Capítulo cuatro: Voces

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Lazlo Memmery...

Lo que él más temía sucedió. La guerra estaba tan cerca de Elean que en las miradas de todos existía el miedo. Un miedo que todos intentaron ocultar.

Las prendas del príncipe elfo se encontraban manchadas de sangre, seguía fresca y las manos no le dejaban de temblar. Aún tenía la sensación de cómo la vida dejó el cuerpo de su compañero elfo. Era posible sentir cómo la vida de alguien se iba, se perdía esa esencia y ese peso que venía después cuando su cuerpo queda inerte, es la señal de que se había ido. Sin embargo, esa vez era diferente, ningún muerto que había visto Lazlo en sus años de vida, había llorado lágrimas de sangre al morir.

Nadie se atrevió a hablar por un largo minuto. El príncipe elfo volteó y miró a William, quien sostenía el pergamino con fuerza, la mirada perdida en la nada. Adam, por su parte, parecía molesto, pero lo que más predominaba en ambos era la preocupación. Sabía el príncipe de dónde surgía el sentimiento de ambos. Lazlo estaba preocupado, sin embargo, no era de la misma manera en la que ellos lo hacían .

Algo le remordió la conciencia, el sentimiento de saber algo que los demás no. Algo que se había guardado por  mucho tiempo y que era hora de revelar.

Pero no podía, no ahora.

—Deben cancelar la ceremonia —Adam habló, con fuerza, sacando al pelirrojo de sus pensamientos —. No es seguro para la princesa y como su guardia, no pienso poner su vida en riesgo.

—Estoy de acuerdo con Adam. Es arriesgado —Just siguió a lo que su hijo decía. —. Ya tenemos una advertencia, la ceremonia no es segura.

—¡No se puede cancelar! —el rey Arthur interrumpió.

Lazlo quien iba a seguir con las ideas de los dos primeros, se quedó callado.

—La ceremonia es importante, es lo único que podrá poner un límite a Caen. Belle debe heredar los cuatro elementos. —la copa de vino en el reposabrazos del trono, cayó al suelo.

«Ya no quiero ver más sangre.»

—La advertencia es clara, su Majestad —Adam volvió a hablar.

El príncipe de elfo sabía que si seguía hablando, el pelinegro podría terminar en problemas. 

Ya había visto Lazlo a alguien desobedecer al rey y no terminó bien. Cuando se trata de un elemental y su palabra, a veces se jugaba con la vida de quien la contradecía. El pelirrojo pensaba que todas las relaciones eran así, puedes tener una opinión diferente, sin embargo, no contradices a tu aliado. Tal vez era muy dócil, en eso era diferente a su padre. El príncipe notaba cómo los del consejo preferían estar lejos de él y durante mucho tiempo, la hostilidad de su padre había mantenido la relación con los elementales inestable.

Él quería ser diferente a su padre.

—Nada da fe a las palabras de Caen. —replicó Arthur.

—Sabemos que es un enemigo al que no podemos tomar a la ligera. Ya ha arrasado con pueblos. Secuestrado gente. Masacrado familias —cada frase tomaba más fuerza.

Lazlo hubiese dado un paso atrás ante la confrontación de Adam, pero el Rey no parecía inmutarse.

—Llevar a cabo la ceremonia pondría en riesgo la vida de Belle y eso no es algo que pueda permitir. —muy tarde, se dio cuenta de su error.

Se quedó callado. Su majestad había prohibido a Adam dirigirse abiertamente hacia cualquier miembro de la familia real y aunque Belle se opuso, su amigo aceptó y ahora se encontraba frente al monarca y pronunció el nombre de la princesa. El rostro de Arthur se tornó rojo, al igual que sus ojos. Lazlo miró las manos del rey, las cuales soltaban llamas naranjas. El príncipe de cabellos del color de las llamas, apenas tenues comenzó a sentir cómo el calor de la habitación se elevaba. Se removió inquieto en su lugar, William dio un paso atrás. El rey Arthur no debía usar sus palabras para que Lazlo se percatara que estaba furioso. Como una advertencia o más bien una súplica, el príncipe miró a su amigo a los ojos y moviendo los labios dijo: "No digas nada".

La Marca de la HerederaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora