2. Arella. Robin Gibb

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Sábado de partido. Y ni siquiera sé por qué he venido al final.

Estar aquí me hace dar un gran viaje y volver a unos cuantos años atrás, en los que solía ver al que era mi mejor amigo en sus partidos del colegio. Pero por eso mismo digo años atrás, porque fue hace mucho tiempo y. desgraciadamente, no todas las amistades duran para siempre.

Liam era tontito. Ya está más que superado.

—¡Gol! —chilla mi madre, levantándose de su asiento.

—¡Mamá! —la regaño, muerta de vergüenza—. ¡Que ese no es nuestro equipo! ¡Siéntate de una vez!

—¿Y a ti quién te ha dicho que estoy de ese bando? ¡Si no saben jugar! —exclama sin importarle que los dé al lado le escucharan—. ¿Por qué no me meten a mí?

—Porque todo sería un desastre —ruedo los ojos, tirándole del brazo para que se sentara.

—Mentira. Además, míralos bien —intenta que entre en razón—. ¡Parece que todos podemos ser futbolistas ahora!

—Mamá, estás dando un espectáculo, de verdad, no sé como se me ha ocurrido llevarte aquí. Luego se lo diré a papá, que lo sepas —le aviso, riéndome al ver su cara de cabreo.

—Sois iguales —entrecierra los ojos—. ¡Anda, mira, si por fin habéis marcado!

Y así se pasó todo el maldito partido. Un partido que duraba por lo menos cincuenta minutos si no contábamos la fiesta de después. Lo guay estaba ahí, si nuestro equipo ganaba, montaban una gran fiesta, y si perdían, hacían exactamente lo mismo, porque en las dos situaciones, el otro equipo estaba presente. No hay malos rollos ni nada y eso estaba muy bien teniendo en cuenta que siempre hay rivalidades por todos lados.

—¿Te quedarás? —pregunta, comiéndose una patata frita que se suponía que había comprado para mí, ya que ella estaba a "dieta".

—No —respondo, sin tener ganas de meterme en una casa y estar rodeada de gente. Qué estrés—. No quiero.

—¿Por qué no? Será divertido —choca su hombro con el mío, animándome a hacerlo—. Hace un tiempo que no vas a una.

—Un año querrás decir —enarco una ceja.

—Arella —niega con la cabeza, mirándome con cautela.

—No lo he dicho por nada —aclaro, haciendo un gesto con las manos para que se relajara.

—Eso espero.

—No tienes que esperar, es así.

—Era una forma de hablar, cariño.

—Lo sé —río.

—Pues yo me tengo que ir —se encoge de hombros, pasándome las patatas.

—¿Qué? —la vuelvo a mirar, alarmada—. ¿Cómo que te vas?

—Me han llamado del trabajo —se disculpa con la mirada—. De verdad que es urgente.

—Pero si a ti nunca te llaman —frunzo el ceño, extrañada.

—Ya, por eso es urgente —sonríe sin enseñar los dientes para que no me enfadara con ella.

—Bueno, en ese caso, qué le vamos a hacer, ¿no? —digo, desganada. Que se fuera significaba que me quedaría sola y que después tendría que coger algún taxi o bus para llegar a casa.

—Te lo recompensaré, ¿vale? Es que de verdad, ¿por qué siempre pasan estas cosas cuando estamos juntas? ¿Y si es una maldición o algo raro? —se empieza a meter cosas en la cabeza ella sola, alarmándose y preocupándose.

Donde nos lleve Nuestro Vuelo © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora