1. Arella. ¿Sí o no?

314 12 7
                                    

El sonido del timbre de clase me deja aturdida por un momento y casi sorda. ¿Por qué no podían poner música y ya?

Ahora tocaba filosofía, qué guay, algo que no se me daba demasiado bien. Por lo menos los viernes eran los únicos días que teníamos que soportar a Melissa, la profesora. De verdad que era horrorosa, pagaba todos sus problemas con nosotros. ¿Qué culpa teníamos de que su marido se cayera de cabeza a una piscina sin agua? Al menos está vivo.

Avanzo como todos los demás para salir de la clase e ir directa a mis casilleros. Quería dejar de una vez estos libros de castellano que tanto pesaban. Con una mano en la frente por los mareos que tenía a cada rato, llego a la mía. Eso sí, algo incómoda, porque mucha gente me observaba.

Qué pesados.

—¡Arella! —chilla alguien, llamando la atención de casi todo el mundo que estaba por este pasillo.

Lo ignoro, introduciendo la llave rápidamente en la cerradura y así poder abrirla e irme de una vez a la siguiente clase, aunque quedaran veinte minutos todavía. Es que de verdad que el bolso me pesaba demasiado, luego normal que me duela y esté rojo mi pobre hombro.

—¡Eh! ¡Arella! —vuelven a llamarme, acercándose cada vez más.

¿Pero por qué no me dejaba en paz?

—Oye, pero no me ignores, que no te he hecho nada.

Se apoya con el brazo en la pared de al lado, mirándome, y esperando a que le diera algo de atención.

—Aydrel, ¿ya estás otra vez con lo mismo? —espeto guardando los libros de mala leche, ya cansada de que se presentara cada santo día aquí.

—Estoy casi obligado a hacer esto —intenta defenderse.

—Eso no es verdad —cierro el casillero y lo miro—. No estás obligado a hacer nada.

—Bueno, vale, no —me da la razón, rodando los ojos—. Pero es mi amigo.

—Ya, lo sé muy bien —murmuro para mí misma.

Aydrel, un chico con pelo castaño oscuro, cejas gruesas, ojos color café, nariz pequeña, labio superior más fino que el inferior, piel de un color marrón claro y, lo más importante, o más bien lo más importante de este instituto, el hijo del profesor de educación física y uno de los jugadores de fútbol que solían competir por las tardes en este mismo instituto.

Llevaba por lo menos una semana viniendo a mi casillero cada vez que tocaba cambio de clase para hablar conmigo sobre Kevin. La primera vez que lo vi, ni siquiera sabía quién era, porque sí que había escuchado cosas de él, pero nunca lo había visto y mucho menos habíamos intercambiado alguna palabra.

Kevin... Kevin es un imbécil. Un chico que solo quería que lo aceptaran en su grupo y que claro que hacía todo lo que le dijeran para poder conseguirlo. Se ve que esa vez, su objetivo fui yo.

—¿Entonces...?

—Entonces nada —le interrumpo, en voz baja, para que nadie nos escuchara. No quería que me vieran con él—. Ya está, ya te puedes ir.

—¿Qué? ¡No! —se apresura a seguirme cuando cierro la taquilla y me giro para ir hasta mi próximo destino—. Arella, solo quiere hablar de algo contigo.

—Yo no tengo nada que hablar con él. Y vete de aquí de una vez —miro en todas las direcciones, notando todos los ojos puestos en nosotros.

—¿Por qué? Si mi clase está al lado —insiste.

—Me da lo mismo. Vete y ya está, ¿vale?

—No. Si hablas con él, me voy. Te doy mi palabra.

—¿Perdona? —me paro en seco, mirándole demasiado frustrada y cabreada. Como si yo precisamente pudiera aguantar cosas así.

Donde nos lleve Nuestro Vuelo © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora