19. Excomulgado.

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       Las luces apuntando directo a mi cara me irritaban la retina, se confabulaban con el resto de aros y lámparas dentro de la habitación del hotel, reflejándose en las paredes ventanas y superficies metálicas para empeorar el dolor de cabeza que me dio los buenos días.

Permanecí en el centro del set, rodeada de flashes y el constante murmullo del equipo. Cada clic de la cámara clavaba un alfiler en el cráneo. Retuve la postura, concentrándome en la nada, blanco y luz, antes de volver a resbalar dentro de los recuerdos. Dibujé sus tatuajes en las paredes y como consecuencia, el crucifijo colgando entre mis pechos ardía.

¿Qué estaría haciendo Aurelio Balmaceda en este momento? Eran pasadas las dos de la tarde, esperaba que le diera de comer al perro pulgoso, a las gallinas del demonio, ¿se habrá tomado su taza de café como acostumbraba?

Sentí el crucifijo hundirse en mi piel. ¿Por qué no habría de hacer? Era un hombre centrado, la única distracción era mi presencia y a dos meses de mi escapada nocturna, el no siempre correcto padre Aurelio debía tener la sotana más impoluta que nunca.

La vida seguía, la mía lo hacía, pese a que todos los días tenía la visión de que lo hacía sin mí.

Las luces fugaces de detuvieron y el chasquido de lengua de Antonin, un hombre de mediana edad con ojos críticos y manos expertas, miraba las fotos en su monitor. Frunció el ceño ligeramente, antes de levantar la vista hacia mí.

—Arden, eres hermosa —dijo, su voz firme y directa—, pero esto es un photoshoot de venganza, de empoderamiento femenino. La Arden que resurge después del bochorno mundial. Estos ojos que gritan te extraño con la fuerza de mil huracanes, en mi estudio no están permitidos.

Parpadeé, tratando de disipar cualquier emoción. Torcí los labios, Antonin pensaría que tenía el rostro de Joshua flotando en la cabeza, me llené de vergüenza y asco.

Pensé en aparentar que me ofendió, ¿triste yo? ¿Por extrañar a un hombre? Pero no era solo un hombre, o un simple hombre, era todo lo que le edificaba. Desde el gesto más humano hacia sus horrendas gallinas, hasta proveerle de esperanza a un niño en el hospital, que se sabía, la próxima vez que lo vería, sería en su funeral. Un pedazo realmente humano que fue mío, me fue sencillo olvidar la frivolidad que alimentaba este medio. Estaba en casa, podía manejarlo, al volver conocí el verdadero precio de resaltar en portadas, portales web y carteles. Mi tranquilidad. Desde que tenía tres años y no conocía más que Tom y Jerry y el sabor de la avena con leche y fresas, no la disfrutaba.

Retocaron mi maquillaje y acomodaron el cuello del blazer blanco. Me aclaré la garganta y crucé las piernas. Estar enamorada es lo más ridículo que me pudo pasar.

—Lo sé—respondí. Me enderecé, plantando los pies firmemente en el suelo, y levanté el mentón, no estaba cómoda en ninguna postura—. Solo... dame un momento.

―No, claro no―señaló hacia la ventana, a través del vidrio, los rascacielos se erguían orgullos―. No sé qué pasa contigo, Arden Raw y no me interesa, no vine a entrevistarte para que me soples palabras y me infles de mentires, pero en esto soy tu escudo y si no cambias ese misterio que te baja los párpados y te apaga la expresión, doy por terminada esta sesión, busca a otro. Ninguna de mis chicas será comentada porque mi lente capturó su miseria. Así que haz lo que mejor sabes hacer: fingir. La corresponsal en nada estará frente a ti.

Escondí a Aurelio Balmaceda dentro de una caja de terciopelo, como una joya de contrabando, y me moví a la ventana. Después volvería a decorarme con él y los días siguientes, hasta robarle el brillo para vestirme los ojos con el.

Bendita TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora