Capítulo 4
Habían transcurrido tres lunas desde la desgarradora separación de Ferald y Alston. Mientras Ferald viajaba incansable al norte en su misión diplomática, Alston aguardaba ansioso en el campamento base, colaborando en los preparativos para la batalla final contra el Rey Lich Varashes.
Una gélida mañana, luego de una noche plagada de lúgubres presagios, Alston se ofreció voluntario para escoltar un convoy de suministros hacia la aldea de Roca del Río. Cabalgó alerta junto a la caravana por el solitario camino que serpenteaba entre los bosques marchitos.
De repente, flechas silbaron entre los árboles, derribando a varios escoltas. Acto seguido, una horda de unos veinte repugnantes no-muertos de élite surgió gruñendo y blandiendo armas malditas, sedientos de sangre viva. Rápidamente los supervivientes formaron un círculo defensivo, con Alston al frente empuñando su espada, listo para el combate.
—¡No teman, bravos guerreros! ¡Hoy no será nuestro final! —arengó Alston con voz potente.
El primer monstruo cargó escupiendo maldiciones en lengua oscura, blandiendo un hacha deteriorada. Alston esquivó ágil la torpe estocada y, en un veloz giro, asestó una certera estocada que cercenó la garganta del engendro. Este emitió un espantoso graznido mientras se desangraba.
—¡Tu alma corrompida será el festín de los gusanos, inmundo lacayo de Varashes! —rugió Alston.
—Te haré sufrir mil tormentos antes de matarte, elfo insolente —siseó otra de esas abominaciones abalanzándose con una daga retorcida.
—¡Inténtalo, aberración nauseabunda! —respondió Alston, y de una patada certera hizo que el monstruo se empalara su propia arma en el tórax hasta la empuñadura.
El feroz combate continuó encarnizado. Alston blandía su espada con la gracia letal de un huracán, tajando extremidades y cercenando cabezas de esos repulsivos engendros no-muertos. Pero eran demasiados para tan pocos escoltas mortales. Poco a poco los monstruos iban ganando terreno, ebrios de sangre fresca.
De pronto sonó el cuerno de retirada, la señal de refuerzos que indicaba replegarse de inmediato. Jadeando de agotamiento, Alston abrió camino a mandobles entre el mar de cadáveres pestilentes y logró montar y escapar, no sin antes empalar de una estocada a un último engendro que osó interponerse en su camino.
—¡Esto aún no ha terminado, regresaré a enviar tu fetidez al infierno! —masculló Alston al monstruo agonizante mientras escapaba a toda velocidad.
Tras esta cruenta emboscada, los líderes rebeldes decidieron dispersarse en grupos móviles, manteniéndose ocultos hasta el momento de la batalla final. Alston se unió a un escuadrón de exploradores expertos en combate furtivo y supervivencia en condiciones extremas.
Durante semanas vagaron por parajes agrestes, evitando rutas conocidas, cazando y tendiendo mortales trampas a los secuaces del Rey Lich que se aventuraban en su territorio. Alston se convirtió en un centinela letal, eliminando monstruos con absoluto sigilo antes de que pudieran reaccionar.
Pero en una gélida madrugada de niebla, el aciago destino los alcanzó. El campamento fue rodeado por una pestilente masa de muertos vivientes, cerca de cincuenta contra sólo quince sorprendidos guerreros. Formaron un círculo defensivo, espaldas contra espalda, en completo silencio.
—Nobles camaradas, éste podría ser nuestro último amanecer. Muramos como héroes y llevemos al infierno a tantos esbirros de Varashes como sea posible. ¡Lucharemos con valor! —arengó Alston en voz baja pero cargada de determinación.
Con un grito de furia, cargaron como una tromba contra la primera oleada de zombies en descomposición, tajando cabezas y miembros en un frenesí sangriento. Sus compañeros luchaban también con ferocidad desesperada. Pero eran meros mortales contra una marea creciente de muerte implacable.
Uno a uno fueron cayendo los valientes rebeldes, finalmente sepultados bajo pestilentes montañas de mil veces muertos. Alston blandía su espada en amplios arcos plateados, bañado en viscosa sangre negra.
—¡Vengan, escorias del inframundo, a probar el frío acero de mi hoja justiciera! —gritaba enfebrecido.
Finalmente fue derribado y desarmado a traición. Lo golpearon salvajemente hasta dejarlo casi inconsciente y maniatado. Había caído con gloria, pero ahora lo aguardaba el terrible calabozo del temible Rey Lich.
Tras interminables días encadenado en una carreta prisionera, llegó al lúgubre reino de Varashes, cubierto por un manto de horror y muerte. Lo arrojaron a un infecto mazmorra para torturarlo o convertirlo en esclavo no-muerto. Sus muñecas y tobillos sangraban, lacerados por los grilletes.
En su fetida celda, ideó desesperadamente alguna forma de escapar y advertir a los rebeldes del cambio en los planes de Varashes. Debía avisar a Ferald, pero las cadenas que lo aprisionaban eran irrompibles incluso para su fuerza élfica.
Pasó días enteros forcejeando contra los grilletes oxidados, hasta que finalmente, con un alarido de dolor y rabia, logró zafar una mano completamente lacerada y ensangrentada. Por fin había llegado su momento. Cuando el carcelero se acercó, lo noqueó de un certero golpe y le robó las llaves.
—Objetivo cumplido, escoria pestilente. Ahora, a correr como el viento —se dijo antes de escabullirse ágilmente por los túneles, liberando algunos prisioneros para sembrar caos.
Mientras los centinelas no-muertos perseguían a los fugitivos, Alston trepó por los muros resbaladizos y salió a la infecta superficie del reino maldito. Armado solo con su ingenio y agilidad, ahora debía evadir patrullas, salir de ese averno y llegar a tiempo de advertir a la alianza rebelde.
Se internó sigiloso entre las sombras pestilentes, evitando las antorchas de los centinelas. Trepó por tuberías resbaladizas y se ocultó en recovecos mientras distraía a los vigilantes arrojando piedras. El camino hacia la libertad era eterno y plagado de peligros mortales.
Finalmente vislumbró una poterna vulnerable en la colosal muralla exterior. Era custodiada por dos repulsivos trolls armados hasta los dientes, pero el sigilo era su única opción. Alston cogió una piedra cercana y silbó fuerte para atraer su atención. Mientras los trolls se acercaban pesadamente a investigar, él se escabulló entre las sombras y corrió hacia la poterna.
—¿Quién anda ahí? ¡Muéstrate, sabandija insolente! —rugió uno de los trolls mientras registro en vano los alrededores.
Alston se escabulló por la poterna hacia las infectas tierras más allá de la fortaleza. Pero ahora venía la parte más peligrosa: cruzar las desoladas llanuras carentes de cobertura, hasta el borde lejano del bosque. Invocando toda su resistencia, Alston echó a correr con ritmo constante, rogando que los árboles se acercaran antes de ser avistado.
Repugnantes criaturas devoraban cadáveres en descomposición mientras los buitres sobrevolaban en círculos, esperando poder festejar con sus huesos si caía extenuado. Alston repetía el nombre de Ferald como un mantra, enfocando su mente. No podía fallarle a su amado, el fracaso significaba la muerte de todo pueblo libre.
Tras lo que pareció una eternidad, el bosque finalmente se erguía frente a él. Con los pulmones ardiendo y los pies desgarrados, Alston se internó bajo su bendita arboleda, perdiéndose de vista. Se desplomó agotado pero triunfante. Ahora debía hallar un corcel y advertir a la Alianza antes de que las fuerzas de Varashes iniciaran su marcha...
Mientras tanto, ajeno por completo a la audaz fuga de su amado, Ferald finalizaba su misión diplomática en el norte, creyendo erróneamente que la batalla aún estaba a semanas de distancia. Al día siguiente emprendería el largo viaje de vuelta, anhelando reencontrarse con el valeroso Alston, confiado en que juntos derrotarían incluso a la oscuridad más profunda. Poco sabía la urgente noticia que le aguardaba...
Los dados estaban echados. A pesar de todos los obstáculos, Alston ahora corría contrarreloj para alcanzar a Ferald. ¿Lograría llegar a tiempo y salvar a la Alianza de caer en una trampa mortífera? Todo pendía de un hilo... El destino del reino sería forjado en sangre y coraje.
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La Espada del Rescate (LGBTQ)
Fantasy"Adéntrate en un mundo de fantasía donde el amor y la aventura se entrelazan de manera mágica. Ferald y Alston, dos jóvenes elfos que comparten un amor puro y profundo, viven en el apacible reino de Lumière. Pero su idílica vida se ve amenazada cuan...