13. Arella. Como un pequeño bote en el océano

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Inspiro diez segundos y expiro siete, inspiro diez segundos y expiro siete, inspir...

—Arella, para de hacer eso que te vas a quedar ahí pillada.

—No estoy haciendo nada —digo con voz infantil.

—Acábate el desayuno que ya casi vendrá Aydrel a por ti.

Miro a mi madre, la cual está tomando un sorbo de zumo y mira a cualquier parte que no sea yo.

Entrelazo las manos por encima de la mesa, preparada para el interrogatorio.

—¿Cómo sabes que viene?

—Me lo dijiste, ¿no lo recuerdas?

—Mamá —aprieto los labios, negando con la cabeza, antes de susurrar—: eso no funciona conmigo.

—Vale, culpa mía —bufa—. ¡Pero es que tampoco habláis bajito!

—¿Me estás queriendo decir que pusiste la oreja desde el comedor como una rata mientras estábamos hablando afuera?

—¡Oye! —me señala, indignada— ¡Otro animal más bonito, hombre!

Ruedo los ojos, mandándole una sonrisilla, y levantándome para irme corriendo y coger el móvil.

—¿Esta tarde quedaréis? —pregunta, subiendo y bajando las cejas.

—Mamá —mascullo, avergonzada.

La quería, pero muchas veces, quería matarla. Cómo al otro.

—Yo no digo nada.

—Pero lo dices todo con la cara.

—Bueno, yo solo te digo que si quieres unos cond...

—¡Mamá! —exclamo, yéndome rápidamente para no aguantarla.

—¡Lo que pasa es que son muy grandes! —añade, por si fuera poco.

Subo las escaleras murmurando cosas sin sentido por lo bajo, y directamente voy a mirarme al espejo. Después ya cogeré el móvil. Al mirarme, repaso una y otra vez la ropa que llevo puesta, buscándole algún fallo.

Vale, unas botas de color verde militar preciosas, vaqueros negros con unas pequeñas rajas en las rodillas, una camiseta blanca de manga larga básica...

... Y el maldito mechón blanco metido detrás de la oreja, como no.

Como si no fuera suficiente, tengo poliosis. ¿Eso que te da tanto color en la piel como en el pelo? Pues eso, pero por lo menos, no es mucho. Únicamente tengo un mechón blanco y alguna que otra pestaña igual de blanca. Y no me quejo. No me quejo, porque creo que a estas alturas, ya me he acostumbrado a eso. Además, se le coge cariño, me gusta casi todos los días y eso es lo importante.

Aydrel:

Baja en dos minutos.

Yo:

¿Puedes bajarte tú también del coche y buscarme en la entrada de mi casa?

Aydrel:

Claro, pero ¿por qué?

Yo:

No sé, ya me he acostumbrado.

Aydrel:

Está bien.

Como no, no pasa ni un minuto, y el ruido del claxon de su Mercedes-Benz Clase G (cómo me explicó ayer antes de que se fuera), indica que ya ha llegado.

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