11. Rendirse.

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Arden



El padre empujó la puerta de su recámara, en las afueras del templo, los gritos de Oliver se adentraron junto a nosotros.

Respondí a los demandantes besos, era evidente la ausencia de intensidad pasional en sus últimos años, trataba de acaparar la mayor parte de mí como sus manos le permitiesen.

Arden ¡Arden! Escuché al muchacho reiterar. La advertencia de que entrase a la iglesia y acabase por interrumpirnos cuando la ropa nos hiciera falta, me hizo apartarme del padre. Los escasos centímetros que sus manos ancladas como grilletes a mi cintura permitieron.

─Creo que debería hablar con Oliver...─susurré cuando pude apartarme del apego de sus labios.

Intenté concentrarme en la espléndida travesía de sus labios contorneando mi mandíbula y el trabajo de sus manos abarcando mi trasero, ajustando mi figura alrededor de la suya.

Arden, Arden. Insistía en llamarme, mi cabeza se atosigó de flashes de esa noche. Oliver me hizo detestar el peso de mi nombre.

─¿Para qué? ¿Para que se una a nosotros?─replicó con dejo amargo.

Una risa se escabulló de mi boca.

─Se nota que toda la sangre la tiene acumulada en el pene, ¿qué no se ha dado cuenta que me ha llamado Arden?

La revelación movió los engranajes de sentido común en esa cabeza nublada suya. De no ser por Matthew, habría olvidado la interrupción de Oliver. Suspiré con fastidio cuando mis pies se apoyaron en el piso. Los odiaba a todos por molestarme la noche, la vida, ¿qué más esperaría? ¡¿La intervención de Jesucristo?!

El padre Aurelio resopló entre dientes unas cuantas veces, noté que trataba de desaparecer la abultada evidencia antes de salir de la habitación.

No importaba. A su regreso me encargaría de prepararlo de nuevo, que tarea más excitante y sencilla.

─Espera aquí, lo enviaré a casa─me dijo antes de encerrarme en su espacio.

Estuve tentada a salir de la recámara para husmear la conversación, logré mantenerme lejos de la puerta una brevedad, fisgoneando las pertenencias del padre, sin embargo, la curiosidad me ganó, pero, en cuánto me aventuré por el pasillo, como la primera noche que nos vimos, me topé de frente con su torso.

Enderecé la postura y fingí que nada pasaba al ser víctima de la recriminación de su mirada.

─¿Qué le ha dicho?─pregunté en cuanto volvió a encerrarnos dentro de la habitación.

─Que estás indispuesta─respondió con sequedad─. Mañana vendrá para aclarar lo que sea que piensa que tienen entre ustedes.

─¡¿Qué?!─chillé, llevando una mano a mi boca─, Debe estar pensando que...

Que me dio diarrea. Quise llorar y gritar de la vergüenza, ¿qué más pensaría? Le dije que iría al baño, de repente desaparecí y ahora el padre le dice que estuve indispuesta.

Dios, si existes, no permites que tal crimen sea cierto.

Tomé asiento en la orilla de la cama y me sostuve del pie de la cama. ¿Por qué tenía que divagar en esas asquerosidades?

─Tenemos que hablar─dijo él, rascando la parte de atrás de su cabeza─. ¿Estarás satisfecha con el vino de la despensa?

─Si hurga más al fondo, encontrará una botella distinta a las demás─confesé, me fue inevitable sonreír tras vislumbrar el reproche cincelado en sus facciones.

Bendita TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora