Capítulo 4

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El zumbido rítmico del tren sobre los rieles creaba una atmósfera relajante mientras Martina se acomoda en su asiento junto a la ventana. Milena se encuentra junto a ella, y suspira aliviada mientras se deja caer en el asiento que encontraron para dos al final del tren. El sonido del viejo vehículo le resulta reconfortante a Martina, y siente que podría dormirse en cualquier momento.

El viernes anterior había rendido el último examen, lo que significaba que había pasado los días posteriores bebiendo con Milena, quién felizmente se había instalado en su departamento.

Pero llegó el domingo, y las familias de ambas decidieron preparar un asado al medio día para recibir a las dos estudiantes y felicitarlas por el arduo trabajo. El cuatrimestre estaba llegando a su fin, y las dos necesitaban toda la motivación que pudieran adquirir para terminar el año lectivo.

Martina contemplaba el paisaje que pasaba, los edificios de la ciudad dando lugar a campos abiertos y árboles dispersos. Casi podía saborear el asado de su padre, y su postre favorito preparado por su madre. Sin embargo, la fatiga pesaba sobre ella como un recordatorio del esfuerzo al cual se había sometido con tal de lograr el éxito en sus exámenes.

—¿Y? —Pregunta Melina, rompiendo la ensoñación de Martina. —¿Estás contenta de volver al barrio?

Martina se ríe, sintiendo cómo la tensión empieza a ceder. Se deja hundir en su asiento multicolor y cierra los ojos, dejándolos descansar, antes de responder.

—Sí, re. Tengo unas ganas de estar en casa. Te juro que siento que si leo una oración más me quedo ciega.

Meli sonríe, compartiendo la emoción. Mientras el tren avanzaba, las dos amigas charlaban sobre cualquier cosa, todo y nada a la vez, sus voces mezclándose con el continuo zumbido del tren. Las risas las ayudaron a aliviar el agotamiento que se aferraba a ellas como una segunda piel.

Sin embargo, entre la calidez de la charla y la felicidad de volver a casa, en la cabeza de Martina rondaba un pensamiento intrusivo; no se podía sacar a Tomás de la cabeza. Esa confianza casi desmedida y una sonrisa que pareció traerle alivio en los momentos más oscuros del estrés por los exámenes. La presencia del carilindo se había convertido en un consuelo familiar.

Tomás llegaba temprano a la facultad y se iba tarde, al igual que Martina. Inevitablemente, tras bromas y algún insulto, terminaron estudiando juntos. La rubia se dio cuenta de lo rendidor que era prepararse para los exámenes con alguien que imitaba su nivel de intensidad y responsabilidad con respecto a lo académico. Ambos superaron el primer examen que prepararon juntos con nota, y a partir de ahí, se habían juntado todos los días a estudiar. La presencia de Tomás se había convertido en un consuelo familiar durante las presiones de la vida universitaria.

Melina suelta un respiro profundo, dormida, y Martina aprovecha para apoyar su cabeza contra la ventana, permitiéndose divagar hacía el chico. Su risa resonaba en su memoria, y no pudo evitar preguntarse si este descanso entre los últimos parciales y el comienzo de los exámenes finales los acercaría más o crearía una distancia que no había anticipado. Sin entender enteramente cual opción prefiere, la rubia abandona sus pensamientos y se concentra en el paisaje que vuelve a cambiar, llenándose nuevamente de los edificios característicos del conurbano bonaerense.

Martina siente de repente como si aquel viaje llevase una naturaleza transformadora. El sol del medio día brillaba intensamente sobre el contorno metálico del tren. La rubia cierra los ojos, abrazando el movimiento rítmico del tren, la reconfortante presencia de Milena, y los pensamientos enigmáticos de su compañero que se había instalado en su mente. El viaje, más allá de ser físico, se sentía como un viaje a algo desconocido, un capítulo nuevo, que finalmente deja atrás al futbolista y toda la incertidumbre que acarreaba, dando lugar a nuevas experiencias.

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