15. Escapada.

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Arden




—Arden, despierta—insistió, arrancando la sábana de un jalón.

No sabía cuánto tendría que fingir que seguía dormida para que el padre Aurelio se rindiera. Me apretujé bajo la sábana, pero no parecía captar la directa.

Y volvió a sacudirme.

Abrí los ojos, furiosa y adormilada. La absoluta oscuridad me mantuvo a ciegas. Me removí sobre el colchón, refregando los ojos y soltando quejidos.

—¿Qué hora es? ¿A dónde fue el sol?—cuestioné con voz rasposa.

Recordé cuanto odiaba que interrumpieran mis horas de descanso. Tenía suerte de que la situación con el imbécil de Joshua fue como un escarmiento, porque tenía ganas de lanzarlo por el hueco de las escaleras.

—Son poco más de las cinco de la mañana—dijo y antes de escuchar mi reproche, se apresuró añadir—. Hace días vengo pensando en que te irás en dos semanas, tengo que tomar lo que pueda de estos días, estoy a tiempo de joderlo en grande y arrepentirme luego.

Estiré los brazos sobre mi cabeza. Bueno, tenía mi atención.

—¿Qué planea hacer a esta hora? ¿Despertar a las gallinas?

Escuché el bufido de su risa.

—Olvídate de las gallinas este fin de semana—sentí su mano tocar mi mejilla—. Escapemos estos días, lejos de todo, seremos solo Arden y Aurelio.

Fue como recibir un baño de agua helada. Repetí lo que dijo para buscarle otros significados, pero aún tenía la bruma del sueño ensombreciendo la mayoría de pensamientos racionales.

Porque lo que decía, era todo menos coherente. No podía salir por cualquier sitio, ¿qué si me reconocían? ¿Qué si lo reconocían a él? Sonaba como un lo que me acababa de arrebatar, un sueño, quitarnos los títulos y solo ser. Sentí una punzada incómoda en el corazón. Sería tenerlo solo para mí antes de cortar caminos, un recuerdo que atesorar cerca de mis latidos.

—¿Cree que nadie se dará cuenta de su ausencia?—dije, tomando asiento en el borde del colchón—. Lo que propone es maravilloso, pero no podemos desaparecer así de la nada sin levantar sospechas.

—Tengo anotado en la agenda un seminario episcopal para estos días, regresaremos a tiempo para la misa del domingo—respondió sin dudar—. Si es lo que quieres, si no, déjame decirte que te desperté de tu sueño de belleza para nada.

Me sacó una risa ligera.

—¿Me está manipulando?

—Puede que sí.

Escaparnos un par de días y actuar como si fuésemos un par de personas sin obligaciones ni responsabilidades ni fama. Actuar. Yo sé actuar, lo hago estupendamente siempre que conocía el personaje.

Pero en su compañía, era yo, no me metía bajo la piel de nadie más que la mía y hacía semanas que él se hizo espacio dentro de mí, de todas las maneras posibles.

E imposibles.

No podría actuar, no sería darle vida a un personaje, sería alimentarme con esperanzas que nunca debieron florecer. Ni siquiera debí sembrarlas, pero ya echaban raíces.

Me palpé el rostro. Era yo, Arden Raw, ¿por qué demonios habría de importe eso?

—¿Sabe qué, padre Aurelio? Nunca le digo que no a una aventura—salí de la cama, de repente más despierta que nunca—. Además, esta historia servirá para contarla en mi libro biográfico cuando tenga la piel como cera derretida. En cien años, como mínimo.

Bendita TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora