3

60.5K 1.2K 369
                                    

¿Dylan muerto? ¿Hijo del Señor José, mi vecino?

Las dudas giraban en mi mente como una navaja afilada que no dejaba de cortarme. ¿Me estaba volviendo loca? Sí, lo veía en los ojos de Annie. Y cuando llegaron mis padres me volví aún más loca. La puerta de Leo se abrió de golpe. Mi papá entró furioso luego de que les contara la mentira de lo que me había pasado.

—Leo O'Conner, ¿ya la viste cómo está? —La voz de papá llegó como un golpe seco—. ¿Qué ocurrió con Emily? ¿Por qué anda ese estabilizador?

—Ella ya te lo explicó, no sé qué más quieres que te diga. —Leo respondió, cansado, con ese tono tan característico de cuando todo le molestaba.

Oí el crujido de su cama al moverse. Sabía que se había dejado caer de manera despectiva, como siempre. Odiaba que invadieran su espacio.

—¿Pueden dejarme dormir? —dijo con un suspiro, como si el mundo entero estuviera en su contra—. Tengo que ir a la universidad mañana. —Hizo una pausa—. Está bien, estuve fuera el sábado por la noche. Ya lo dije, ¿estás feliz? —Se detuvo, como si quisiera que todo terminara de una vez—. Pero no estaba de fiesta con Andrés, como creen. Estaba en la biblioteca 24/7. ¿Pueden dejarme en paz?

Mi corazón se aceleró. Y lo peor: pensaban que yo les había dicho la verdad.

—Fueron unas horas, nada más. —La voz de Leo era irónica, cansada de que insistieran—. Es una chica grande.

—Sí. —Papá respondió, sin perder su calma, como si eso no fuera lo importante—. Pero no estabas.

No podía quedarme callada. Corrí hacia su habitación, dispuesta a defender a mi hermano, pero papá no me dio tiempo.

—No te metas, Emily. —Su voz era firme, cortante, y me hizo detenerme en seco.

—Tiene dieciocho años. —Leo lo repitio, pero ya con tono cansado, casi derrotado.

—Podría ser tu madre. —Papá lo dijo rápidamente, como si ya tuviera la respuesta lista. Y luego, un cambio en su tono—. ¿Qué pasaría si Emily fuera atacada...?

La pregunta flotó en el aire, pesada, como una sombra que no quería irse. Papá hizo una pausa, buscando suavizar la conversación.

—Y que Dios no lo quiera. ¿Qué hubiera pasado si un animal salvaje la atacara en el bosque? —dijo al final. La mirada de papá se volvió seria—. Como hombre, deberías quedarte y apoyarlas cuando yo no esté en casa.

—Tengo una vida. —La respuesta de Leo fue violenta, casi desafiante—. No pueden pedirme que me quede siempre. Ahí está ese vecino para esos problemas.

—Sabes que trabajo mucho en la central eléctrica, Leo. Si pedí ayuda a nuestro vecino fue porque no encontré otra opción. Me da vergüenza, no me voy aprovechar de ese hombre. Él también tiene su vida. Cuidar de su propiedad ya es suficiente.

—¿Qué más quieres que te diga? —Leo alzó la voz, y la tensión se hacía más densa en cada palabra—. ¿Ya no me vas a apoyar por no estar ese día? ¿Me vas a echar de casa por estar metido en la biblioteca estudiando? Dímelo ahora y me voy.

—¡Leo! ¡Te prohíbo que nos hables así! —Mamá ya estaba asustada, y sus palabras me llegaron como una súplica—. ¡Eres nuestro hijo! ¡Aunque te cueste aceptarlo! ¡Nunca te haríamos eso!

—Está bien. ¿Y dónde quieren ir entonces?

—Al punto de que no importa si Emily es una niña o una adulta, tu madre o cualquier otra persona —Papá dijo con calma, pero con un matiz de firmeza—. Se trata de ayudar en la casa. Solo pido colaboración.

DESCONOCIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora