Capítulo dos: La mirada de la realeza

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Belle Amelie...

Era ese momento del año en el que todos sus recuerdos resucitaban y una vez más sentía que era capaz de explorar el mundo. Reunirse con sus amigos la hacía sentir capaz de hacer todo, incluso cumplir sus sueños. Sin embargo, la realidad era otra, a pesar de tener todo lo que ella quería al menos por un tiempo, tenía aún un deber por cumplir y todos sus sueños pasaban a segundo plano. Por alguna razón ella aún albergaba esperanzas de que podría evitarlo, que si lo ignoraba lo suficiente, no tendría que pasar, pero eso era imposible, porque los problemas no desaparecen, a menos que los enfrentes y ella nunca se enfrentaba a algo que no estuviera en su control.

El sol se filtraba por la ventana de su habitación, dándole brillo a sus pensamientos y quemando sus ojos. Lo que Belle más deseaba era apartar todas sus dudas por al menos un segundo y disfrutar los últimos momentos que tendría antes de cargar con la responsabilidad y el poder de todos los elementales.

Al recorrer su habitación, pensó en las veces que se había sentado a la luz de la vela a dibujar en sus bitácoras. El carboncillo dejó marca sobre el tocador por años. La princesa tomó los cuadernos de cuero, los cuales se encontraban abiertos y los acomodó sobre una esquina, como una torre recta. Todo en su habitación estaba pulcramente acomodado y aunque todas las noches dormía en las mismas sábanas de seda rosa, nada era igual a su pasado. Abrió la ventana, sintiendo el frío de la mañana y miró hacia la cascada que caía al reino desde el castillo en el aire. A su madre nunca le había gustado que ella se asomara, le decía que algún día se caería, pero para Belle, ese era de los pocos momentos donde se podía sentir libre. A lo lejos podía ver el reino de los elementales y se preguntó cómo sería vivir sin el peso del poder de los elementales sobre sus hombros.

Con tres toques en la puerta, Magda y Kenna entraron en su habitación a ayudarla a cambiarse. Era momento de volver a la realidad. Por más que le costara afrontarla. La vistieron con un vestido lila y recogieron sus rizos castaños en una trenza que le caía casi a la mitad de la espalda. Aún con las mangas largas del vestido, podía sentir el frío del casi llegado invierno. Últimamente los días habían sido así, inclusive desde antes de la llegada de William hace una semana.

—¿Descansó bien, su Alteza? —preguntó Magda.

Su boca se encontraba enmarcada por arrugas, como un libro que llevaba años cargando con conocimiento. Aún recordaba cómo solía lucir cuando era joven y desde que los abuelos de Belle habían fallecido, consideraba a Magda como su abuela.

—Sí —no dijo nada sobre los pensamientos que le usurpaban la alegría.

—El día de hoy intentaremos hacerla ver más hermosa que de costumbre, para que así impresione al príncipe William.

Magda siempre había pensado en que William y Belle se casarían en un futuro, lo pensaba desde antes de que sus cabellos se hicieran blancos y la princesa debía admitir que hasta cierto punto, la idea le movía el corazón, pero a la vez le daba miedo.

El vestido la hacía ver tierna, un tanto aniñada, no por el corte, ni nada por el estilo, pero, a diferencia de otras mujeres en Ballora, su cuerpo era plano, sin volumen, como si de alguna manera no hubiese cruzado la pubertad. Cosa que le avergonzaba. No era como Kenna, la otra mucama, voluminosa y muy bella o como Camille, la princesa sirena de Mermya, la mujer más hermosa de Ballora. A pesar de que William le dijera que ella era la más bella, en su mente sabía que siempre habría alguien mejor.

***

Adam estaba justo en el mismo lugar de siempre; a un lado de la puerta de entrada a la habitación de Belle. Él hizo una reverencia:

—Buenos días, princesa.

Su guardaespaldas venía recién peinado o al menos lo que él creía que era un peinado, empujado con los dedos mojados hacia atrás; aún podía ver las gotas entretejidas en su melena oscura, los dedos le picaban con la necesidad de tocar su cabello y secar el agua. Belle sabía que a mitad del día el cabello azabache le caería a los ojos otra vez y honestamente, ella lo prefería desaliñado, lo hacía ser más él.

La Marca de la HerederaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora