Capítulo 7

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Por fin, Marco volvía a tener tiempo para sí mismo. Los últimos días habían sido agitados, lo cual era bastante revelador para alguien que había crecido con catorce hermanos. Pero esos catorce no eran los únicos de los que tenía que ocuparse.

Su padre había seguido cuidando huérfanos, incluso después de que el gobierno impidiera a Barbablanca adoptar más huérfanos. Cuando otros orfanatos amenazaban con cerrar, Barbablanca se había hecho cargo y siempre se había asegurado de que los huérfanos que vivían allí estuvieran alimentados y vestidos en todo momento. No lo había hecho solo. Sus hijos, los quince niños que había adoptado, habían ayudado, cada uno tomando bajo su tutela un orfanato, y Marco incluso dos. Ese era otro aspecto de su apodo "Comandante de la Primera División". Habían decidido que cada uno de los hermanos tuviera su propia 'división', con un número del uno al dieciséis, y Marco tenía el uno y el dos. Pero como "Comandante de Primera y Segunda División" era demasiado largo, sus hermanos y los niños a los que cuidaba le llamaban simplemente "Comandante de Primera División".

La mayoría de los niños de sus orfanatos ya eran mayores -aunque a veces seguían llamándole- y los que no lo eran y los nuevos eran cuidados por antiguos huérfanos. La mayoría de las veces actuaba como director y le llamaban cuando había peleas entre los responsables y cosas así. Lo que había ocurrido en la Primera División esta semana.

Por fin habían terminado las negociaciones y se había solucionado la pelea. Bueno, en realidad, eso había sucedido hacía dos días, pero como él visitaba el orfanato menos de lo debido, debido a que estaba ocupado en su propio trabajo, los niños le habían retenido allí más tiempo. No le importaba. Sólo le dejaron marchar cuando le anunció que tenía otros niños de los que ocuparse, los niños a los que había entrenado, y le prometió que volvería pronto.

Agotado, se dejó caer en el sofá. No se cansaba con facilidad, pero un par de días rodeado de niños que carecían de atención personal le afectaban. Bostezó y abrió el móvil para ver los mensajes. Había mandado un mensaje a su hombre misterioso, pero tenía que ser breve, porque si no, un huérfano curioso le arrebataría el teléfono de la mano o le pedirían diecinueve a la docena.

Sorprendido, se quedó mirando la pantalla. Su desconocido quería conocerle. Por supuesto que habían hablado de ello, pero ahora se indicaba una fecha y un lugar. Para ser sincero, se había olvidado de su encuentro un poco después de salvar a Ace de caerse por las escaleras. Nunca olvidaría aquella cara, primero de sorpresa y luego... de agradecimiento.

Pero eso era todo lo que sería. Ace estaba fuera de los límites. Y ahora había alguien que estaba realmente interesado en él, al menos como amigo. Sonriendo, Marco le contestó que estaría allí, este sábado, en el bar del polideportivo. No era un lugar romántico, pero supuso que coincidirían en mostrar sus respectivos deportes. Ya tenía ganas de que llegara el sábado.

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No es que nunca hubiera estado en la comisaría. El abuelo lo había llevado a veces al trabajo cuando era niño y él también había visitado a su abuelo, aunque sólo fuera para tener una excusa para molestar a Smoker en el trabajo. Tampoco es que nunca hubiera estado en una sala de interrogatorios. El abuelo se la había enseñado como parte de la visita y él había estado unas cuantas veces cuando había prendido fuego a unos cubos de basura. Tampoco había llevado esposas nunca, porque... bueno, a veces había que darle un poco de sabor a las cosas.

Sin embargo, ahora se sentía diferente. Sabía que era inocente. Respiró hondo y se recostó en la incómoda silla. Saldría de aquí enseguida. No hizo nada.

Cuando por fin entró el inspector Momonga -después de lo que parecieron horas-, Ace había conseguido calmarse. "¿Son realmente necesarias?", preguntó, mostrando las muñecas esposadas.

Renacer en Fuego - MaraceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora