Magnetismo del deber

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Fueron los tres días más maravillosos de mi vida. Me levantaba inquieto todas las mañanas solo para salir al balcón y encontrar a Sarada sonriéndome con el mismo aíre cómplice con el cual no dejaba de ponerme los nervios de punta.

Era hilarante verla tan cerca y a la vez tan lejos, y no hablo solo de los entrenamientos, los recados, los desayunos compartidos o las salidas a comer comida chatarra incluso cuando era yo el que terminaba comiendo todo y ella apenas una mísera ensalada, sino reconocer cosas que antes no notaba en ella. El brillo con el que sus ojos parecían responder a mi voz, a mi presencia, a mis sonrisas guardadas solo para ella.

Mañana regresábamos a la aldea. Mis vacaciones acababan esta misma noche y ya tenía asignada una misión junto con Mitsuki y mi susodicha compañera. Era un golpe de suerte después de varias semanas sin siquiera poder vernos en las calles o en la torre del Hokage; el mundo me estaba recompensando con creces y no podía estar más agradecido por ello.

Ahora, me encontraba esquivando un Kunai y alistando mi Katana para encestar otro golpe a la gruesa armadura de la marioneta que tenía en frente.

Era el último día, y la relación con Shinki mejoró notoriamente después de aclarar el malentendido. Le hablé de todas mis peripecias diplomáticas, los tres angustiantes años bajo la omnipotencia de Aida y ahora sobre lo que había sido de mi desempeño después de la Gran guerra en la aldea de la Hoja.

—Te noto más relajado desde la última vez que hablamos. Imagino que esto tiene que ver con mi pequeña participación para ayudar a Sarada.

—No te equivoques, no tengo que estar en mi mejor momento para querer patear tu trasero —expliqué, poco antes de cortar la marioneta en dos y girar justo a tiempo para rebatir los picos de arena magnética.

—Es impresionante, utilizas la corriente eléctrica para generar energía calórica y así transformar mi arena en cristal. Son principios físicos básicos, pero al parecer bastante efectivos en combate.

—En la academia aprendí varias cosas, no por nada era uno de los mejores —Una patada bastó para desperdigar por el suelo el cristal restante en mi campo de visión, más un golpe seco me desequilibró, haciendo que la arena de Shinki me apresara contra el suelo.

—Yo lo llamaría una cuestión de instinto —sugirió a mis espaldas Sarada quien, bajo el mismo principio, clavó ambas espadas cerca de mi rostro ahora cubierto de escarcha. La planta de su sandalia presionaba mi espalda baja con 'gentileza'.

—¡Oye, yo también me esforzaba en los exámenes! —exclamé sin intentar quitarla de encima. 

Su presencia era embriagadora, o al menos así era hasta que su pierna se alzó por encima de su cabeza, dejando un gran crater donde antes estaba; su sonrisa no dejó de ser amable, pero su postura indicaba el mensaje opuesto.

Agradecía al cielo el hecho de ser mucho más calmada que su madre, pero maldecía profundamente que siempre consiguiera formas de superarme a como dé lugar. 

Esa necesidad de ser rivales era una excusa, una fachada que yo mismo creé cuando éramos niños para poder ser su amigo. Ahora que ella correspondía mis sentimientos me echaba en cara mis pobres intentos de seducción a un plano que encendía todas las alarmas.

Durante años utilicé de forma inconsciente los entrenamientos como medio para hablar con ella, entablar una conversación sobre miedos, placeres, alegrías y tristezas, porque el campo de batalla nunca da tiempo para esas cosas.

Por tres años me resguardé en el campo de entrenamiento, y ahora me muero por descubrir otros lugares, otras posibilidades a las que antes no tenía acceso.

[Borusara] JalousieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora