12. Arella. Cambiar de lugar, a través del aire

82 5 0
                                    

—¿Estás segura de que las has cogido todas?

—Sí —ruedo los ojos. Ya era la octava vez que me lo repetía.

—Si quieres alguna más, nos quedamos y las cogemos.

—Así está bien —le muestro la servilleta en la cual he guardado todas las conchas—. Por cierto, ¿podemos ir a la tienda de antes?

—¿A la de antes? —frunce el ceño—. ¿Para qué? No sé si estará cerrada...

—Podemos mirar, nos viene de paso igualmente, ¿no? Es que necesito pintura blanca.

—¿Es para las conchas?

—Sí —alzo la comisura de los labios, antes de volver por donde hemos venido—. ¿Tú has cogido todo lo que querías?

—Sí. Unas mini piedras y un poco de arena.

—¿No será que quieres hacer una invocación en tu casa o algo, no? —entrecierro los ojos en su dirección, bromeando.

—Me has pillado —levanta las manos, y aprieta los labios, fingiendo estar asustado—. Quería hacer un hechizo.

—¿Para qué? —le sigo el rollo.

—Para que te cases conmigo, obviamente.

—Aydrel, creo que has tragado un poco de arena.

—¿Eso es un no? —se pone una mano en el pecho, dramatizando—. ¡Me acabas de romper el corazón!

—Anda, ¿tienes?

—¡Claro que tengo! ¡No te estaría diciendo estas cosas, tonta!

—Aunque no tragues arena, siempre estás diciendo estas cosas —murmuro.

—¡Es parte de mi encanto!

—Pues vaya lo que me ha tocado aguantar.

Después de un buen rato, en el que compramos la pintura en la tienda, charlamos, y paseamos un poco antes de meternos en el coche, por fin estábamos llegando a mi casa.

—¿Te puedo hacer una pregunta? —le suelto de sopetón, aburrida.

—Si es para pedirme una cita, sí.

—No, gracias.

Me mira indignado y con un puchero.

—Dime —murmura, refunfuñado.

—¿Qué es lo que te pasó con el profesor?

—¿Qué profesor? —me observa con interés por unos segundos, antes de clavar la mirada de nuevo en la carretera.

—Ya sabes, ese de gafas, feillo...

Lo piensa.

—No. No sé de quién me estás hablando —se encoge de hombros.

—Aydrel, solo vamos juntos a una clase —enarco una ceja.

Abre la boca formando una "o", pero enseguida la cierra, y aprieta la mandíbula, claramente enfadado.

—¿Es que te... pegó o algo así? —indago, al no recibir ninguna respuesta de su parte—. Tengo entendido y más que visto que, muchas veces, los profesores son los que hacen cosas a sus alumnos. ¿Él ha hecho algo?

Niega con la cabeza, apretando el volante con mucha fuerza. Tanta, que sus nudillos están blancos.

—Aydrel, vamos, relájate —lo miro a él y después a sus manos, y así sucesivamente.

Pero Aydrel no me hace caso, y en lo que sea que está pensando, lo está enfureciendo cada vez más. Además que, aquí, ahora mismo, conduciendo, no era algo bueno. No era el momento para estar así, por mucho que costara.

Donde nos lleve Nuestro Vuelo © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora