Encuentro

1.3K 75 3
                                    

Wólfram von Bielefeld estaba tirado a la sombra de un frondoso árbol un poco alejado del castillo. Tenía ambas manos atrás de su cabeza a modo de apoyo, las piernas completamente estiradas y sus ojos verdes cerrados.

El rubio soltó un suspiro. Idiota pensó. ¿Por qué creí que después de todo, sus sentimientos habrían cambiado? Los pensamientos de él estaban en su prometido. Hacía ya varias semanas que había regresado a su mundo natal dejando una vez más a Wólfram esperándolo.

Sin poder evitarlos sus ojos comenzaron a anegarse con lágrimas. Se irguió de golpe. Llevándose las manos hacia su rostro para secar la humedad de sus ojos. No quiero llorar otra vez. No por él.  No era la primera vez que lloraba por Yuuri, pero cada vez que lo hacía, se prometía a si mismo que sería la ultima. Y entonces se enojaba consigo mismo cada vez que rompía esa promesa.

A lo lejos escucho un grito. Su corazón comenzó a latir desbocado. Reconocería esa melodiosa voz en cualquier parte, era lo único que lo unía de alguna manera con su amado. La que gritaba era su hija Greta. Aliso un poco su arrugado uniforme azul mientras corría con todas sus fuerzas de regreso al castillo.

No podía encontrar a Greta en ninguna parte, estaba nervioso, era claro que la había escuchado a ella. Busco en los jardines, pregunto por ella a Gunter, pero el consejero no sabía nada. Busco en los talleres de Anissina, la amiga de su hermano era también la mentora de Greta. Huyo al no encontrarla en el lugar, temiendo que la pelirroja lo usara para probar alguno de sus tétricos inventos.

-        Creo que la vi con vuestro hermano señor – le informo un soldado – con Sir Gwendal.

Bien, era un punto de partida. Fue hasta la oficina de su hermano a toda prisa, tenía un extraño presentimiento, algo en el entorno lo ponía sumamente nervioso.

Abrió la puerta, encontrando a su hermano reunido con otro hombre. Aunque este le diera la espalda, podía reconocer fácilmente aquel cabello rubio... aquellos anchos hombros y brazos fuertes. Su corazón se acelero de pronto.

-Gwendal, has visto a Greta. Me informaron que se encontraba contigo. Ya la he buscado por todo el castillo y... - dejo de hablar de golpe. Su voz pese a ser tan áspera y marcada como siempre también sonaba nerviosa. Se maldijo a sí mismo en su interior.

Su hermano carraspeó – Wólfram, saluda a nuestro invitado.

-        Sir Grantz.  Es un honor tenerlo en el castillo, por favor siéntase bienvenido. }

El otro rubio se dio media vuelta para quedar frente a él.  Una sonrisa adornaba su rostro.

-        El honor es mío ciertamente.

Wólfram sintió sus mejillas comenzando a arder.

-        Deje a Greta en las caballerizas. – informo su hermano mayor.

Inclinándose levemente Wólfram se dispuso a salir de la habitación.

-        Creo que deberías quedarte -  lo atajo su hermano – en ausencia de su majestad, tu tienes derechos y obligaciones en cuanto asuntos de acuerdos con los diez nobles se trata.

Wólfram apretó los dientes, quería salir lo más pronto posible de aquella sala, sentía los ojos de Adalbert sobre él. 

-        Confío plenamente en vuestro criterio hermano. Sé que interrumpo mis responsabilidades, pero si me disculpas en este momento debo atender a mi hija.

Cerro con fuerza la puerta tras de si, su corazón aun latiendo de aquella forma que no comprendía, sus mejillas ardiendo aun, y su cuerpo sintiéndose tembloroso. Camino con rapidez hasta alejarse lo suficiente, entro en una sala desocupada y se recostó contra la pared, haciendo su mejor esfuerzo por calmarse, recordaba las fuertes manos de ese hombre en su cintura, recordaba sus brazos rodeándolo mientras huía con él. Siempre se pregunto por qué Grantz no había intentado rescatar al Maou cuando lo vio acorralado por los guardias en ese desastroso viaje hacia tierras humanas. Un hombre con sus habilidades no habría tenido problemas para subir hasta Yuuri y llevárselo a salvo. Si bien en ese momento su principal preocupación era la seguridad de su prometido, también se sintió confuso, nunca nadie había antepuesto su seguridad por la de el Maou, sin embargo Adalbert se lo había llevado de allí y no lo había soltado en ningún momento hasta encontrarse con Yozak.

Pero que demonios estas pensando. Se reprocho a sí mismo.

Salió de la sala en busca de su hija, aun pensando en que claramente la había escuchado gritar, sospechaba que la razón estaría involucrada con ese hombre.

Una hija ¿he?, los pensamientos de Adalbert Grantz seguían en el joven que acababa de salir de la habitación ahora que lo recuerdo, Yuuri también menciono que tenía una hija de nombre Greta. ¿Tienen una hija, juntos? ¿De qué demonios se trata esto? Aun no están casados... y ¿Por qué mierda me interesa a mi sus vidas privadas?

-        ¿Sir Grantz? – la voz de Von Voltaire lo saco de sus cavilaciones – le decía que el tratado lo había planeado con vuestro padre pero él me advirtió de vuestra visita y sus deseos de que este a su nombre.

-        Si, si, bien.

Observo como Gwendal entrecerraba los ojos. Conocía el carácter de este hombre hacia machismos años, sabía que estaba molesto y que lo estaba disimulando. Después de todo hacia unos pocos meses yo era un enemigo para el país.

-        Este tema podríamos hablarlo después si gusta. Ahora puede descansar en los aposentos que le facilitaremos, después de todo vuestro viaje a sido largo.

Se dejo guiar hacia su cuarto por algunas mucamas en completo silencio, desde el jardín subían los ecos de unas risas. Unas risas de una niña.

-        Atrápame papá.

Adalbert sintió un escalofrió recorrer su espalda.

-        Greta! No vayas a caer esta vez – la figura del joven rubio apareció en los jardines cargando una niña en sus brazos. La niña era morena y de ojos castaños, era claramente humana.

Así que ella era la hija de la que tanto hablaban. Una humana. Suspiro. No sabía el porqué de su alivio, no era como s le interesara, el chico podía hacer lo que quisiera y de todos modos ¿por qué siquiera estaba pensando en él?

Se dejo caer sobre la cama y abrió su camisa. Se sentía agotado, hacía mucho tiempo que no disfrutaba de una cama tan cómoda como esta. Hacían más de 15 años que viajaba en tierras humanas sin alardear de su titulo y nobleza. Se sentía despreciable el solo hecho de pertenecer a esas tierras de las que tanto se avergonzaba. Pero después de todo, la calma había llegado no solo a Nuevo Makoku y tierras humanas, sino también a su corazón.

El joven Maou de ojos oscuros sí que tenía un don para llegar al corazón de las personas. Tenía un aura envidiable. Podía entender el porqué personas tan orgullos como Von Bielefeld caerían con gusto a sus pies.

Otra vez sintió esa molesta sensación de enojo cuando pensaba en el joven prometido del Maou.  Decidió ir a recorrer el castillo para despejar un poco sus pensamientos.

Mientras avanzaba a pasos lentos y pesados encontró un pestilente aroma, ah seguramente alguien en este castillo tiene como afición la pintura. Su corazón cayó un poco cuando recordó que también Sussana Julia pintaba.

Se asomo un poco por la puerta entreabierta.

Demonio de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora