Prólogo

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El sol ardiente de Buenos Aires se ocultaba detrás de los altos edificios de la ciudad, tejiendo sombras alargadas en las calles bulliciosas. En el medio de una multitud apresurada, Martina se acomoda la ropa y camina una cuadra más hasta el punto que le marcaba la aplicación de Mapas de su celular. Confirma la intersección de las calles y en efecto, estaba en la dirección que habían acordado.

Cuatro años habían transcurrido desde la última vez que se vieron, y sin embargo los nervios que cargaba como un yunque en su estómago la hacían sentir otra vez en el patio del colegio. Un BMW se detuvo enfrente de ella, las luces naranjas del atardecer se reflejaban en el capó negro impoluto al mismo tiempo que el conductor bajaba el vidrio del acompañante.

—¿Martina Smitt? -Pregunta un señor mayor, bajándose las gafas Ray-ban que protegían sus ojos de los penetrantes rayos de sol veraniego.

La rubia asiente con la cabeza, permitiendo que el hombre trajeado le abra la puerta trasera del auto, indicándole que entre. No está segura de porqué le sorprende que él envíe un chofer. Las cosas son muy distintas a cómo eran antes. Él ya no podía esperarla recostado sobre la pared de la esquina del barrio como cuando eran chicos.

El tráfico bonaerense causó que el avance del vehículo sea lento y pausado, Martina intentó entablar conversación con el conductor, pero este solo respondió con una sonrisa amable. El auto volvió a sumirse en un silencio profundo y ella se preguntaba cómo era posible que un mensaje inesperado la haya hecho revivir aquella pasión adolescente tan intensa como efímera. Mientras presiona la botella de agua fría que acababa de comprar en la terminal sobre su nuca intentando disminuir, en vano, su temperatura corporal, Martina se pregunta cómo era posible que aún después de tantos años aquel chico de San Martín tenga tanto efecto sobre ella.

El aire pareció volverse más denso en el momento en el que doblaron en la esquina del hotel más hermoso que la joven había visto en su vida. No le sorprendía que él se aloje en un lugar tan poco discreto, sin embargo, después de empujar las puertas de cristal y adentrarse en el lobby, el lugar le parece repentinamente íntimo gracias a la música suave y el murmullo de la gente yendo y viniendo. Un hombre le sonríe desde la recepción y la rubia entiende que la mira inquisitivo, en ese momento ella se acerca, nerviosa, y declara -o casi vomita- las instrucciones que le dio su cita por mensaje de texto previamente.

—Vine a ver a Pluto.

El hombre, de apariencia prolija y refinada, sonríe amablemente comprendiendo el código y tras darle los buenos días, le indica el camino hacia la habitación, entregándole una tarjeta para abrir la puerta de la misma.

—El señor indicó que pase directamente. La espera.

De los nervios, ella no puede ni agradecer. En cambio, le dedica una sonrisa al empleado que se termina pareciendo más a una mueca. La música sigue sonando suavemente de manera continua por los pasillos mientras Martina se acerca a la puerta 10013, como le fue instruido, pero a medida que los números en las puertas se incrementaban también lo hacía la frecuencia de sus latidos. De repente sus manos estaban húmedas del nerviosismo y parecía que, a pesar de caer el sol, la temperatura había tomado un rumbo inversamente proporcional.

Finalmente, sus pies frenan en seco sobre la alfombra frente a la puerta indicada y se pregunta si él ya habría advertido su presencia. Con manos torpes eleva la tarjeta hacia la manija electrónica, que emite un pitido suave y una luz verde que le hacen saber que ya podía ingresar. Tomando aire profundamente, empuja la puerta, revelando la habitación.

Un pasillo se extendía desde la entrada hacia la habitación. La luz tenue y la música que Enzo había seleccionado le puso los pelos de punta. Quizás las cosas no habían cambiado tanto. En el piso, un camino de pétalos de rosa combinaba con la canción de Alex Rose que sonaba de fondo. A medida que ella se adentró en la habitación, impresionada con el tamaño y el lujo de la misma, se encontró con los ojos que la habían hecho perder la cabeza; allí de pie junto a la cama, se encontraba él. El capitán del equipo de fútbol del colegio le dedicó la misma sonrisa que le había dedicado tantas veces en aquella institución, embrujando su adolescencia.

El encuentro es perfecto. Martina sintió que la presencia del varón finalmente la hizo olvidarse de su elevada frecuencia cardíaca, en cambio, se centró en aquellos ojos achinados que conoce tan bien.

—Hola, hermosa. —Dice él, retirándola del trance.

—Enzo. -Murmura ella, sintiendo como los dedos tan familiares de él se elevaban hasta la altura de su cara, donde acomodan un mechón de pelo tras su oreja. Enzo parece tener toda su concentración fija en esta acción, pero Martina cierra los ojos, hundiéndose en el perfume riquísimo que él traía puesto. Cuando los abre, él la mira fijo causándole un rubor intenso en los cachetes, al notarlo, el morocho se rie.

—¿Estás nerviosa? —Pregunta él, con la misma confianza odiosa de siempre. Parecía que la situación no le generaba absolutamente nada. Sin saber que responder, Martina se aleja y se seca las palmas de las manos sobre el short negro que lleva puesto. —¿Querés que vayamos a la cama?

Anonadada, Martina lo mira. El ambiente de nostalgia y felicidad que él le había generado se desinfla como un globo. La rubia, busca los ojos de él queriendo encontrar consuelo, reconocimiento, algo que la haga sentir mejor; Entrelazan miradas en un momento fugaz que parece hacer desaparecer todo el tiempo que pasó desde la última despedida.

El hotel. La música. Los pétalos.

Martina había accedido al encuentro esperando recibir alguna clase de disculpa, un reencuentro de un amor adolescente que le había hecho daño reconociendo el dolor que la había causado. En cambio, aunque con ropa de marca y algunos tatuajes nuevos, parado frente a ella se encontraba el mismo Enzo de siempre. Haciéndola sentir como una muñeca de porcelana: frágil, pero lista para que jueguen con ella.

¿Qué secretos, qué razones, qué motivos habrán traído al futbolista a compartir aquel encuentro con ella en el corazón de Buenos Aires? Martina se planteaba cada vez más preguntas, las cuales moría por saber responder.          



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Clari. 

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