3. Arella. Cuidadito con los graciosillos

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—Arella...

—Tienes que escucharle atentamente. Presta atención de una vez —me regaña mi madre, pegándome un manotazo en el brazo.

—Es que, ¿cómo va a ser eso? —señalo al doctor Williams con la mano.

—La disautonomía no tiene cura, eso lo sabemos ambos —se acerca más, entrelazando sus manos por encima de la mesa—. Hay que seguir cada paso y todas las indicaciones para que cosas como estás no pasen. ¿Has estado bebiendo agua?

—Sí que lo he hecho —respondo automáticamente.

—¿Dos litros?

—Bueno... no siempre dos, pero he bebido mucha —frunzo el ceño, algo enfadada conmigo misma. Al final yo misma me buscaba las cosas.

—Tienen que ser tres, apuntároslo mejor —nos recomienda.

Williams, aparte de ser mi doctor, diría que también era una persona que luchaba a nuestro lado cada día para verme un poco mejor. No le tengo demasiada confianza, aunque él quiera eso; o, más bien, que tengamos buen rollo al máximo. Pero al final, esas cosas no me salían con nadie. Le hablaba y de vez en cuando le contaba cosas que hacía, y eso era mucho para mí.

—¿Por qué nunca le haces caso del todo? —pregunta mi madre una vez salimos de la consulta.

—Porque cuando creo que hago algo bien, resulta que no —murmuro apretando los labios.

—Esta vez lo harás mejor, ya verás —me pasa un brazo por los hombros, animándome.

—Me lo imagino.

—Vamos, te llevo al instituto.

Fuimos hasta el aparcamiento para volver a coger el coche, y una vez estoy subida, cojo una de las botellas de agua que mi madre me había comprado esta mañana.

—Muy bien —aplaude, felicitándome.

La miro con cara de pocos amigos y bebo un buen trago antes de que arranque y me lleve como siempre a la "cárcel".

—¿Mamá? —la llamo y ella me mira—. ¿Crees que esta noche podríamos hablar?

—Claro, ¿de qué?

—Mejor te lo cuento todo directamente de una vez, tendrás que esperar.

—No me dejes con la intriga —pone cara de sufrimiento.

—Lo siento —sonrío sin enseñar los dientes—. Te lo diré, te lo prometo.

Asiente con la cabeza y no volvemos a abrir la boca en todo el camino por estar completamente concentradas en la música que salía en la radio. Algunas eran buenas, pero otras no tanto.

Unos diez minutos después, me bajo del coche al llegar al instituto, e inmediatamente, una vez entro, muchos de los que estaban por el pasillo principal, se quedan mirándome.

Aunque eso no es lo que me sorprende.

—Hola —me saluda, con esa media sonrisa que cualquiera diría que es de un buen chico.

—Eh... Hola —dudo al hablar, siguiendo andando, dejándolo atrás.

—Me han dicho que no has ido las primeras horas —se pone rápidamente a mi lado.

—Ya —respondo, mirando el suelo.

Sabía que si levantaba la cabeza, vería demasiadas caras y ojos raros.

—¿Por qué? —inquiere Kevin.

—Porque sí —contesto bordemente.

—¿Ha pasado algo?

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