05. Largas historias.

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Haakon miraba fijamente el cielo, mientras sus emociones transformaban el estado climático. Siempre sintió que tal talento se lo debía a Emmeline, la capacidad de transformar el estado climático a su antojo era algo que lo utilizaba cada día. Antes, cuando Emmeline lo encerró en una cueva; hacía que siempre lloviese a su alrededor. Para que pese la distancia, ella no se olvide de él.

Lamentablemente no funcionaba en el reino infernal. Cosa que lo incomodaba. Pensaba que iba a estar aburrido sin lograr que el sol, las nubes o simplemente la lluvia hicieran caso a sus decisiones. Allá todo era rojizo y neutro, siempre hacía calor por más que él se esforzara en querer hacer caer copos de nieve.

Era un reino que odiaba.

Pero, todo iba a ser temporal. Emmeline se lo había dicho, pronto encontraría la forma de obtener el espiritual. No le serviría de nada aquel reino dado a la desgracia que allí tampoco tiene el talento de cambiar algo. Pero, le había dicho que tras el espiritual iba el mundano y eso si lo ilusionaba.

Poco le importaba no ser el rey infernal; poco le importaba no haber sido coronado por Emmeline. Él odiaba ese reino, solo quería el mundano.

Pero, no lo quería para dominarlo o modificarlo. Lo quería para compartir el tiempo con Emmeline en un ambiente al cual él podría crearlo perfecto. Solo quería darle lo mejor a ella.

Pero mientras su esposa preparaba todo para dominar el reino espiritual, le había dado la tarea de preparar el mundano para ella.

Exhaló el humo del cigarro al mismo tiempo que un trueno sonó cerca de él. Escuchó gritos, miró debajo de la baranda de la terraza donde se encontraba y vio a varias mujeres corriendo mientras se cubrían la cabeza y corrían, asustadas por la tormentosa tormenta.

—Lo tengo.

Alzó su cabeza para mirar por sobre su hombro y observó a Dantalian. Él lo miraba de forma aburrida, la capucha de su túnica le cubría la cabeza pero podía reconocer ese olor angelical por donde fuese.

—¿Ya? —Preguntó sorprendido, aunque sus expresiones se las veía agotadas. Haakon parpadeaba lentamente, mientras el humo de su cigarro abrazaba su sombra.

—Las bodegas de Emmeline son difíciles de encontrar pese a que nos ha dejado un mapa.

Haakon sonrió dándole la razón, volviendo a mirar por debajo de la barandilla.

—En cuánto termine el cigarro, vamos.

Dantalian no reprochó, Emmeline no iba a necesitar el reino urgentemente. Podía esperar dos minutos más.

—Nunca entendí porque todos siguen llamándola así. «Emmeline.» Es un nombre falso, sin sentido, es como si yo me pusiera «Roberto» en una identificación para entrar a una discoteca y después todo el mundo me llame así.

—¿Roberto? —Repitió riéndose. Era pocas las veces que había podido hablar con el esposo de su madre. No se llevaban bien, siempre consideró que Haakon estaba enfermo de la cabeza y no le importaba decírselo. Por eso mismo, no tenían una buena comunicación.

Pero Emmeline los había enviado juntos, así que debían intentar sobrellevarse.

—No sé que para que te harías identificación, bastante mayorcito eres.

—A lo mejor el de seguridad no me cree que tengo más años de lo que tiene la muralla china.

Dantalian se acercó a la barandilla también, apoyando su cuerpo como él lo estaba haciendo. Inclinando su cuerpo hacia el precipicio. Haakon le dio otra calada al cigarro.

—Le digo Emmeline porque es la forma más humana que tiene. Cuando la llamo Eva solo puedo verla como el ángel que Dios siempre tenía en su mano derecha, en cambio cuando la llamo Emmeline puedo ver la pequeña caída que se encerraba en una mansión a recordar la guerra que perdió, simpática e inexpresiva. Creo que todos lo hacemos por ello.

El Rey EspiritualDonde viven las historias. Descúbrelo ahora