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Mientras las horas iban pasando, la noche cada vez se acercaba más. Pero para Jiseo no parecía ser de esa forma. Envuelta en su frazada floreada y con solo la luz de su computadora alumbrando, sus dedos se movían con rapidez entre el teclado; iban de acá para allá. Estaba concentrada en lo que escribía y al mismo tiempo disfrutando la música que se había puesto de fondo sonando en sus auriculares. 

Al rededor de una hora y media había terminado el octavo capítulo de su historia. Quiso pegar un grito cuando se dio cuenta que todo ese boceto escrito en distintas hojas todas arrugadas ahora era algo más que solo eso.

Había empezado esta historia hace un mes y cada día se volvía mas y mas satisfecha de como continuaba. Amaba a cada uno de los personajes, se le hacían tan perfectos. Estaba segurísima que la historia era increíble. Y no porque ella misma la estuviera escribiendo, sino que sabía que a una buena cantidad de gente le gustaría tanto como a ella. Si eso llegara a pasar sería tan emocionante. Era su sueño tener un libro publicado y poder compartir ese amor por algunos personajes, como por ejemplo por el hermoso Lee Youngjae, la tímida Lim Gaeri y, su favorito desde que tuvo la primera idea, el dulce y pelinegro Lee Heeseung.

Heeseung era todo lo que Jiseo idealizaba en alguien cuando comenzaba a hablarse con alguien o verse con alguien. Tenía que ser alguien así, con su personalidad, su manera de querer y su sonrisa preciosa.

Jiseo sonrió de oreja a oreja quitándose los auriculares para apreciar el nuevo capítulo mucho mejor. Le encantaba. Pero esa sonrisa se esfumó cuando se dio cuenta que eran cerca de las dos de la madrugada.

— No otra vez—se quejó cerrando sus ojos con pesadez. Talló uno de ellos y suspiró. Puso guardar en la pantalla y apagó la computadora. — Mañana te seguiré o me quedaré ciega si continúo.

Así nomás, aún envuelta en su colcha cálida, Jiseo se levantó de la silla giratoria y se dejó caer en su cama como si fuera una bolsa de papas. Y aunque fuera algo medianamente imposible de creer, luego de diez segundos de tanta paz y tranquilidad Jiseo cayó dormida en brazos de Morfeo.

Ella frecuentaba tener sueños rarísimos. Alguno de ellos terminan siendo ideas de futuras historias, con algunas ediciones en el medio y cambio de personajes, agregado de nombres, lugares y obviamente omitiendo algunas cosas sucedidas en ese momento de ensueño. Siempre que le contaba sus sueños a su compañero de banco este se sorprendía de la cantidad de detalles que Jiseo le decía y se reía de lo feliz que ella estaba de tener a su propio subconsciente contándole cuentos nocturnos.

A la mañana siguiente, luego de no soñar nada, Jiseo se levantó dando un gran bostezo y apagando la alarma en su celular. Eran la siete y media, entraba a las ocho y cuarto a la escuela. Casi siempre tardaba entre diez o quince minutos en prepararse, ya que mucho empeño no tenía de ponerle ganas hoy. Lavó su cara una vez que tuvo puesto su uniforme, se peinó frente al espejo, alisó un poco su flequillo y se puso lo mas básico de maquillaje —rimel, corrector para esas ojeras de tanto trasnochar, rubor y un poco de manteca de cacao—, al mismo tiempo que iba metiendo sus cosas en la mochila.

— No puedo creer que hoy te peinaste—dijo Daeho fingiendo sorpresa. Jiseo amagó con pegarle sin siquiera decir una palabra. Su hermano menor esquivó el golpe y largó una risa de burla, sin embargo, la chica no estaba para seguirle el juego así que fue directo a la cocina a picar algo antes de salir.

Las mañanas para la familia Hwang eran rutinarias. Eran una familia de cinco. Su madre era dueña de una perfumeria en el centro y su padre era dueño de una panadería que manejaban él junto a un colega de años y compañero de toda la vida que Jiseo y sus hermanos llaman Tio Baekyun. Su hermano mayor, Haejin, estudia medicina en la universidad y actualmente vive en Seúl, luego sigue Jiseo en el árbol cronológico y por último Daeho, dos años menor. Cada uno se maneja para desayunar por su cuenta, el único momento que coinciden y están los cinco juntos es los domingos, cuando Haejin viene a visitarlos, la perfumeria y panaderia permanecen cerradas y los dos menores no tienen clases.

— ¡Ya nos vamos, adiós mamá!—gritó Jiseo antes de salir siendo empujada por Daeho ya que otra vez iban saliendo tarde. — Ya voy, ya voy, no me apures.

— Hoy te toca llevarme.

— Ah, ah—negó, indignada. — Claro que no. Es martes, te toca.

— ¿Piedra, papel o tijera mejor de tres?

— Hecho.

Y Jiseo perdió. Tuvo que pedalear sesenta y siete kilos hasta la escuela. Que gracias a dios no estaba tan lejos de donde vivían, pero igualmente cuando bajó sus piernas flaquearon un poco. Daeho rio y le hizo burla todo el camino a la entrada luego de enganchar la bici en uno de los parqueadores del lugar.

— ¿Llego tarde?—le preguntó Jiseo a Taejoon, su compañero de todos los días, luego de dejar caer su cuerpo a un lado de él.

— De hecho, todavía no llegó ni la mitad del curso—el chico miró a su al rededor, y era verdad, faltaban unas quince personas.

— Entonces hoy es mi día.

— Ojalá a la vuelta te haga caca un pájaro entonces.

— Da buena suerte, tarado, así que sí, ojalá—ella le sacó la lengua y rio gustosa.

Minutos mas tarde y cuando el bullicio se hizo presente, a pesar de que eran las ocho y media de la mañana, las clases comenzaron. Aunque era la primer clase del día este profesor siempre se encargaba de hacerles olvidar que era lunes y les devolvía la energía perdida.

— ¿Alguien quiere comentar algo para arrancar la semana con un buen dato innecesario?—todas las semana hacía lo mismo. El profesor Jung preguntaba y si alguien se animaba, dejaba un dato para toda la clase.

Hoy Taejoon se animó y levantó la mano. Jiseo se sorprendió un poco y se encogió en su asiento cuando sintió las miradas de todos caer en el banco de ambos.

— Te escuchamos, So Taejoon.

— Los tiburones blancos tienen la capacidad de reconocer cuando están encerrados, así que se suicidan, y por eso casi no hay tiburones blancos en acuarios porque la mayoría no duran ni un año estando ahí ya que el espacio que tienen es demasiado escaso a lo que ellos necesitan tener.

La clase entera se sorprendió, algunos largaron una expresión de sorpresa, luego aplaudieron por el buen dato del día y segundos después esa sorpresa fue interrumpida por la puerta de entrada abriéndose un poco brusco.

— Oh, lo siento, pensé que llegué un poco temprano—una voz suave y tranquila resonó en todo el salón. Nadie dijo nada, ni siquiera el profesor.

— ¿Y ese quién es?—preguntó Taejoon. Algo que se preguntaba casi toda la clase. Jiseo estaba perdida en sus pensamientos cuando ocurrió todo el lío, de hecho estaba garabateando el capítulo nueve de su libro, hasta que su compañero abrió la bocota y ella levantó la mirada de su cuaderno.

Era él.

Estaba ahí en su salón, con su uniforme y sonriente.

Con su cabello negro, brilloso y lacio.

Era él. Lee Heeseung. Era imposible.

Como siempre se lo imaginó, como siempre lo describió con detalle y como siempre pensó que se vería sí existiera.

Y aunque esa idea parecida descabellada, ahora, con él a metros suyo, no lo era tanto.

Lee Heeseung estaba aquí. Respirando y de carne y hueso.

Y sorpresivamente era real.

THE BOOK ━━ Lee HeeseungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora