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Lewis Capaldi — How i'm feeling
Mikhail detuvo el auto frente una casa en un barrio del Upper West Side. No era una mala propiedad, pero no es lo que Jude hubiera elegido. Le desagradaba sobre todo la poca privacidad que había, justo frente a la calle, solo con algos escalones que lo separaban del porche. Había unas pequeñas verjas metálicas a los costado y unos recuadros de jardín que bien podían ser manchas verdes en dónde apenas cabía un arbusto pequeño. Era lo típico en los barrios de la zona. No había mucho espacio, pero se compensaba con el encanto de las casas reformadas, antiguos edificios que fueron convertidos en viviendas.
Justo ahí era en dónde Evgeny y Dylan habían elegido mudarse para empezar su cursi vida como un matrimonio reciente. Cada que pensaba en eso le daban ganas de rodar los ojos. De hecho por eso había estado evitando los almuerzos de los domingos con los Rylov, al igual que todas las invitaciones para cenar que Evgeny le había extendido desde que volvió de su luna de miel.
Se había salido con la suya, pero tres meses después, era difícil seguir usando el trabajo como excusa. Era la única razón por la que estaba subiendo los escalones hacia la puerta de aquella casa un sábado por la noche, con un par de botellas de vino y algunos postres que llevó como regalo. Bueno, eso y que Aksel lo había sacado de quicio a tal punto que o dejaba el apartamento, o asesinaba a ese rubio de mierda.
No tenía ganas de enfrentarse a la familia Rylov en un juicio por homicidio, sería demasiado tedioso. Así que eligió el camino de la paz por una vez. Y terminó frente a la casa de Evgeny.
Arrugó la nariz frente a la puerta, diciéndose que aún podía irse si quería, no le debía nada a ese ruso. Tampoco le interesaba saber cómo le iba en su vida de hombre casado. De hecho esta era la oportunidad perfecta para que ambos separaran sus caminos de una vez y para siempre. Ahora que tenía a una esposa a la cual hartarle la paciencia, por fin lo dejaría en paz, ¿cierto?
—¿Vas a quedarte ahí toda la noche? — le preguntó Mikhail recostado contra el lateral del auto. El bastardo estaba sonriendo de medio lado—. ¿Quieres que toque a la puerta por ti?
—Lárgate, Petrov. Vuelve a las nueve, ni un minuto tarde o te juro que te vas a arrepentir.
—Sigues siendo un mocoso. Toca el maldito timbre— el tipo rodeó hacia la puerta del conductor —. Y por el amor de Dios, compórtate. No dejes en evidencia cuan celoso estás.
Iba a despedir a ese ruso de mierda. Mejor aún, lo asesinaría junto a Aksel, enterraría sus cuerpos en Central Park, no tan profundo para que un día una de las muchas personas que disfrutara salir a correr por los alrededores tropezara con ellos. Sonrió imaginando la escena, sería gracioso.
