Capítulo uno: La llegada del príncipe dorado

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Belle Amelie...

Nunca había pensado en cómo se sentiría perder su infancia. Cuando era niña quería crecer y pensaba que una vez que pasasen los años, podría salir y explorar el mundo. Ahora ya estaba más alejada de su niñez y conforme creció, aquellos sueños se hicieron cada vez más distantes. Vivía en un castillo y solo había conocido cuanto se le había mostrado y ese deseo de explorar el mundo se reducía a unas cuantas especies que podía encontrar en los alrededores de Elean. De vez en cuando visitaba los otros reinos y solo conocía lo que en el poco tiempo de su estancia podía ver.

Su infancia pasó como las hojas del libro que tenía en las manos. El cuero verde se sentía desgastado por todas las veces en las que había sido leído y ese libro era uno de los recuerdos más valiosos para la princesa.

—Princesa, por favor baje de ahí. —la voz de Adam la interrumpió en la página donde los dragones crearon la Tierra.

La escalera tambaleaba un poco y aunque sintiera que fuera a caer, a Belle le gustaba leer en ese transporte a todos los pisos del conocimiento.

—Puede leer el libro sobre tierra firme, la escalera no se ve muy segura.

Miró a Adam, quien sostenía la escalera con una mano y la miraba con sus ojos azules. El cabello negro enmarcaba su rostro igual que cuando eran niños, solo que ahora era demasiado serio, tanto que ya no era divertido hacer travesuras con él.

—Por favor. —le pidió nuevamente su guardia real.

Adam le extendió la mano y ella la tomó. Siempre que había cercanía entre ambos, ella se sentía pequeña. Desde niños había una notable diferencia de estatura entre ambos, y ahora, a sus quince años, él siendo dos años mayor que ella, era tan alto que sobraban dos cabezas entre ambos.

Odiaba ser tan pequeña.

—No iba a caerme —replicó la princesa—. Te preocupas demasiado.

—Ya sabe lo que dicen, su bienestar es mi deber. —respondió, aunque en el sentido literal de la frase, era cierto y a Belle le costaba admitirlo.

Aún llevaba el libro en la mano y vio cómo Adam lo miraba fijamente.

—¿Ballora y los dragones? —preguntó —esa historia ya la ha leído mil veces desde que era niña— hizo una pausa, una sonrisa pícara apareció en su rostro—. Recuerdo una vez que estuvo enferma me pidió que le leyera la historia.

Belle se ruborizó inmediatamente.

—Eso es mentira. —jugó con su cabello rizado y apartó la vista de él.

Era cierto, sin embargo, le daba demasiada vergüenza admitirlo. Desde que eran niños él solía burlarse de aquellas pequeñas cosas que ella hacía, como llorar al perder un objeto o pedir que alguien la cuidara cuando tenía miedo en las noches. Definitivamente eso era algo que lo diferenciaba de William.

—Es verdad. —sonrió complaciente.

—Aunque haya sido verdad, la leíste y esperaste a que durmiera. —quiso decirlo con más seguridad, pero no fue capaz.

—¿Por qué lo está leyendo nuevamente? —evadió el comentario.

La princesa entrecerró sus ojos, sorprendida que no haya dicho nada al respecto. No solía dejar las discusiones a medias.

Belle no quiso hablar más, porque sentía que sus mejillas se coloraban más de lo normal y las manos no le dejaban de temblar. La princesa tomó el libro entre sus manos y lo abrió en las ilustraciones a mano de los dragones. Se colocó el cabello detrás de la oreja.

La Marca de la HerederaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora