra, Ares. Les escuché decir que iban a hacerlo otra vez en cuanto saliera Selene, mi hermana la Luna. Puedes creerme o puedes ignorarme y hacer como que no pasó nada. Tu elijes.

Helios volvió a su camino en el cielo y siguió su recorrido. Hefesto lo tenía todo más claro. Ahora le concordaba la no semejanza de sus hijos con él. Hefesto quedó atónito por la revelación de Helios. Su corazón se llenó de dolor y se enfadó al descubrir que Afrodita lo había estado engañando con Ares. Se sintió traicionado y herido por esa mujer. La ira comenzó a disiparse en su interior mientras procesaba la información. Hefesto, con el corazón roto y la ira ardiendo en su interior, decidió tomar medidas. Sabía que no podía permitir que Afrodita y Ares se salieran con la suya. Después de todo, habían engañado y traicionado su confianza de la manera más cruel. Decidió no confrontar a Afrodita de inmediato, pues quería planear cuidadosamente su venganza. Comenzó a trabajar en secreto en su taller, creando una trampa ingeniosa que pondría al descubierto la infidelidad de su esposa y el dios de la guerra.

No pasó ni una hora y Hefesto terminó su creación: una red de hilos invisibles y finos hechos de oro. Estos hilos serán lo suficientemente fuertes como para atrapar a los amantes en pleno acto sin que se dieran cuenta y que no pudieran escapar.

Llegó la noche. Selene, la Luna, brillaba en el cielo nocturno. Afrodita y Ares acudieron a su cita secreta en el palacio de este. Rápidamente se quitaron la ropa y empezaron a darle que te pego. Hefesto estaba en un rincón escondido sin que los dioses se dieran cuenta. Cuando estuvieron apunto de acabar, Hefesto salió de su escondite y lanzó la red. Cayó encima de Ares y Afrodita, lo que hizo que no se pudieran mover.

-¡Te pillé dándole guerra a mi mujer! -exclamó Hefesto muy vigorizado por lo que ha hecho.

Los dos dioses no podían decir nada. Estaban tan avergonzados y asustados que se quedaron parapléjicos. Hefesto llamó a los demás dioses del Olimpo que esperaban fuera callados. Todos los dioses entraron, pero las diosas se quedaron fuera por respeto, aunque estaban muy expectantes. Todos los presentes se rieron de Ares y Afrodita. Fue muy humillante con todos delante. Cuando terminaron de reírse, Hefesto los liberó y se llevó la lanza de Ares en señal de superioridad. Hera, muy enfadada con Ares, le dio una tremenda regañina cuando salió. Al parecer, Afrodita no aprendió la lección y se acostó con más dioses, como: Hermes, dios de los caminos y los ladrones; y Dionisio, dios del vino y la fiesta. Afrodita y Hefesto se divorciaron.

El amor es algo complicado y completo, incluso para Afrodita, pero no por ello hay que evitarlo. Ella sigue amando a Ares. Si hubiera una guerra, estaría en su bando, solo por amor.

Amor Y GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora