Capítulo once: Barriendo el suelo

2 1 0
                                    

Lazlo Memmery

Salió de la habitación con pasos mesurados, los cuales adquirieron velocidad junto con su corazón. Los oídos le zumbaban y el príncipe estaba seguro de que escuchaba sus propios latidos, aunque no sabía si eran de su cerebro o de su corazón. Se sentía demasiado culpable por saber lo de la profecía y aún así, no hacer nada al respecto. Lo mínimo que podía hacer era advertirles, decirles lo que sabía y esperar por lo mejor o peor. Sin embargo, no iba a hacerlo, porque él se consideraba un cobarde. Estudió las estrellas por años para comprobar la veracidad de la profecía y aunque estaba casi totalmente seguro, se quedó callado.

No podía concentrarse en las filas de elfos que se encontraban en el pasillo, mucho menos en si chocaba con alguno de ellos. Ni siquiera podía escuchar sus voces cuando lo llamaban por su título. Por el momento no le importaba ningún infortunio, ya que él podía ser la causa de uno, y lo único que podía hacer, era pensar en cuánto se odiaba a sí mismo. Tomó su cabello rojo entre las manos e intentó alzarlo en un moño y cuando iba a amarrarlo con una cinta, cayó al suelo de sentón y un cuerpo femenino frente a él.

—¡Por Elean! ¿Estás bien? —Belle se arrastró sobre su vestido marrón, acercándose a él —Lo siento, debí esquivarte.

Si algo sentía Lazlo que compartía con Belle, aparte de los mismos gustos en literatura, era que ambos se culpaban por absolutamente todo. A veces ella intentaba hacerle entender que él no era culpable y viceversa. No obstante, parecía que siempre volvían a ese círculo vicioso.

—Yo choqué contigo, lo siento.

Ambos se levantaron. Lazlo sacudió la parte trasera de sus pantalones beige y Belle estiró su vestido.

—¿Por qué caminabas tan deprisa? ¿Pasó algo?

—¿Tú no deberías estar entrenando? —no quiso sonar tan a la defensiva, sin embargo, buscaba una excusa rápida para no hablar sobre el tema —Además, es poco común que estés en esta ala del castillo.

Ningún elemental se atrevía a estar cerca de donde estaban los elfos, específicamente de la habitación de su padre. Ni siquiera Lazlo lo hacía.

—¿Estás bien? Estás llorando.

No se había dado cuenta de que comenzó a llorar. No importaba cuánto intentara ponerse a la defensiva o fingir que no había cometido errores, para él mismo, aún era un cobarde.
Belle lo tomó de la mano y lo llevó por los pasillos, los cuales se sentían infinitos. Para él, así era la vida, un pasillo largo que nunca termina de recorrer, se encontraba con muchas personas en el camino, pero no podía volver atrás por ellas. Nunca nada le había recordado más a ese sentimiento, más que este momento donde él sabía todo y a la vez nada, donde sus amigos podían morir y él no podía hacer nada. La princesa cerró la puerta detrás de ellos y lo sentó en la sala de estar, de la habitación de Lazlo. Él no podía parar de llorar y Belle únicamente lo abrazaba, murmurándole que todo iba a estar bien. No le preguntó sobre qué lo llevó a este estado, tampoco lo juzgo. La princesa elemental era el lugar seguro del príncipe, porque a pesar de ser menor que él, habían encontrado tantas cosas en común, que su amistad solamente se hizo más estrecha. Ella estaba para él siempre y aún así, él le mentía en la cara:

—Belle... —sollozaba — Si descubrieras que te he ocultado algo importante, ¿dejarías de quererme?

Él pensó que se merecía que lo dejaran de querer, que Belle en ese momento lo cuestionara y lo corriera de Elean por haber sido un mentiroso:

—No te puedo decir que estaría cómoda con eso... —acarició el cabello del príncipe —pero trataría de entender por qué lo hiciste y te pediría que fueras honesto conmigo en un futuro... —Lazlo solo lloró más por la amabilidad de la princesa —. No necesitas cargar con las cosas solo. Estoy aquí.

La Marca de la HerederaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora