capítulo siete

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Suguru Geto.

Considera que en alguna línea temporal ha sido un asesino en masa pues, de no ser por eso, no comprendería las razones del castigo que está viviendo ahora mismo: la empresa recién fundada está en su auge y su jefe parece adorar su trabajo, llevándolo a horas extras y sobreexplotación laboral que camuflajea perfectamente con «eres el único que puede hacerlo». Y va, no le molesta verse reconocido -para bien o para mal, Suguru es bueno con lo que hace- pero extraña tanto el estar en casa con Satoru y Yuta. 

Los hecha tanto de menos. Más cuando las últimas dos semanas sus horas laborales se extienden y, justo como hoy cuándo entra a la pequeña casa, busca el gatito negro con la patita alza que tienen por reloj. Diez de la noche.

Detesta cumplir más de ocho horas por buscar un "mejor futuro". Y es que si bien los trabajadores sociales en Estados Unidos son más abiertos que los nipones, ha notado la desconfianza y el asco detrás de esa sonrisa dulce y amable cuando Yuta se les fue entregado. Mucha tierra de la libertad, pero seguían siendo unos hipócritas que dudaban de la crianza entre dos hombros que habían viajado hasta otro puto país por cumplir el maldito sueño de tener una familia.

Tira el maletín en el sofá. Está terriblemente cansado. 

¿Cuándo fue siquiera la última vez que habló bien con Satoru? Quizás la semana pasada cuando tuvo un día libre, donde probó la nueva receta de panqueques de banana y chocolate antes de dormir casi dieciseis horas. O diez días cuándo Yuta se quedó a dormir en la casa de los Inumaki y pudo tomar a su esposo, repitiéndole al cansancio lo mucho que lo amaba y había extrañado. 

Suguru solo quería volver a ver a su familia. 

—Estoy en... casa—murmura para sí mismo. El silencio es lo único que lo recibe mientras desafloja el nudo de la corbata y camina hacia la habitación que comparte con Satoru, sintiendo la pesadez de su cuerpo a cada paso que da, recapitulando las cosas que tiene por hacer mañana y la poca motivación que guarda en su cuerpo para hacerlas. 

Le tienta renunciar. Pero no puede dejarle la carga a Satoru, mucho menos luego de que su familia haya cortado todo tipo de lazos con él tras haber salido "defectuoso". Un Gojo homosexual iba en contra de la cadena heteronormativa de ese estúpido clan, incluso recibiendo sobordos por parte de la matriarca para que dejara de "contagiar" a su pobre querubín. Y es que entre más piensa y piensa, más se enoja, más coraje contiene, más molestia arraiga en su cuerpo junto al estrés del trabajo, la tristeza de no ver a Yuta crecer, de besar a su esposo, de comer algún postre preparado por él. Dios, ¿cuándo fue la última vez que siquiera lo escuchó reír?

Suguru sentía que la vida se le estaba yendo de las manos. Justo como la luz de la puerta semi abierta del cuarto de su hijo; asomándose, el azabache observa la imagen más preciosa que sus ojos han visto: Satoru está dormido en la cama con el pequeño, este último arriba de su estómago mientras el albino tiene la boca abierta.

Quiere tomarle una foto, pero el papel que sostiene Yuta en su manita le llama la atención suficiente para adentrarse y tomarlo sin buscar despertarlo. El corazón se le ablanda cuándo ve que es un dibujo de los tres tomándose las manos, un gato y la casa hecha a base de líneas chuecas con un sol en la esquina, sonriendo. 

Aprieta sus labios y la hoja de papel también. Si quiera reprime el sollozo mientras sus ojos se cierran, no dándose cuenta de que es observado hasta que siente la piel suave limpiando sus lágrimas: Satoru está ahí, sonriéndole con los ojos adormilados y el cabello revuelto, la otra mano acariciando las cabellos del pequeño de sueño pesado. Le cuesta reaccionar, claro, viéndose atrapado en un momento de vulnerabilidad dónde solo siente el agua de sus ojos correr más cuerpo estático bajo el cielo que lo observa.

El camino hacia ti [SatoSugu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora