16.Raith: He roto el límite y tocado el paraíso

25 7 1
                                    


No hace ni frío ni calor, la temperatura es del todo perfecta, al igual que el escenario que me rodea, fuera de lo normal. Paseo los dedos por el lienzo, tensado para que lo pinten, preparado junto con los pinceles, nuevos y sin mojar aún. Tengo muchas preguntas en la punta de la lengua, pero cuando Wilder coge una fresa entre sus dedos y se la come dejándose caer sobre el sofá, todo pensamiento lógico abandona mi mente. Sus labios brillan con el color rosado y su manera de morderla me distrae lo suficiente como para que sienta calor en mi interior, trepando de mi estómago a mi cuello y luego a mi cara. ¿Se da cuenta de lo sexy que es haciendo algo mundano? Ni siquiera me mira, solo come tranquilo, como si no estuviera revolviéndome las entrañas con un palo de fuego. Se relame los labios y entonces me mira.

—Puedes venir aquí siempre que quieras. Este sitio está abierto para ti. Ni siquiera tienes que identificarte y nadie te cuestionará qué haces.

—¿Sola? ¿Puedo venir aquí sola?—pregunto y él asiente con la mandíbula muy apretada. Intimida tanto... no solo porque sea atractivo, sino porque parece estar constantemente luchando contra algo o alguien.

—Preferiría que no lo hicieras, más que nada por seguridad, pero sí lo deseas sí. Solo tienes que alertar a uno de los guardias del palacio, para que te preparen el carruaje y ya.

—¿Por qué?

—Pues porque llegar a pie toma mucho tiempo y tú digas que te las apañas con un cuchillo, dudo mucho que deambular por nuestras calles sea un paseo adecuado para alguien como tú. Podría pasarte algo, algo peor que compartir carruaje conmigo.—Me mira a través de sus pestañas y yo niego lentamente mientras camino hacia su lado, sentándome con cuidado. Lo último que quiero es asustarlo con mi cercanía, aunque la quiera ahora mismo.

—Me refería a que por qué haces esto por mi.

—Eso no necesitas saberlo.—Se levanta dándose una palmada en las rodillas, haciendo que lo siga con la mirada—. Te dejo disfrutar del sitio. Cuando quieras puedes volver por donde hemos llegado, el carruaje te estará esperando.

—¿No te quedas?—no puedo parar la pregunta en mi boca, al igual que la decepción que se filtra en mi voz. Enderezo la espalda e intento que no se note, que parezca una casualidad. ¿Notará el cambio en mi voz o eso es algo que sí logra escapar de sus sentidos?

—¿Quieres que me quede?—No hay humor ni juegos, solo una pregunta que parece real en su cara. Examino su rostro y asiento una sola vez.

—Tenemos que acabar nuestra conversación.

—¿No crees que ya está todo claro?

—Pues no porque yo aún no entiendo porqué quieres cortejarme ni qué pretendes sacar de ello.—Palmeo el sofá a mi lado y entonces se me ocurre algo. Al final, quizás el licor sí que es la solución, al menos de momento—. Haremos algo. ¿Qué te parece beber un chupito por cada pregunta que evitemos responder o respondamos de manera vaga?

—Eso se parece terriblemente al juego de críos de verdad o atrevimiento, o una excusa muy pobre para emborracharme.—Levanta una de las cejas y yo me encojo de hombros. Yo no había propuesto ese juego porque aunque sé en qué consiste, nunca he tenido con quien jugarlo—. ¿Es que nunca lo has jugado?—Tengo que aprender a controlar mi cara porque, sino, para Wilder leer mis sentimientos es tan sencillo como solo mirarme un instante—. ¿Es por que en el barco no había niños? Tiene sentido.—Se responde solito y yo asiento lentamente durante varios momentos, reclinándome un poco en el sofá—. ¿Y si me pintas?

—Te dije que se me dan mal los retratos.

—No tiene porqué ser mi cara.

—Si te desnudas, te prometo que me tiro del balcón—prometo y él se encoge de hombros.

Invierno en Leinheim✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora