Celos e indecisión

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¿Qué fue lo que ella vio en usted?

Me preguntó un tipo de cabellos revueltos y azulados en medio de la nada, unos centímetros más bajo que yo, y posiblemente un Ninja de menor rango también. Sus ojos brillaban con expectación. Era evidente que era alguien que desconocía la palabra vergüenza o un admirador que había pérdido toda capacidad de ser razonable.

Intenté contener el suspiro de exasperación que asomó por mis labios; no tenía nada personal contra él, pero estaba agotado. Quería llegar a mi apartamento, comer la hamburguesa que compré tres calles atrás y hundirme en las sábanas hasta que mis tres días libres acabaran.

Lo primero que me vino a la mente fue a quien se refería con 'ella'. No quería sonar prepotente, pero era bastante conocido en la aldea. A pesar de mi malhumor y mi personalidad ahora esquiva, todos malinterpretaban esas actitudes como las de alguien extremadamente interesante. Era el salvador del mundo, el niño de una maldita profecia. Titulos demasiado extravagantes si me preguntan, pero que a final de cuentas resumian mi historia. 

Solo quería una mordida de mi maldita hamburguesa con papas fritas. Siempre tenía que lidiar con situaciones bochornosas en los momentos menos indicados, tal vez por ser un imán de problemas sin verdaderamente querer serlo.

—¿De quien estás hablando? —pregunté, acelerando el paso mientras el tipo que se hacía llamar Gojo me seguía con insistencia.

—¡De su mejor amiga, señor! Sé que ustedes son muy cercanos.

La mención de Sarada me hizo girar sobre mis talones, coger al idiota del cuello y estamparlo contra el poste de luz más cercano. Estaba hablando de mi protegida, no me iba a quedar de brazos cruzados esperando a que se me fuera de las manos.

No sabía qué se traía entre manos, pero este tipo de conversaciones siempre me traían malos recuerdos. Varias veces había pasado que los extranjeros se pasaban de listos e iban a intentar secuestrarla, por suerte ella sabía defenderse bastante bien y muchos terminaban con los dedos o la caja toráxica rota.

Odiaba los preámbulos, en especial a medianoche y con el estómago vacío.

—Sí, somos bastante cercanos, pero a qué viene eso. Habla antes de que te de una patada en el trasero y te quite tu licencia por andar metiendo las narices en la vida de otros —exclamé con ira contenida.

—¡Lo-lo siento, es solo que quiero un consejo de usted! —tartamudeó con el rostro pálido como una hoja. —Verá, hace mucho tiempo estoy enamorado de ella, pero no he tenido el coraje de declararme.

Mi mirada contrariada se reflejó en la del tal Gojo y cedí mi agarre hasta dejarlo caer al suelo.

¿Habré escuchado mal? Era la primera vez que alguien me abordaba por un asunto tan ridículo. El pobre estaba alucinando si creía que su confesión iba a ser bien recibida. Sarada era muy recelosa con las personas que no conocía, pero mi curiosidad pudo más y seguí preguntando.

—Me preguntaste qué fue lo que vió ella en mí, a qué te refieres con eso.

—Usted no está interesado en ella románticamente, por lo tanto, puede ayudarme a que mis probabilidades aumenten y ella se enamore de mí.

El imbécil se estaba tomando atribuciones que no le correspondían, me dije.

—De hecho, tiene muchas admiradoras desde que regresó a la aldea, señor Uzumaki. Usted puede tener a la mujer que desee, usted es el símbolo de paz de la aldea, un héroe. No veo por qué le importe que vaya a salir con su mejor amiga.

Que lengua tan afilada.

Estaba intentando por todos los medios posibles mantener la calma. Si bien era cierto que tenía muchas admiradoras, la realidad era que ambos teníamos el mismo interés por la misma mujer.

—Si estuviera enamorado de ella entonces se habría declarado después de acabada la Gran g-Guerra. Cosa que no tiene por qué suceder ya que no la ve de esa forma —sonrió convencido mientras limpiaba el polvo de sus pantalones que le venían dos tallas más grandes.

Lo iba a matar, de eso estaba seguro. No obstante, cuando mi mano quedó suspendida en el aíre para noquearlo, el sentimiento de culpa me abofeteó.

¿Por qué de repente me sentía tan molesto conmigo mismo? ¿Tendría algo que ver el exceso de confianza del imbécil de Gojo o era la revelación abrumadora detrás de sus 'inocentes' observaciones?

—Yo no hago de celestina, y menos cuando mis intereses están de por medio —respondí finalmente, lanzando amenazas y torturas indescriptible a través de mi mirada centelleante.

No, en lo absoluto lo iba a ayudar. Iba a ser egoísta, a hacer la vista gorda y entonces me arrastraría miserablemente hasta mi apartamento a autocompadecerme por tener que deshacerme de uno de los tal vez muchos pretendientes que podría llegar a tener Sarada.

—¿Usted también está interesado en ella, señor? —preguntó con ojos llorosos. —Pensé que eran solo rumores estúpidos.

—He estado enamorado de ella mucho antes que tú, mocoso —respondí vagamente mientras tomaba la bolsa con mi hamburguesa y me escabullía entre las sombras. 

Era vergonzoso lo que el amor por esta mujer me obligaba a hacer —. Por idiotas como tú, también me convertí en su mano derecha.

Esa última frase me hizo sentir mejor, esta era la versión despreocupada de mi mismo que me gustaba proyectar. Nada de inseguridades; nada de inquietudes o broncas sentimentales con mi yo del pasado que me harían arrepentirme por el resto de mis días.

Si, para nada estaba pensando en lo qué podría haber pasado si hubiera sido consciente de la magnitud de ese agradecimiento que aparentemente sentía por mi compañera de equipo. 

Ya han pasado tres años, podía vivir con eso, con la única cosa que no fui capaz de declarar en su momento. 

Nadie moría de amor, no tendría por qué ser el primero, ¿verdad?

—En ese caso, señor Uzumaki, le deseo mucha suerte. Parece que desde el principio nunca tuve posibilidad de ganar —suspiró derrotado Gojo, recogiendo los pedazos de su quebrado orgullo.

¿Qué fue lo que Sarada vio en mí?  Me pregunté de nuevo. 

La frase era extraña, era evidente que durante años ella me veia como una de las personas más importantes en su vida, que en varias ocasiones me había salvado la vida y que siempre me observaba, animandome a ser la mejor versión de mi mismo para poder cumplir nuestros sueños. No había forma de que ella sintiera lo mismo que yo, no cuando me he callado por tantos años sin dar señales de nada.

Pero, por otro lado, este mocoso se rindió con suma facilidad. De hecho, gran parte del intercambio de palabras que tuvimos en los últimos dos minutos eran afirmaciones sutiles que llevaban a una pregunta implícita. Era todo lo contrario a cuando se acercó, se notaba que había un tono de amargura en sus palabras. 

—¿Desde el principio nunca tuviste oportunidad? ¿Solo acudiste a mí por una confirmación a algo que ya sabias? —pregunté incomodo, sintiendo una pizca de lástima por el ingenuo Gojo.

—Así es, la verdad es que creo que la señorita Sarada siempre ha gustado de usted — se encogió de hombros el muy bastardo, arrastrando los pies como si fuera un alma en pena.

No obstante, no quedé mejor después del altercado de palabras. Ahora que veía mi hamburguesa y le hincaba el diente sabía desabrida y fría. 

El mocoso había jugado bien sus cartas, pero sin saberlo me condenó a una febril noche de culpa y arrepentimiento.

¿Qué tan cierto era que Sarada podría albergar los mismos sentimientos que yo tenía hacía ella?

Temía saber hasta dónde estaba dispuesto a llegar para obtener la respuesta. 

[Borusara] JalousieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora