14. Sorpresivo.

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—¿Cómo es Nueva York?—Sophie preguntó, recogiendo una cucharada más de helado de limón—. En las películas se ve siempre a las personas caminando apuradas con un café en las manos. ¿Es cierto que se golpean por tomar un taxi?

No aguantaría un grado más alto, me estaba cocinando viva. Aún con la brisa salvaje batiendo nuestros vestidos, el calor del verano no mitigaba.

Quizás esta vida sea el castigo divino, el infierno en la tierra.

Hacía una hora que terminamos de arrear a las criaturas que preparaba para la obra de teatro, tomé a Sophie del brazo para escapar de la hostigamiento de la vieja Mary. Pretendía hacernos limpiar con baldes de agua el piso del templo, tal como Cenicienta.

Cogerse al sacerdote tenía sus privilegios. Cualquier reclamo que pensaba darme, se lo quitaría de la boca a besos.

—Es eso y mucho más. Es ruidosa, está a reventar de turistas, hay ratas por todos lados y un tráfico del infierno—dije, torciendo los labios con fastidio—. No me hagas decirte lo que se ve en las estaciones del metro. Es lo opuesto a este pueblo olvidado.

La segunda paleta de fresa que comía se me derretía en la mano. Eran más las gotas que caían al piso que las que conseguía atrapar con la lengua.

—No le tienes mucho aprecio, por lo visto—Sophie bufó—. ¿Entonces por qué vives allí?

Porque Hollywood me consumiría la vida tan rápido como aspirar tres rayas de cocaína, terminaría con los meses de sobriedad si me dejaba envolver por las excentricidades de la élite de la ciudad. No sentía que tuviese el suficiente control para regresar.

Pero eso Sophie no podría saberlo. Mordí un pedazo de helado y lo tragué antes de sentir la molestia del frío en la encía y volví a mi papel de Gabriela.

—Porque Los Ángeles me trae malos recuerdos, Nueva York es mi cuna, ahí nací y crecí—contesté con simpleza—. Es un desastre de ciudad, pero yo también lo era y es lo que conozco.

—Pienso que eso es martirizarte porque quieres—me miró de reojo—. Desde que llegaste te ves distinta, digo, sé que no podrías vivir aquí, pero el cambio te hizo bien. El padre te ha hecho bien.

Lo decía con tanta certeza que tuvo mi atención e interés.

He tratado de hacer de Gabriela una persona que encaje en la persona que el padre Aurelio quería que fuese, que llegasen hombres a confesar sus ganas de quitarme la ropa no es mi problema, soy hermosa en cualquier papel.

Pero me enojaba. Gabriela al parecer tenía un desarrollo en la comunidad que Arden solo podía desear. Regresaría a Nueva York en menos de un mes, dejaría a Gabriela atrás con los avances y empeño que tuvo, mientras yo tendría que regresar a la realidad, esa donde los medios me acosarían y usarían cualquier gesto para menospreciarme.

Gabriela lo tenía sencillo, no tenía familia, ni vida antes ni tampoco después, nació, vivió y murió en un lapso de tres meses. Arden seguiría siendo Arden. Me iría en el mismo punto que dejé mi vida en Nueva York.

Terminé la paleta rozando temperaturas peligrosas. Estaba perdiendo la cordura. Necesitaba que un experto en locuras me revisara pronto, esta misma semana, corría el riesgo de salir de este pueblo comportándome como James McAvoy en Fragmentado.

—¿Lo piensas realmente? ¿Qué tengo de distinta?—quise saber, ajustando el nudo de la bufanda debajo de mi mentón.

—Que vuelves a ser Arden Raw.

De pronto, la fría impresión desplazó el sofocante calor del mediodía.

La miré un corto momento, el reconocimiento se alzaba en su mirada, estrecha por la inmensa sonrisa estirando sus labios.

Bendita TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora