Una Noche Eterna

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                              Capítulo 5

Exhausto pero con la esperanza aún latiendo débilmente en su magullado pecho, Alston se internó en la densa arboleda tras haber escapado milagrosamente de las garras del despiadado Rey Lich Varashes. Sabía que no tenía tiempo que perder. Debía encontrar un corcel y cabalgar contra reloj para advertir a la Alianza Rebelde del inminente ataque de las hordas no-muertas antes de que fueran tomados por sorpresa y masacrados sin piedad.

Avanzó tan rápido como sus maltrechas piernas se lo permitían, tropezando repetidamente y apoyándose de las retorcidas ramas y enredaderas espinosas para no desplomarse. El frondoso dosel de ramajes bloqueaba completamente la luz de la luna y las estrellas, sumiendo el tortuoso paraje en una oscuridad casi impenetrable.

Pero Alston confiaba en que su aguda visión élfica y su instinto lo guiarían a través de las traicioneras sombras. No se atrevía siquiera a invocar una pequeña luz mágica para abrirse camino, por temor a delatar su posición a alguna patrulla nocturna de monstruos.

Tras avanzar trabajosamente por lo que le pareció una eternidad, atravesando kilómetros de espesa arboleda que parecía no tener fin, finalmente detectó un estrecho y poco definido sendero que serpenteaba entre los retorcidos troncos y parecía conducir lenta pero decididamente fuera de la interminable espesura.

Reuniendo hasta la última gota de sus menguantes fuerzas, Alston se internó esperanzado por la angosta vereda, implorando en silencio a los dioses que lo guiaran hacia algún camino transitable o pequeño asentamiento con caballos. El sendero estaba plagado de raíces sobresalientes que amenazaban con hacerlo tropezar a cada paso vacilante.

Los espinosos zarzales parecían cobrar vida para arañarlo y lacerar aún más sus brazos y piernas, arrancándole ocasionales quejidos ahogados de dolor. Pero apretando los dientes hasta casi triturárselos, Alston continuaba avanzando como una exhalación, negándose siquiera a considerar la posibilidad de detenerse cuando tanto dependía de su perseverancia.

Tras lo que ciertamente pareció una eternidad de avanzar completamente a ciegas en la más absoluta oscuridad, el angosto y traicionero sendero finalmente desembocó en una profunda hondonada boscosa donde se levantaba una pequeña aldea campesina, con las vacilantes luces de las velas prendidas en las ventanas de las humildes cabañas de madera y piedra.

Permitiéndose un breve segundo de alivio ante la visión, pero consciente de que sus fuerzas estaban al borde del colapso, Alston se aproximó tan rápido como pudo hacia la aldea decidido a pedir ayuda. Pero cuando intentó hablar para llamar la atención de algún aldeano, sólo un graznido ronco salió de su garganta reseca como el desierto.

Tosiendo y sintiendo que las pocas fuerzas que le quedaban se le escapaban por segundos, logró acercarse trabajosamente a un pequeño barril con agua que había junto a la puerta de una de las cabañas. Sumergió la cabeza en el barril y bebió ansiosamente hasta calmar la sed atroz que lo consumía.

Ya rehidratado y con la garganta en condiciones de producir sonidos entendibles nuevamente, llamó con voz potente a los asustadizos aldeanos, presentándose brevemente como un aguerrido mensajero rebelde procedente de las mismísimas mazmorras del Rey Lich, y rogando fervientemente que le proporcionaran el caballo más veloz que pudieran tener a su disposición para cumplir una misión de vida o muerte.

Al principio los supersticiosos campesinos se mostraron hoscos y recelosos ante la presencia de ese extraño elfo malherido y de aspecto fantasmal que irrumpía en su apacible aldea en mitad de la noche, balbuceando sobre misiones urgentes y malvados hechiceros no-muertos. Los aldeanos se santiguaron repetidamente, visiblemente tentados de espantar a ese posible emisario del mismísimo inframundo lejos de sus hogares.

La Espada del Rescate (LGBTQ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora