2. Herejía.

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Ese hombre no podía ser el padre Aurelio, me negaba rotundamente.

Tenía que tratarse de una cruel broma de Maya, una cuestión sobre la sobriedad sexual ante las tentaciones más fieras e intensas, justo como la mirada verde e insondable de aquel hombre.

Por segundos, ninguno mencionó el elefante en la habitación. El aire me acariciaba las tetas y enfriaba mi piel húmeda. Sentía el ambiente denso, pero quizás era mi respirar errático ante la loca perspectiva de que me viese, quería que contemplase mi desnudez. Pero eso no ocurrió y me sentí ridiculizada.

—Tengo una pregunta para usted, señorita Raw—su voz ronca me causó exquisitos estragos—. ¿Considera este espectáculo digno de la casa de Dios?

Por supuesto, un puritano de pies a cabeza. Que desperdicio.

—Su gente se la pasa predicando que Dios es quien decide todo, él decidió que se me olvidara la toalla en el hueco al que me envió—espeté—. Quizás sea su manera de advertir que esa no fue la mejor idea.

No hice ni siquiera el ademán de cubrirme y él claramente lo notó, pese a su inexorable postura y mirada reacia a descender por mi piel expuesta, capté el brillo entretenido en sus ojos.

—Qué lástima que usted no pueda adecuarse al espacio que nosotros le brindamos—su tono estaba marcado por la ironía—. Seguro que estaría más cómoda encerrada por barrotes en un hueco frío.

¿Dónde estaba el padre amable de acérrimo servicio a la comunidad que Mary De Roosevelt tanto enaltecía? Aquel bello espécimen era un cabrón enmascarado, ese dejo condescendiente lo conocía muy bien, me enfrenté a el cientos de veces.

—Quizás lo sea, de hecho, estoy bastante segura que era la mejor opción—contesté solo por llevarle la contraria.

Soltó una risa limpia de gracia. Se acercó un paso a mí, desbordando la latente tensión entre los dos. Es en ese momento desenlazó sus manos de la espalda, estas cayeron frente a su abdomen, y una alerta se disparó en mi cabeza al avistar los tatuajes decorando sus manos.

Este tipo no podía ser un padre correcto e impoluto de pecado. Era una vil mentira, debía tener un interés en esto, ¿lavado de activos? Quizás, se conoce que muchos adinerados crean iglesias para evitarse el pago de impuestos. Este hombre seguramente era un cómplice.

—Señorita Raw, puedo ver mucho de usted y no me refiero a su irrespetuosa desnudez—reprochó—. Parece que estos meses serán arduos, por lo que necesita seguir ciertas reglas para una sana convivencia.

—¿Cuáles serán esas reglas?—cuestioné, elevando el mentón.

Ladeó la cabeza, casi pareciera que contuviese una burla.

Vestirse. No la tenía en cuenta, pero considerando este bochorno es necesario—carraspeó y unió las manos sobre su abdomen, adoptando una expresión adusta—. Hágalo con ropa decente, esto no es un club nudista. Fuera de este sitio puede hacer lo que quiera, pero el templo es un lugar sagrado que amerita respeto, no me verá usted yendo a su lujosa mansión a escupir por sus pisos impolutos, ¿no?

Retorcí los labios con incredulidad.

—Quién sabe...

—El desayuno se sirve a las siete de la mañana, aquí no contamos con personal de servicio, asumo que usted es un ser humano funcional y sabrá no morir de hambre—pronunció, me enojó el escepticismo en su voz. No me quejé, yo también lo juzgaba por su singular apariencia—. En caso de que traiga sus insumos, no se permite nada de alcohol, ni cigarrillos, mucho menos drogas.

Bendita TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora