Capítulo 7

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Con la peor cara posible, Enzo amanece temprano por el agudo y repetitivo sonido de su alarma. Cargado de energía negativa se da vuelta para acallar el ruido y permanece unos minutos estático, abrazado a las sábanas como si estas pudieran brindarle un poco de la seguridad que el jugador solía poseer antes de llegar a Argentina.

Jamás había dudado de sí mismo, o sí, pero eso había sido hace muchísimo tiempo. Cuando era chico, y toda su confianza dependía de si lo mandaban al banco o lo hacían jugar. En este momento se siente exactamente así; en el banco. Todos los demás juegan, corren, tocan la pelota, marcan goles. Él mira.

La frustración se le está haciendo un sentimiento demasiado recurrente y la exasperación parece haber encontrado un cómodo refugio en aquel cálido espacio entre sus costillas y sus pulmones, dificultándole respirar sin sentir que el corazón se le acelera, que el aire en su caja toráxica no está ni cerca a ser suficiente.

Su celular vuelve a emitir sonidos desde su mesita de luz, pero esta vez no es el pitido familiar de la alarma, si no que vibra con la irregularidad de una seguidilla de mensajes, los cuales el mediocampista se apresura a leer.

Mauro: Amigooo, buen día
Mauro: ahí me mandó el arquitecto q viene p acá
Mauro: vas viniendo? Pongo la pava

No le queda otra que despegarse de la cama, tarea que le cuesta horrores, pero le había prometido a su amigo que estaría ahí y no había forma de defraudar a la única persona que últimamente lo hacía sentirse medianamente bien.

Con los ojos entrecerrados por la luz que emite el dispositivo, Enzo teclea un mensaje y se dispone a arreglarse con un pantalón deportivo negro, una remera blanca, y el buzo del Chelsea. Contrario a la expectativa que acompaña a la estación, el cielo se ve cubierto de un manto de nubes que impide que los rayos de sol alcancen la tierra con plenitud.

La luz del día parece difuminarse, creando una atmósfera suave y ligeramente nostálgica. Las nubes, de tonalidades grises y blancas, se extienden por el cielo como un lienzo que oculta el resplandor del sol. Aunque no llueve, la sensación de humedad en el aire contribuye a la percepción de frescura.

Veinte minutos después Enzo se encuentra subido a su auto, pequeñas gotas empiezan acumularse en el parabrisas mientras el mediocampista se gira la gorra que lleva puesta hacia adelante, dejando que la solapa de la misma ayude a los lentes de sol a protegerle los ojos de la resolana causada por la nubosidad del día.

Música tenue suena en el vehículo mientras él conduce distraído hacia el destino, sin permitir que ninguno de los pensamientos que cruzan su cabeza sobre cierta rubia y su nueva relación se estanquen ahí. En cambio, se centra en el brillo del asfalto, los peatones, el cambio de escenario a medida que se adentra al barrio. La peatonal, vacía en aquel horario de la mañana, siendo que la mayoría de los negocios se encuentran cerrados.

—Se va a la mierda. —Se dice a sí mismo, y volantea para frenar en un kiosco. Por lo general no se dejaba llevar por el vicio, pero el día lo ameritaba. Enzo puede contar con los dedos de las manos las veces que se compró cigarrillos en su vida, y la mayoría habían sido antes de cumplir los veinte años de edad. La última vez había sido tras su primera temporada en el Chelsea donde el equipo perdió todos los partidos iniciales de la Premier League.

En un intento por escapar de los confines sofocantes de sus pensamientos, camina hasta el local ligeramente iluminado. El resplandor neón del cartel de "abierto" lo impulsó hacia el interior. Se distrae por un momento mirando las golosinas, que ofrecen una distracción efímera a su tormento interno.

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