capítulo cinco

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Satoru

Su vida es una constante tragicomedia.

Considera que es trágico porque embarcarse a un viaje con su trastorno y su ex esposo es, algo así, como la muerte. Y es cómico porque lo único que le queda es reírse, incluso si en el auto solo está observando el frasco de benzodiacepinas como si fuese el único hilo que lo separa de perder la cabeza.

Satoru ha seguido todo un modelo de vida relativamente sano, cuidándose de los vicios y dejando el café por su propio bien. Ha ido a terapia, a yoga, hecho ejercicio y mil mierdas más por su control, optando por empastillarse únicamente en casos extremos.

Considera que este es uno.

Sin embargo, la vocesita curiosa de Megumi es más que suficiente para traerlo de vuelta a la tierra, observando por arriba de sus lentes oscuros al infante que juega con un peluche que no reconoce.

—¿Llevas todo?
—Sí.
—¿Estás seguro?
—Que sí.
—¿Y eso de dónde lo sacaste?

El azabache claramente para con su juego, buscando su mirada antes de alzar las orejitas del lobo blanco, ese que jura no haberle regalado, haciéndole fruncir la nariz con medio cuerpo encima del asiento y una vena entre curiosa-acusadora mientras de fondo escucha la puerta abrirse.

—Sukuna dijo que un lobo negro no puede estar sin su lobo blanco—el tic que siente Satoru por venir es real, la risa de Yuta distorsiada escuchándose de fondo. En su inocencia (o caradurez, ya no sabe), el azabache le estira sus brazos con el peluche en mano, buscando que lo aprecie de cerce—está bonito.
—Yo puedo conseguir uno mejor.
—¿Sukuna te regaló eso?—la voz de su primogénito es curiosa y emocionada, pinchando la nariz del lobito—dile que también me regale uno a mi.

Ahora no es un tic, es un maldito infarto.

—No te va a regalar nada. Tú, mocoso calenturiento—el ojeroso lo mira con burla, el peluche de Megumi estando ahora en sus manos—y tú, no le aceptes cosas a ese futuro delincuente.
—No eres mi padre para decirme que hacer—y claro, el albino rueda los ojos, volteando a ver a Yuta.
—Entre los dos esperaba que tú me dijeras eso primero.

El más alto alza los hombros:—puedo ir practicando.
—Junior, no le rompas el corazón a tu padre tan pronto.

Y aunque ríe con sus hijos, pronto está fuera del auto con las manos en los bolsillos, los lentes oscuros y la camisa azul cielo con detalles amarillos y dos botones abiertos mientras camina hacia su ex esposo; Suguru está batallando con unas cuantas maletas y si bien sus años se encajan en sus palmas, Satoru es todo un cabellero indispuesto a dejar a tal hombre sin ayuda. No se da cuenta de que su hijo mayor lo está viendo con una sonrisa juguetona.

Nanami tiene razón cuando le dice que es un adolescente todavía. O en sus propias palabras "un cerebro sin desarrollo mental válido que es un peligro hasta para sus propios hijos".

—Damelo, parece que no conoces que eres débil.
—Ni ha iniciado el viaje y ya estás reclamando—aunque le haya dado gracia, Suguru no tiene el derecho aún de verlo reír, apurándose aún más para dejar las mochilas en el maletero—oye, Satoru.
Mon amour, para ti.
—No—bufa, rodando los ojos—quiero hablar de algo contigo.

Con toda su alma está tentado a decir que no. Incluso a soltar reclamos del pasado como ese típico "¡ahora sí quieres hablar!" pero se contiene; los niños y Yuta están dentro del auto y si bien el sonido no es tan fuerte, sabe que cualquier paso en falso puede hacerlos gritar.

El camino hacia ti [SatoSugu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora