23. Arella. Te quiero por tu presente, pero también por tu pasado.

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—Tengo buenas noticias —empieza el doctor Williams—. Bueno, básicamente es lo que creo, después de que me estuvierais contando un poco cómo ha ido este tiempo la cosa. Por lo que me habéis dicho, las crisis y los desmayos se han reducido, es decir, no pasa tan a menudo como antes, así que... Arella, déjame decirte que lo estás logrando. Has aprendido a controlarlo, pero sobre todo, saber aceptarlo de la mejor forma.

—¿Yo? —me señalo con el dedo a mí misma, mirando de reojo a mamá—. Pero si no he hecho nada, que me estás conta...

—Arella —murmura mamá, con mala cara—, no hables así.

—Has hecho mucho —sonríe él, tranquilizando a mi madre con la mirada. Me conocía lo suficiente para saber que mis contestaciones o mi forma de hablar, muchas veces, no era la más adecuada—. ¿Te he dicho alguna vez que nuestros pensamientos influyen mucho?

—Eh... No. —Respondo, curiosa.

—Te voy a contar una pequeña historia, niña —comienza, acomodándose mejor en su silla—. Ahora, también te digo que no tengo ni idea si es de verdad o no, pero se entiende la lección que quiere dar, en fin; la historia empieza con un niño y su médico. Sí, como nosotros —ríe y yo suelto una risa—. Resulta que a ese niño le detectaron cáncer terminal y el médico le dijo que disfrutara, que viviera como nunca antes y que estuviera con la gente que quiere.

—Madre mía —susurra mamá, a punto de llorar.

Le cojo de la mano, cariñosamente.

—La cosa no queda ahí. —Clava la mirada en la libreta que tiene en el escritorio—. El chaval hizo lo que le pidió, claro, hizo de todo: viajó, disfrutó, no descansó en ningún momento... Hasta que volvió para su última revisión.

—No me gusta esta historia —niego con la cabeza, con muchas ganas de levantarme e irme de una vez.

—Su médico le preguntó que cómo se sentía y él le dijo que se sentía muy bien y muy feliz. Pero es que ahí cambió la cosa, porque hablando y hablando de varios temas, una cosa llevó a otra, y se volvió a pronunciar la palabra cáncer. Volvieron a hablar de eso —suspira, mirándonos fijamente—. Arella, ese chico entendió que su cáncer había terminado, en vez de que tenía cáncer terminal.

—¿Qué?

—Volvieron a hacerle pruebas, porque realmente estaba bien, no estaba cansado, no estaba más enfermo... Sino que estaba sano, bien, activo, vivo. ¿Sabes qué encontraron?

Mamá niega con la cabeza, completamente seria.

—Que el cáncer había desaparecido. Lo había conseguido.

—¿Cómo es posible? —susurro.

—Es posible porque nuestra cabeza influye mucho en todo lo que tiene que ver con nosotros —explica—. Si piensas en positivo, si alejas todo aquello que te empuja para que te caigas, puede pasar hasta lo imposible.

—No se sabe si esa historia es real o inventada —señalo, enarcando una ceja.

—No, no se sabe —me da la razón—. Pero lo que sí sabemos es que nuestros pensamientos, sobre todo los negativos, nos hacen ver las cosas de una forma muy oscura y perversa. Una realidad muy diferente a la de verdad.

—¿Podemos...? ¿Podemos volver al tema de antes? —pregunto, queriendo dejar ese tema ya zanjado.

Levanta las manos, rindiéndose.

—Estás mejorando, pero eso ya lo sabes porque ya has notado que a lo mejor te mareas, pero no te caes o te desmayas. —Asiento con la cabeza repetidas veces— Bien, eso no quiere decir que no pueda volver a pasar, seguramente alguna vez habrá etapas muy duras. Sin embargo, lo importante es que sepas cómo gestionarlo y quién está ahí para ayudarte también —apunta, señalándome con el lápiz que trae en sus manos.

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