capítulo seis

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Satoru

—¡Suguru!—gritando mientras se asomaba, el albino frunció la nariz cuando notó la ausencia en la mini oficina. Eran las cuatro de la mañana y hoy partía como el día libre de ambos, pero apenas sintió la cama vacía, salió casi en un disparo a buscar a su esposo—¡Suguruuuu! No me hagas gritar más, Yuta se puede despertar—repitió, caminando y buscando entre cada puerta de la casa aunque sea un mínimo rastro del azabache—juro que si te veo trabajando de nuevo voy a cortarte el cabello mientras duermes, ¿escuchaste?

Ni una sola respuesta. Comenzaba a impacientarse.

—Oye, idiota. Ya deja de hacerte el misterioso e interesante, eso solo te sirvió en la-ah, ahí estás.

O los restos de lo que alguna vez fue, pensó. La poca iluminación de la sala no ayuda a la vista miserable que tenía frente a él: con su esposo y sus pijamas viejas, sentado en el sillón mientras el cabello negro le caía en cascada. Quizás en otra ocasión se hubiese asustado, pero era tan excesivamente común ir a buscarlo a esas horas que ya siquiera podía fingir sorpresa.

Igual, de nada le servía mentirle. Suguru lo conocía más que su propia madre.

Sonriendo un poco fue que acabó por ir frente a él, agachándose hasta dejar caer las rodillas contra el suelo. Notó como la mirada violeta volteó a verlo antes de caer de vuelta hacia abajo, pero Satoru poco iba a permitir que su esposo siguiera hundido en lo que fuera. Así que ahí va, acariciando su rostro con los pulgares mientras lo alza, dedicándole una pequeña sonrisa llena de calma, de esas a las cuáles siempre respondía con otra y un <¿qué diablos haces despierto?> antes de que se lo llevase a la cama otra vez para dormir abrazados.

Era lo de siempre.
Pero, esta vez, Suguru no le sonrió de vuelta.

—Oye, idiota. Debes dejar de irte de la nada, ¿qué no recuerdas mis traumas de abandono?—era una broma, claro. Él jamás tuvo de esos, pero por lo mismo solía reírse de sus bromas sin sentido.

Esta vez no lo hizo. Pero no se rindió.

—¿Quieres que acaricie tu cabello hasta dormir?—el corazón pudo relajarse cuando su hombre asintió, haciendo que Satoru sonriera con dulzura—de acuerdo, vamos a la cama, ¿está bien?

Y lo selló con un beso. De esos dulces y bonitos, donde sus labios se tocaban con calma y solían compartir ese contraste entre vainilla y café, haciéndole sonrojar a pesar de los años como también volverse loco, cerrando los ojos hasta que se separó de él, viéndole con brillos en estos en comparación a la oscura mirada del oficinista.

Geto solo se levantó del sillón, quizás yendo hasta su cuarto sin decir una sola palabra o siquiera corresponderle.

Dejándolo temblar, Satoru solo pudo apretar sus uñas contra sus propios muslos mientras sentía espasmos horribles por todo el cuerpo y un frío atroz atravesarlo entero; incluso había acabado por frotar sus manos contra sus brazos en un nulo abrazo, mordiéndose su labio inferior ante los sentimientos amargos y el horrible apretón en su corazón que parecía moldearlo a su antojo.

Entonces la humedad fue a parar hasta su rostro. Lo notó muy rápido para su gusto.

Estaba llorando.










Cuando Satoru abre los ojos solo puede pensar en qué ojalá no lo hubiese hecho; son las dos de la tarde, se ha perdido el desayuno y puede sentir un par de rayos por la ventana dar contra sus ojos, haciéndole chillar como si fuese un niño pequeño antes de sentir el horrible escalofrío que hace se haga bolita, buscando más calor de ajo de las finas mantas de su antigua habitación.

El camino hacia ti [SatoSugu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora