capítulo nueve

809 78 42
                                    

—¿Otra vez sales, Satoru? 

Los pasos del albino se detuvieron ante el cuestionamiento, volteando su cuerpo para verle: Suguru Geto llevaba puesto un suéter delgado color gris, tenía el cabello atado en una coleta alta y una taza de café. Eran las ocho de la noche. Capaz tenía alguna cosa pendiente del trabajo o simplemente había acabado por tener un gusto de tomarlo a todas horas. Lo vio juguetón, recargando una de sus manos en el sillón.

—¿Acaso vas a hacerme una escena? Mira que no me molestan para nada estos jueguitos.
—¿No puedo interesarme por lo que hace mi esposo los sábados en la tarde? 
—¿Qué son estas charlas a base de preguntas?—bufó con molestia, tomando su chaqueta color marrón—sí, voy a salir. ¿Necesitas algo antes de que me vaya o solo te gusta retener mi hermoso rostro? 
—¿Con quién vas? 

La expresión juguetona cambió drásticamente. Suguru detestó la manera en la que reconocía la seriedad en el rostro de su esposo, de esa que procesaba todo lo que estaría por decir en una mentira que solo él podía descubrir luego de los miles de rumores en el vecindario, de las visitas de las ancianas en el parque que le juraban lo que había detrás de su venda y de las pequeñas sonrisas que Satoru le daba al teléfono cuándo creía que nadie lo veía. 

—Con un amigo. 
—Tú no tienes amigos. 
—Los tengo. Otra cosa es que tu estés tan ocupado que no te importe lo que hago o lo que te digo. ¿Sabías que Toji tiene un hijo? Apuesto a que a Yuta le encantaría tener más amigos niños, aunque realmente no sé cuántos años tiene—al menos había sinceridad en sus dichos, haciendo que la lucidez antes de la tormenta le pasara por el pecho—¡Bien, Sugu! Ahora me diste un tema de conversación. Qué buen esposo. 

El contacto de la mano del peliblanco con su mejilla, apretándola, se sentía una horrible burla. Suguru lo observaba sin expresión alguna, notando los ojos cerrados y la sonrisita sin mostrar sus dientes que destilaba una inocencia genuina, dulce. De esa que le recordaba a cuando en la preparatoria, Satoru le hablaba sobre su visión de la vida, sobre la soledad que había sentido hasta que su presencia llegó a alborotar todo su mundo, antes de hacerle sonrojar y burlarse por la cursilería -esa que le encantaba-. Quizás por eso, el impulso fue más rápido: tomando su muñeca, recargando el rostro en la palma mientras el ligero calorcito hacía que el pecho del azabache volara como mariposa partiendo hacia el otoño.

Lo había extrañado tanto. 

—Satoru—murmura, abriendo apenas los ojos. El rostro de su esposo está colorado, sus ojos azules brillantes como el mar, donde puede sentir que tiembla un poco. Parece que en cualquier momento va a llorar y, por un instante, Suguru quiere hacer lo mismo—no te vayas, por favor. 

Y quizás, el albino era muy tonto. Quizás se conformaba tan poco, sabiendo que mañana su esposo no le hablaría como ahora, no lo tocaría con tanta delicadeza, ni mucho menos lo besaría con tanta dulzura y cariño, sintiendo sus manos apretarle la cintura y las propias enredarse en el largo cabello negro, cegándose así mismo entre los chasquidos de un beso íntimo, doloroso, quizás hasta cruel. Quizás Satoru jamás podría huir de una relación donde la comunicación pasó de ser primordial a casi nula, donde sus salidas iban y venían, donde los ojos oscuros le cuestionaban si se amaba tan poco para caer ante la más mínima muestra de cariño, antes de tomar un trago a la horrible piña colada sin alcohol. 

Quizás Satoru jamás podría decirle que no. Y Suguru sabía perfectamente bien eso como para bajar las defensas.

Porque el albino jamás sería capaz de dejarlo. Y él tampoco.





El camino hacia ti [SatoSugu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora