Punto y final

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Busco con desespero mi arsenal de pastillas. Tengo demasiadas, al menos dos meses de medicamentos y eso multiplicado por catorce pastillas diarias. Son aproximadamente ochocientocuarenta comprimidos.

Lloro porque no quiero hacerlo, pero no soy yo la que ha tomado la decisión. Mis manos tiemblan y aún así se manejan con firmeza cuando comienzan a sacar del blister pastilla tras pastilla. Sigo llorando, de verdad no quiero hacerlo. Tengo frente a mí cerca de cincuenta o sesenta pastillas, pero me preocupa que cinco o seis horas no sean suficientes para tomarlas y morir sin que nadie se de cuenta. Ahora estoy sola, pero pronto no lo estaré, o al menos eso creo.

Tomo mi teléfono y llamo a la única persona que se que puede llegar a tiempo. No quiero morir, no hubo respuestas, solo hubo silencio. No quiero morir, pero voy a hacerlo. Eso fue lo último que dije. Ella corta la llamada, seguro piensa que estoy exagerando.

Miro hacía las pastillas de nuevo y vuelvo a pensar en el tiempo. Me tomo la molestia de ir a google y consultar cuanto tiempo después muere una persona al momento de tomarse tantas pastillas. Las primeras tres respuestas son sobre líneas de prevención al suicidio y luego respuestas medicas sobre los tipos de sobredosis. Pienso que debería haber alguna especie de blog que resuelva las dudas de potenciales suicidas.

No quiero hacerlo, realmente no quiero hacerlo, pero se que debo. Cada vez me siento más segura. Sé que lo haré. Quiero pedirle perdón a todos porque se que se esforzaron, pero si pido perdón sabrán que algo está sucediendo. Pienso en mi último intento, en cuidados intensivos, en la policia, en las declaraciones y miro mi pierna rota. Si fallo pasar por eso una vez más será peor que morir. Vuelvo a pensar en el tiempo. ¿Serán esas cinco horas suficientes? No sé, realmente no lo sé.

Mando un mensaje a un grupo de amigas diciendo que estoy en la mierda. Todas comienzan a preguntarme que pasa, pero no les contesto. Le escribo a Agustina, ella siempre está. Le digo lo de las pastillas y comienza a bombardearme con mensajes que no quiero leer, que no quiero contestar.

Pienso en mi mamá, en mi papá, en mis hermanas. Incluso pienso en la mamá de mi hermana mayor, no es justo para ellos, pero es que no es mi decisión. También pienso en mi psicóloga y en mi psiquiatra, se que debo escribirles a ambas, pero no quiero.

Un día en el pasado me di treinta días para aferrarme a algo. Ahora, con una segunda fractura, recién operada y una vida que parece estarse yendo al carajo no pienso en treina días, ni en una semana, ni siquiera en horas. Tengo que tomar las pastillas ya, aunque no quiera morir, necesito que eso que estoy sintiendo dentro se apacigue y está es la única manera.

Escucho un ruido, es la puerta. Rápidamente y como una niña asustada escondo todo bajo la almohada en la que apoyo mi pierna rota y me tapo la cara con otra. ¿Dónde están las pastillas?, pregunta hecha furia. Stephany, ¿dónde están las pastillas?

Revuelve toda la cama, levanta la sábana, requisa mis bolsillos, hasta que va al lugar en donde ingenuamente las escondí. Las recoge todas, Tú te cagas en todos y no te importa nada, me grita. Siempre grita cuando está molesta. Yo guardo silencio. ¿Cuantas tomaste? Pregunta. Yo le respondo que ninguna y quiebro en llanto, pero a ella no le importa, sigue revisando y yo solo pienso que en la valija tengo escondidas muchas más cajas de quetiapina y que esas serán suficientes.

Pasan los segundos, pasan los minutos y yo sigo pensando en las cajas que están en mi valija, en si debo decirle que están ahí o si debo callarme. Son mi única oportunidad. ¿Necesitas algo?, pregunta. Le respondo que no y le pregunto que si ya se va. Me dice que si. Hay más cajas en la valija, le confieso y procede a confiscarlas. Se que cuando se vaya puedo levantarme y buscarlas, estoy segura de que las escondió muy mal.

Pero no se marcha, se queda ahí de pie recordándome todo lo que yo hago mal y lo poco agradecida que soy, pero eso ya yo lo sé, me lo sé de memoria. Igual la escucho, me gusta escuchar la versión de mí que tienen los demás. Nunca es positiva, al menos no es positiva de las personas cercanas. En los últimos meses conocí gente que dice cosas tan hermosas que me cuesta trabajo creerles, no debem ser ciertas.

La cosa es esta, ella se marchará, yo encontraré los comprimidos y los esconderé. Ya no tendré mucho tiempo entre que ella se marche y llegue alguién más a casa, así que tendrá que ser otro día. Creo que mañana estaré sola. O al menos mañana en la noche, es más seguro. Y así fue, conseguí las cajas muy mal escondidas, las tomé y me hice de sesenta comprimidos. Escondí las cajas en mi mochila y tuve el impulso de tomarme las pastillas, pero no, debo ser paciente, debo esperar. Si todo sale según lo planeado, no pasa nada, pero si no, tengo una vida que debo afrontar aunque no quiera, así que debo pensar mejor mi próximo paso.

El próximo viernes estaré sola. De nuevo sola, me permitirá hacer algunas cosas pendientes esta semana y luego llevar a cabo lo pensado. No quiero, pero no lo decido yo.

Debía contar mi historia y esta es la que vivo justo ahora.

Hasta mi último díaWhere stories live. Discover now