Capítulo 9

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                Enzo no estaba enteramente seguro de por qué había accedido, y sin embargo, se encontraba vistiendo un atuendo meticulosamente seleccionado. El aire está cargado de expectativa mientras espera en la puerta del departamento de Martina. Los segundos previos a que ella abra la puerta se encuentran cargados con la tensión propia de los sentimientos sin resolver entre ambos. Ella no le había contado a Tomás que lo vería, a pesar de que estén saliendo, su actitud la última vez que se vieron le causó un disgusto tal que no sentía ganas de hablarle para nada, mucho menos para advertirle de la visita de "Enzo Fernández, campeón del mundo" a su propia casa, temiendo que el castaño se aparezca con una camiseta lista para que el mediocampista le firme.

Del otro lado de la puerta, con la misma anticipación e incertidumbre se encuentra Martina, vistiendo un vestido oscuro que había comprado hace relativamente poco, ya que la mayoría de su ropa tenía los suficientes años como para que el futbolista la reconozca del tiempo en el que salían juntos.

Con una mano temblorosa, Martina agarra la manija de la puerta y la gira, permitiéndole la entrada a Enzo.

—Hola. —Saluda ella, tímidamente, y él no puede evitar mirar al piso. El dolor de las acusaciones de Melina y la vergüenza que aún sentía de sus encuentros anteriores con Martina se mezclaban en su pecho generando un sentimiento que ya era usual en él; el corazón le late rapidísimo, el aire parece tener dificultades para entrar a sus pulmones.

—Hola, Mar. —Saluda él, acercándose sin saber como saludar. Se acerca para darle un beso en el cachete pero Martina se aferra a él por los hombros. Ella lo conoce lo suficiente como para reconocer la tristeza en su rostro y por más heridas que le haya causado, busca reconfortarlo. Él se deja abrazar y devuelve el gesto, agachado para poder sujetar la cintura de Martina mientras ella prácticamente se cuelga de sus hombros. Ambos cierran los ojos para disfrutar mejor de aquel momento de intimidad que no se habían permitido anteriormente.

—Vení, pasa. —Pide ella, separándose, pero acompañándolo con una mano en el hombro para indicarle el camino hacia adentro, para luego cerrar la puerta tras él. —Sentate, hice mate.

—Fua, ¿Jugas en reserva vos? —Jode él mientras toma lugar en la mesa. Martina solía tomar mate en cualquier lado, pero recientemente le habían regalado uno de calabaza bastante grande, era un imperial de cuero color chocolate con el fleje y la virola de aplaca, con dibujos grabados. La rubia lo había dejado preparado, permitiendo que la yerba se humedezca de modo que la montañita quede perfecta, imitando el tipo de mates que suelen tomar los jugadores de divisiones inferiores. Ella se ríe inesperadamente, no vio venir el chiste.

—Callaaaate, —le pide, alargando la vocal. — encima que te espero con mate.

—Tenés razón, Mar. Te pido disculpas. —Ella chasquea la lengua contra el paladar, al tiempo que toma asiento junto a Enzo en la mesa, y se dispone a acomodar la bombilla para dar comienzo a la ronda de la bebida.

—Soy yo la que te tengo que pedir disculpas a vos.

—¿Vos? —Él acerca el hombro a la oreja en un gesto de "no pasa nada". —Vos no me tenes que pedir nada a mí, en todo caso tu amiga.

—Sí... pero me siento responsable. Si no fuera por mí nunca te hubiese dicho nada.

—¿Te enteraste de todo? —Pregunta él, un poco avergonzado.

—Sí, va, me contó Mau. —Bebe de la calabaza. — Sé lo que sabe él. Cuando los encontró dice que te estaba diciendo de todo.

—Estaba enojada, sí.

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