21. Arella. No existen perros peligrosos, existen dueños irresponsables

48 4 0
                                    

Gracias a dios no fui a esa maldita fiesta, porque si no, sin duda, sería mucho peor que esto:

—Vamos, no podemos seguir enfadados toda la vida.

—Tiene gracia, ¿sabes? Yo he sido la que ha decidido que es mejor que estemos alejados.

—Ya, pero es que te estoy volviendo a dar una oportunidad, por si no te has dado cuenta.

Gruño.

—Cállate ya —mascullo, alejando mi mesa de la suya por octava vez, poniendo toda mi atención en el profesor.

Sinceramente, el hecho de que Aydrel me esté hablando y que quiera que arreglemos las cosas, me sorprende. Me sorprende, porque sé que le he hecho daño, sé que nos lo hemos hecho; pero aquí está él, arrastrando su silla, dándole exactamente igual el ruido que pueda hacer, intentando hablar conmigo, por mucho que me esté alejando hasta casi la otra punta de la clase.

Dejando eso por un lado, no, no le han cambiado de clase y no compartimos una más juntos. Más bien, unas cuantas veces al mes, hacemos unos desdobles. ¿Qué es?, pues que los profesores eligen a unos cuantos de una clase de nuestro mismo curso, para que la compartan con nosotros.

Lo mejor que me ha pasado en la vida, ¿eh?

Que se note el sarcasmo.

—Aydrel, en serio, para ya —advierto, empujándolo por el hombro para que vuelva a colocarse bien y rezando para mis adentros que el profesor no se gire hasta dentro de unos dos minutos como mucho.

Como no se aleje, le voy a pegar un puñetazo. No hay más.

—Sé que han pasado muchas cosas, Arella —dice, hablando más alto, llamando la atención de los que tenemos al lado. Lloriqueo teniendo muchísimas ganas de morir aquí mismo—. Pero también sé que no ha sido nuestra culpa.

—No sé qué quieres decir con eso.

Coge una gran bocanada de aire antes de contestar. Y lo entiendo. Conmigo hay que tener demasiada paciencia.

—Que no me gusta estar enfadado contigo.

Hago una mueca con la boca, porque él no es el único al que le pasa lo mismo. ¿Desde cuándo estar mal con una persona que te hace feliz, que te hace sentir muchísimas cosas y te alegra los días, es algo bueno? No. Claro que no lo es, sin embargo... No tengo ni la menor idea de que lo tengo que hacer. Ni con él, ni conmigo, ni con nosotros...

Sobre todo, no sé cómo voy a confesarle eso que hasta a mí me da muchísima pena, a pesar de todo lo vivido.

—A mí tampoco —me obligo a decirle. Lo merece. Merece que le diga la verdad y que no le siga ocultando cosas.

—¿Qué quieres hacer? —pregunta muy suavemente, juntando de nuevo nuestras mesas, porque sabe que ahora no seré yo la que se alejará.

Agarra mi mano, con cuidado.

—¿Qué es lo que tú tenías planeado? —cuestiono yo, enarcando una ceja en su dirección.

Sonríe coqueto.

—¿Qué parte quieres saber exactamente, en la que estás en mi cam...?

—¡Aydrel! —exclamo, mirando a los lados, alarmada, y tapándole la boca con la mano—. No seas marrano.

—No soy marrano —murmura contra mi mano, soltando una risa divertida—. ¿Te puedo llevar a casa?

La mirada que me lanza, repasándome de arriba abajo y hasta podría decir que imaginándose... cosas (a saber cuáles), me hace sentir muy nerviosa. En el buen sentido.

Donde nos lleve Nuestro Vuelo © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora