No sé donde estoy. Está oscuro y algo está siguiendome. No tengo la certeza de que, pero sé que está ahí y me acecha.
Intento correr, quiero sacarmelo de encima, pero está pisando mis talones. No sé a donde voy ni de donde vengo. No logro ver nada más que mis miedos. Me cuesta respirar.
Busco con desesperación todos los lazos que alguna vez sostuve, pero los perdí. Los solté y ahora es muy tarde para alcanzar el hilo rojo que me unía a las demás personas. A cada paso que doy se le suma soledad, pero no puedo quedarme parada, no aquí en donde eso me sigue persiguiendo. Temo que me alcance, no sé que haré si lo hace.
No dejo que nadie se acerque porque esta oscuridad envuelve a cualquiera que intente ayudarme. Todas las palabras que me dicen se pierden en un laberinto de desesperanza. Todos los gestos se esfuman como una nube de humo.
Sigo sin poder ver el camino, solo concibo un final posible. Solo un final posible, pero me siguen repitiendo que no es opción. ¿Entonces cuál si es?
¿Seguir corriendo?
Ya no tengo fuerzas para eso. Dime si me tropiezo, levantarme tantas veces me ha desgastado las articulaciones. Me duele la rodilla de tanto apoyarla y las manos por la fricción con el suelo. Ese suelo duro que se rie a carcajadas cada vez que me ve caer.
Basta, por favor detente. Te lo suplico. Necesito algo de luz, ya ni recuerdo como era esa luz. Ya ni corro. Ya ni me esfuerzo por conseguir los lazos que solté. Una soga me rodea y me aprieta con fuerzas. Y solo hay dolor. Un dolor que demanda ser sentido, pero que ya no quiero sentir. Y no veo un final, solo veo mi final
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Hasta mi último día
RandomEsta vez no me inventaré una historia, está vez escribiré mi historia. Los temas sobre salud mental no deben ser tabú