Kilian

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— ¿Dónde estamos? —pregunta Marla mirando para ambos lados de la propiedad.

—En mi casa —dije mientras trataba de sacar las llaves del bolsillo trasero de mi pantalón.

— ¿No íbamos al hospital? —inquiere ella totalmente desconcertada.

—No hace falta, mi madre puede ayudarte —tomo la llave y la coloco en la cerradura, giro el pomo de la puerta al escuchar el clic y abro paso para dejar entrar a Marla —. Adelante, princesa de carnaval.

Hago una reverencia y ella me dedica una sonrisa dulce y un manotazo en el brazo.

— ¿Tu madre? —indaga ella aún confusa ante la situación.

—Sí, es médico, militar —procuro no dar tantos detalles sobre mi vida personal, ya he puesto en peligro mi tranquilidad y la de mi familia al traer a Marla aquí. Debí pensarlo mejor y haberla llevado a un hospital.

«Joder, Kilian, está chica ha comenzado a nublarte la vista»

—Quédate aquí, la buscaré en la cocina.

Camino a paso apresurado hacia la cocina donde espero que se encuentre mi madre. El olor a pollo frito inunda el lugar. Encuentro a la señora Kai bailando una danza ridícula mientras simula cantar con el cucharón a modo de micrófono. Y pensar que esa ruda señora de cincuenta y siete años también tenga un lado alocado me causa risa. Mi madre nunca ha sido cariñosa con nosotros, pero siempre procuró educarnos y ofrecernos las cosas necesarias para nuestra crianza. Ah, y como olvidar las collejas que me ganaba de pequeño solo por decir que confiaba más en los republicanos que en los demócratas, tenía diez años, pero mi madre y mi padre me entrenaban día a día de diferentes formas posibles.

“Jamás confíes en un republicano”, solía decirme ella hace algunos años atrás. Con el paso del tiempo sus palabras se afianzaron en mi interior convirtiéndose en realidad.

—Mamá —deposito un tierno beso en su frente y ella sonríe —. Necesito tu ayuda.

Ella pone los ojos en blanco.

—Se te ha hecho costumbre esto de buscarme solo cuando necesitas de mi —murmura ella, y su voz suena a regañina. Sonrío tratando de endulzarla un poco, pero se me olvida que Kai Spencer no confía en el poder de las sonrisas.

—Traje a una amiga —susurro en voz baja para que Marla no me escuche.

— ¿Amiga? Define qué tipo de amiga —me madre entrecierra los ojos sospechosamente, me conoce, sabe que yo no traigo amigas a casa.

—Una muy especial, en realidad es mi… mi protegida —tapo mis oídos con miedo para evitar que el grito que va a pegar termine rompiéndome los tímpanos.

— ¡¿Haz traído el trabajo a la casa?! —pregunta indignada —. Estoy cansada de decírtelo, Kilian, mantén tu trabajo separado de tu vida personal. Es que no me escuchas, no me escuchas —ha comenzado a caminar de un lado al otro desesperada mientras continúa vociferando —. Cada día me convenzo más de que estás mal de la cabeza, definitivamente la muerte de Violet te afectó el cerebro.

«No, mamá, por favor, no vayas por ahí»

Cierro los ojos y pienso en la última misión, me observo a mí mismo arrastrándome entre la hierba y los espinos me arañan las mejillas cubiertas de barro. Sin poder evitarlo, mi mente me ofrece una imagen de Violet y Nigel a mi lado. Luego Violet se levanta justo cuando la bala salió disparada. Sangre, mucha sangre sale de ella. No, no, no, Violet no.

—Kai… —su nombre sale de mi boca con mucha brusquedad. Ella detiene su parloteo al darse cuenta de las palabras que ha utilizado. Cierra sus ojos y yo aprieto mis puños en un intento de contener mi ira.

Trilogía Pecado (Libro 1, 2 y 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora