17. Raith: Sorpresa, sorpresa, te has equivocado

33 7 4
                                    


La sala donde se celebran las reuniones de estado, o todas, según me ha informado Wilder, es grande y espaciosa, pero ahí acaban las similitudes con el resto del palacio. Las paredes de este sitio no están cubiertas de pintura blanca, sino de ladrillos grisáceos que le dan un aspecto crudo y antiguo. Sillas de madera alrededor de una mesa redonda, del mismo material, sin alfombras ni flores, nada decorativo que no tenga que estar. Hay un gran mapa colgado de una de las paredes, de tela clara, con nombres y clavos marcados en diferentes puntos. No puedo ignorar el hecho de que todos los miembros están aquí, incluyendo el rey, así que cuando posan sus miradas en mi, yo agacho la cabeza. Las puertas se cierran indicándome que soy la única mujer en la sala, probablemente desde que se construyó para tener reuniones.

Todos, absolutamente todos los ojos están en mi y en el agarre que tiene sobre mi Wilder, cogiéndome de los hombros con fuerza.

—Buenos días queridos miembros del consejo—dice Wilder, ignorando al gran elegante de la habitación, que en este caso es una diminuta humana. Fuerzo ami cuerpo a avanzar y me siento donde él me indica, apartando la silla para mi como todo un caballero—. Empecemos con la reunión, pues.

—Hijo...

—Príncipe Wilder, con todo nuestro respeto, ¿es apropiado que ella esté...?

—Apropiadísimo. Estas reuniones me dan ganas de suicidarme y con ella aquí me veo capaz de aguantar todas vuestras caras. Empecemos, estoy impaciente.—Sonríe muchísimo, pero no es una sonrisa de verdad, lo sé porque sus hoyuelos no salen a pasear. Se sienta a mi lado, poniendo ambas manos cruzadas sobre la mesa, en una pose aburrida y casual. El rey se aclara la garganta y Savea me mira relamiéndose los labios. Centro la mirada en las manos de Wilder, largas y huesudas, de una manera preciosa, con alguna cicatriz de aspecto antiguo, líneas blancas ya curadas, muy finas. No son para nada como la mía, pero igualmente, tuvieron que doler en su momento. Lleva la camisa negra de siempre, con las mangas bajadas, dándole un aspecto algo más formal que cuando las lleva subidas, luciendo antebrazos. Oigo todo lo que dicen, claro, pero no le presto atención, o al menos no del todo. Hablan sobre los presupuestos que destinar para las escuelas, y para mi sorpresa, no reparan en gastos. Les enseñan de todo, desde ciencias a lenguas, incluyendo su propia nativa, una que no tenía conocimiento hasta ahora. ¿Por qué no lo usan a diario? ¿No lo hacen por mi, no? Presto atención un poco más cuando hablan sobre cómo Wilder recuerda que prometieron una visita de la familia real en las escuelas, para pasar el día con los niños y tal vez animar a los que estén más retrasados en los estudios. Sin que me dé cuenta, vuelven a saltar a la latente guerra con Bellamy y cómo, cada vez, hay más cazadores furtivos, esperando en las playas, surcando el mar en busca de niklars a los que cazar.

Lacidaus Gyi, el consejero personal del rey, el que me mira cómo si yo estuviera aquí para asesinarlos a todos, como si estuviera sosteniendo un cuchillo en la garganta de todos y cada uno de ellos. Los hombres que rodean la mesa son ancianos, con las caras arrugadas y en su mayoría calvos. De ojos claros, verdes o azules, con muchas manchas en la piel y distinguidos trajes que les dan orgullo en sus mentes, pero deja mucho que desear en la de los demás.

—Debemos atacar—dice Lacidaus y como tiene pinta de ser el más mayor o tal vez el más sabio, los demás escuchan. Se le nota el odio, porque tiene las fosas nasales, que son particularmente grandes, quizás cedidas por los años, muy abiertas. Si algo he logrado pillar con los años, es que, normalmente, la mayoría de discursos de odio provienen del desconocimiento o del miedo por sentirse inferior. Lacidaus, sin embargo, con sus grandes orejas y sus ojos diminutos, parece tenerlo muy claro—. Estamos preparados, alteza. Tenemos todo lo que necesitamos y es el mejor momento. Hay tensiones en el reinado del rey Bellamy y el hecho de que su heredero esté enfermo lo debilita. Debería ser capaz de tener más hijos y si no, el trono pasaría a la siguiente línea de sucesión de familiares lejanos. Es un buen momento. Tenemos tropas fuertes, preparadas, jóvenes dispuestos a luchar, y sobre todo, el factor sorpresa. No se lo esperan. No saben de lo que somos capaces, no tienen recuerdos de vernos y eso, juega en nuestro favor. Nadie les ayudará, alteza. Desde luego no atravesando la barrera y no desde las islas, pues saben que deben cruzar un mar para llegar a Vetr. No cualquier mar, nuestro mar.—Tengo los pelos de punta porque, tal como lo señala él, parece un campo de guerra, uno del que está claro que yo no tenía tanta constancia. De reojo miro a Wilder, que aprieta la mandíbula mientras se araña uno de los nudillos, poniéndoselo rojo. Sin que nadie me vea, tiro de un pellizco de su camisa hasta separar sus manos y enredo mis dedos en los suyos, bajándolos de la mesa para que nadie más sea testigo de ello. Si se sorprende lo oculta, porque no dice nada, pero por lo menos, ya no se hiere a si mismo. Sus dedos están calientes, algo que necesito porque las palabras del consejero me han helado por completo la sangre.

Invierno en Leinheim✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora