capítulo cuatro

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Satoru

Toca por unos instantes la puerta entreabierta y, apenas obtiene la mirada de Yuta sobre él, siente que va a llorar por el temor expuesto; hay miedo y hay incertidumbre, sintiendo la culpa romperle el corazón incluso si sabe que los sentimientos no pueden ser consentidos. Piensa en su psicólogo explicándole que son complejos y reprimirlos no ayuda para nada pero, ¿esa regla vale cuando se trata de su hijo? ¿Es acaso válido romperse así mismo para no romper a su niño?

Satoru piensa que sí. Incluso está dispuesto a ignorar las palabras hirientes que su propio muchacho le ha dicho.

Todo por verle sonreír.

—¿Puedo pasar?—con inseguridad, el muchacho asiente. Se da la tarea de observar un poco la habitación en el hogar de Suguru y nota que es parecida a la que está en su casa, empezando por los pósters de bandas de rock, de videojuegos y una que otra foto con sus amigos y familia.

Pero justo como en su casa no hay ni una sola de Suguru, en esta no hay una de él. Entendible, pero su egocentrismo es herido.

—Pensé que tu padre favorito estaría por acá—Yuta suelta una risa, tallándose un ojo.
—No tengo padres favoritos.
—Auch, que directo.
—Lo saqué de ti—sonríe, sentándose en el piso para quedar a sus pies y, para su sorpresa, este hace lo mismo. La diferencia de alturas está pronunciada, sin embargo ahora ninguno está encima del otro. Ni tampoco se atreven a verse, probablemente por la vergüenza—¿por qué dijiste todo eso?

Ah, era una respuesta tan sencilla.

—Tenía miedo.

Miedo a recaer. Miedo a sentir otra vez. Miedo como la vez que se le diagnóstico su trastorno de ansiedad sin especificar tras su divorcio, (incluso si por un lado le daba alivio, vaya) dónde lo único que pensaba era que podría dañar a su pequeño si perdía el control de si mismo. De ahí a que lo intentara todo: ir a yoga, dejar la cafeína y los productos altos en azúcar, técnicas de relajación, la terapia.

Todo para acabar lastimando a su pequeña bolita depresiva.


Tras la partida de Suguru, Yuta fue lo único por lo cual podía levantarse de la cama. Levantarse para acompañarlo a la escuela, para hacerle de comer, para pasar tiempo con él; todo era por Yuta. Mientras estuviesen juntos, Satoru era el papá más animado, asombroso y sano mentalmente que pudiese existir, apegándose a su pequeño para sentir como el sol estaba en su frío departamento cuando Yuta vivía con él.



Por ello pelear la custodia fue algo de vida o muerte, rehusándose a que Suguru se lo llevara un mes y lo apartará de su lado; el ya tenía a las niñas, ¿por qué quería quitarle el único motor de vida que tenía? ¿quería matarlo?


De todas formas acabó aceptando. Y ahora mismo, eso no tenía relevancia: Yuta lo veía con desconfianza y temor, sintiéndose él mismo un monstruo por lastimar a alguien que quería proteger. Y aún así, estaba dejándole entrar a su espacio seguro para hablar con él.


Era comprensivo y abierto al diálogo.

—Eres tan parecido a tu padre, ¿sabes?—dice tras un suspiro, quitándose las gafas. Yuta lo está observando con curiosidad, pero puede ver qué aquello le ha agradado.
—Qué curioso, papá dijo algo parecido hace unos minutos.
—Bah, aparte de robarme los dulces es un copión.

El camino hacia ti [SatoSugu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora