Sinsabor de boca

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Esta tarde en comparación a muchas otras me estiré sobre la hierba seca y me recosté de lado mientras veía el humo que despedia el último tren de la tarde. 

Sarada debía llegar en uno de esos, o al menos eso pensé al enviar un mensaje de texto a Mitsuki, quien husmeó entre los tableros de misiones en la torre del Hokage. No era necesario que tomara una foto completa, pero aun así me dio tiempo para ponerme al corriente de dónde y qué estaban haciendo Shikadai e Inojin en la aldea de la Nube. 

Últimamente ya no pasaba tiempo con ellos por culpa de sus vidas de adulto. Ambos trabajaban a medio tiempo en sus respectivos clanes, Inojin en la floreria Yamanaka y Shikadai yendo a ayudar al tío Gaara con algunos planes de ordenamiento para la aldea de la Arena. De hecho, se rumoraba que ambos tenían pareja, pero no quería ahondar en el asunto sin antes preguntar. Chôchô tendría esa información sin problemas, pero era inevitable pensar que siempre sobreexageraba las cosas.

Otra hora pasó y ahora ya no sentía las piernas. La capa me cubría del frío, pero aun así deseaba regresar a casa para encender la calefacción. Todos iban con abrigos esperando pacientemente a que cayera la nieve, por lo tanto varias familias iban a los puestos de comida mientras se tomaban de las manos y reian. 

Era en esos momentos dónde me preguntaba por qué me sentía tan solo a pesar de tener a mis padres y a mi hermana pequeña. Tal vez era porque solo me fijaba en las parejas, lo cual hacía que mi humor empeorara. 

¿Cuánto tiempo tardaria Sarada en llegar a la aldea? Ni siquiera era una misión importante.

—¿Debería comprarle algo para cuando llegue? —pregunté a nadie en particular, decidiendo comprar unos Dangos mientras me dirigia a la estación de tren. No era de mis dulces preferidos, pero en cambio me darian confianza para invitarla a salir.

Repentinamente, los bellos de la piel se me erizaron y el frío que antes sentía fue reemplazado por la euforia que recorria todo mi cuerpo. 

Mis ojos no mentían, ese hilo de Chakra era inconfundible entre la multitud y supe al instante que se trataba de ella. Pagué sin recibir el cambio y me apresuré a su encuentro, reconociendola por su chaqueta dos tallas más grande y sus botines que en lo personal me gustaban, aunque no supiera nada de ropa femenina. 

Cuando se dio la vuelta su rostro se iluminó al verme allí parado esperandola.

—¿Boruto, qué estas haciendo aquí? Pensé que no te veria sino hasta mañana. ¿No trajiste nada debajo? Idiota, te vas a resfriar por solo venir aquí con esa ropa —se apresuró a cerrar los botones de mi camisa mientras acomodaba mi capa.

—¿De verdad me dices eso cuando estas con un par de shorts? ¿Incluso en invierno vistes igual? Hasta en las situaciones más extremas te gusta llevarle la contraria a todo el mundo —pregunté en tono irónico haciendo que ella cruzara las piernas con vergüenza. 

—¿Terminaste? Estoy muriendo de frío, ¿de acuerdo? Lo mejor será buscar donde refugiarnos —no pude evitar mirarla con sorna —. Creo que no estamos muy lejos de tu apartamento, espero no te importe que me quede por un rato.

—Claro que no, no seas tonta. Por cierto, te traje esto mientras esperaba a que llegaras —le dije, entregandole los Dangos en un envoltorio muy 'femenino' a mi parecer—. Son tus dulces preferidos, lo recordé mientras repasaba esta tarde el album familiar de Hima.

Sonreí apenas su rostro se iluminó por segunda vez en el día y me los quitó de las manos para saborearlos frente a mis narices. Ni siquiera se fijó en el envoltorio, el cual guardó en el bolsillo sin el menor interés. Supongo que ella detestaba los colores aniñados igual que yo, lo cual me ahorraba molestias y una posible ceguera por exceso de brillantina y cinta decorativa.

—Es bastante tierno que mantengas el libro guardado en tu cuarto. Hay muchos recuerdos juntos en esas fotos, me gustaría verlas algun día cuando no estemos tan ocupados —sonrió no sin antes temblar de frío por culpa de la ventisca. 

Los primeros copos de nieve empezaban a adornar sus cabellos azabaches, a lo cual ella pasaba sus manos por su cabeza todo el tiempo. Decidí quitarme la capa para ponerla sobre sus hombros, después de todo ella lo estaba pasando peor que yo. 

El rubor en sus mejillas me confirmó que fue una buena idea, así que me premió ofreciendome uno de los Dangos restantes en el envoltorio. Naturalmente me negué, ya que no era muy bueno con las cosas dulces, a excepción del chocolate.

—Sarada, quería invitarte a salir —dije de repente, no me aguantaba las ganas de ver su reacción—. Tengo un par de boletos para ir al crucero que va directo a la aldea de la Niebla. Podriamos incluso comer el calamar que nos dio ese anciano hace años, ¿recuerdas?

Era evidente por la forma en que hablaba que mi entusiasmo la tomó por sorpresa. Ella cerró los ojos y sonrió con nostalgia después de un momento, al parecer recordando lo mismo que yo. No obstante, al abrirlos de nuevo y responder a mi propuesta se le veía seria, casí apenada por lo que estaba a punto de decir. 

Creo que me estaba arrepintiendo de abrir la boca tan pronto, por supuesto que algo tenía que salir mal.

—Me encantaria ir contigo, pero prometí a Shinki que lo ayudaría a entrenar para mejorar su resistencia a ataques tipo rayo —explicó extrañada por mi rostro inexpresivo. 

Honestamente no sé en que estoy pensando. Solo sé que quiero hundir mi cabeza en la tierra y jamás salir.

—¿No podría acompañarlos? No me vendría mal visitar al tío Gaara.

Un momento. ¿Qué acabo de preguntarle? Es imposible que ella acceda, sería demasiado incomodo para los tres. Por favor di que no, no quiero ir si no es solo nosotros dos, más Shinki no tiene por qué saberlo.

—Al principio pensé que tú eras su mejor opción, pero él insistió en que fuera yo — ¡¿Ves?! Está bien si ninguno de nosotros va y que él lidie con sus debilidades solo. —. Creo que será más eficiente que vayamos juntos, así él podrá lidiar con dos controles de Chakra diferentes.

La sonrisa de satisfacción en su rostro contrastaba con la mía, aburrida y meditabunda. Dudaba mucho que Shinki quisiera verdaderamente entrenar, a lo mejor queria pasar tiempo con Sarada a solas igual que yo. 

El idiota de mi hermano tenía razón, tenía rivales más fuertes de lo que esperaba. No podía llegar y decirle que se buscara a alguien más con quien entrenar, en realidad ella era muy buena enseñando. Solo estuve de maestro sustituto un día y ya queria salir corriendo, a pesar de que la paga fue muy buena.

—¿Estás segura de querer ir conmigo? —pregunté por última vez, con la bilis llegandome a la garganta por el repentino sinsabor que tenía gracias a este improvisto —. Es decir, tal vez quieras pasar más tiempo con él que conmigo, lo cual no me molestaria en lo absoluto. Respeto tu privacidad incluso si me desagrada la idea.

Boruto, calmate. Me repetí mentalmente al entrar por el rellano mientras tiraba con demasiada fuerza las sandalias. Era en estos momentos en que deseaba tener la personalidad reservada de mi madre y no la transparencia del viejo, era más sencillo controlar mis emociones cuando pasaban cosas buenas, pero esto era todo lo contrario. 

¿Por qué todo lo que planeo tiene el efecto contrario? No quiero hacer de celestina, pero tampoco quiero dejar a Sarada a solas con Shinki. Confio en ella, pero no en él, pero se supone que era yo la persona de la que Sarada estaba enamorada. 

Maldición, tenía que confirmar eso; no importaba el cómo, igual tendría que aceptar a regañadientes.

—Dijiste que debía decirle lo que sentía a esa persona especial —espetó Sarada, acercandose peligrosamente a mi espacio personal. Está volviendolo hacer, ella sabe que me pone nervioso cuando me mira de ese modo. Mi corazón hace cosas extrañas —. Pues bien, que mejor oportunidad que esta. 

Su sonrisa se ensancho cuando me quedé mirando de más sus labios, lo supe porque cuando levanté la vista sus ojos brillaban como si supieran algo que yo no. Me fastidiaba, me aliviaba y me perturbaba al mismo tiempo. 

¿Hablaba de Shinki, de mi, o de alguien más a quien tendría que sacar del camino? Sinceramente, no entendía a esta mujer, no la entendía para nada. Me volvia loco y, sin embargo, cuando tomó asiento en el sillón y encendió la televisión como si nada, me di cuenta que tal vez era ella quien estaba perdiendo la cabeza.


[Borusara] JalousieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora