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La Aldea permanecía repleta de Asesinos. El olor a sangre fresca, humana, era lo normal, lo anormal era que Dylan no había aparecido en días. Y pese a eso el terror frio calo duro. Me ahogue en mis propios pensamientos.

—Allá, en esa esquina, está esa mujer mirándote con descaro —alertó Annie al entrar a La Aldea, mientras pasaba las tarjetas de oro por el portón.

—¿Hiara?

—Si, ni disimula, es como si se resistiera a lanzarse y degollarte.

—¿Cuál será su problema conmigo?

—Nada, aquí nada tiene sentido —susurro Annie.

No me atreví a mirar directamente a Hiara. La sensación de su mirada era como un peso en la nuca, una especie de presagio de lo que estaba por venir.

—Ayer me observó como si quisiera degollarme —susurré, casi sintiendo el filo de su mirada—. Esta tía está completamente desequilibrada.

—¿Sabías que tiene un hermano?

La miré, desconcertada.

—¿Quién, Dylan? —bromeé, sintiendo que lo único que me faltaba era un giro aún más extraño en este circo.

—No —dijo Annie, tapándose la risa con la mano—. Se llama Hades. Y siempre está encerrado en una de esas casitas, como un espectro en su propio pequeño infierno.

—¿En cuál?

—¿Qué sé yo? Solo te paso el chisme que escuché del hablador —respondió mientras caminaba entre los Asesinos, esquivando algunas miradas—. Y mira, ahí está, ¡joder!

—¡Emiliana! —gritó Cy, abrazándome con fuerza. Luego levantó las cejas al notar a Annie—. Sé que tienes novio, pero yo soy mejor. ¿Qué, no te atreves a volverte loca por mí? Yo soy la real, nena.

—Yo no tengo pareja —refunfuñó ella, cruzando los brazos—. Y ni quiero una, me siento bien sola. Todos los hombres son un montón de idiotas.

Cy echó un vistazo a Leo.

—¿No la has hecho tuya todavía? —Se llevó las manos a la boca y miró a Annie con una sonrisa irónica—. Bueno, entonces dile que me prefieres a mí.

Leo permaneció inmóvil ante esas palabras.

—¡Mal ejemplo de masculinidad! —insultó Annie a Cy, y este soltó una carcajada.

—¿Y quién dice que soy hombre? —preguntó con descaro observando como Annie buscaba sentarse—. Me considero mujer. ¿No quieres acompañarme al baño para darnos unos retoques?

—¡Bah! —exclamó Annie, empujándolo al pecho.

Cy cayó al césped de La Aldea, quedando tendido boca arriba.

—¡Domíname! —gritó de repente, riendo en el suelo.

Me eché a reír junto a Christian.

—¡Hice reír a Emiliana! —levantó el torso para mirarme—. ¡Ya vamos mejorando, Petit! ¡Ya no te desmayas ni lloras al ver las urgías de este lugar infernal!

Y la conversación surgió. Cy era el hablador impredecible, sarcástico y audaz, con un humor oscuro y una actitud desafiante que no tenía miedo de romper las reglas ni de hablar directamente. Christian era el que hacia una agrupación más cálida y de la que Leo, aun con su seriedad y rudeza podía hacerlo conversar. Era irónico, pues de esa manera Annie podía tener una conversación más fluida con mi hermano. Y yo... yo...

Observé a Christian y me devolvió la mirada como si estuviéramos conectados.

—¿Sabes de Dylan? —pregunté en voz baja.

DESCONOCIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora