Soy Rayo, Rayo Mcqueen

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Plaza Cervantes, San Sebastián. 365 días.

El sol de enero bañaba la mañana, cerveza en mano acompañada de unas aceitunas y patatas fritas, la mejor combinación para la felicidad según Jon, el pesado de mi hermano que jugaba a hacer aviones con las servilletas y ver cual de ellos conseguía llegar hasta mi cara, mi desasosiego terminó rozando el límite y le arrebaté de las manos el servilletero para dejarlo en la mesa de atrás, que estaba vacía, al levantarme noté que mi cuerpo chocaba contra algo, mejor dicho alguien.

—Perdón no te he visto -recogí del suelo la bandeja donde la camarera llevaba dos tercios.

—De eso no hay duda -frunció el ceño y apretó los labios, finalmente resopló y se levantó- genial, empapada

—Lo siento muchísimo, ¿Cómo te puedo ayudar? -levanté la mirada por primera vez, tenía enfrente a una chica de unos veintipocos años, pelirroja, un poco estirada me atrevería a decir pero aun así tenía algo que no me dejaba quitarle los ojos de encima.

—Darme de cabezazos con el servilletero hasta matarme quizás, no he comprobado la efectividad, a lo mejor hasta muerta el universo me putea devolviéndome a la vida -alzó la mirada- perdón, no te tendría que haber respondido así -juntó sus manos en su pelo, claramente estresada-

—¿Estás bien? -esta chica parecía estar de todo menos bien.

—No, digo, eh...Mira hagamos como si aquí no hubiese pasado nada, yo no existo, voy a recoger esto y tú te sentarás ahí a disfrutar, venga -se marcha casi corriendo de allí.

¿Qué acababa de pasar?

En qué momento el cielo se había teñido de negro y el viento había empezado a soplar rebelde.

—Jon, vámonos -no me puso pega, mi hermano sabe cuando hablo enserio y cuando no y ahora mismo estoy cagada.

—Un poco rara esa tía, ¿no? -me interrumpe la vorágine de pensamientos que mi cabeza empieza a maquinar.

—No sé, creo que...no, es imposible, improbable -intenté apartar todas las imágenes que me venían a la cabeza.

—Siempre hablando tan claro -se burló.

—Menudo idiota estás hecho, vamonos a casa -ando lo más rápido que mis piernas me permiten.

—Anda que tú, yo no me voy chocando con todo lo que se me cruza eh

—Oye, yo no...¡AY! Me cago en su puta madre, la farola de los cojones -no quería darle la razón a Jon pero es verdad que llevaba una mañanita de golpes tontos interesante.

—Lo que yo decía

—¿Y tú por qué no avisas de que me voy a comer una farola?

—Me has dicho que callase -se encogió de hombros.

—Anda tira para la moto antes de que me arrepienta y te deje aquí tirado -le dí un empujoncito.

El cielo volvía a estar azul. No quiero estar en lo cierto pero esto solo ha podido provocarlo alguien.

Taberna 1987, Donostia. 364 días.

—Todo te pasa a tí, tienes un imán para este tipo de situaciones Ainhoa -comenta Diana.

—Si es que esta chica, yo ya te lo dije en su día pero es que te juro que das la vibra de tener como un poder de esos que hacen que atraigas ciertas cosas, algo tienes que tener para que te pase tantas veces, digo yo -se encogió de hombros, después se  acercó a la boca el botellín.

—Qué dices, yo no tengo ninguna tontería de esas, tienes ya una edad para creer en esas cosas ¿no crees? -Noté como mis manos se empapaban en sudor.

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